– De todos modos, tu no podras ser, pues ella nunca querra un padre ciego -dijo con una sonrisa en los labios.

Los dos amigos se miraron en silencio y, como Antoine no comprendia la alusion de su amigo, Mathias prosiguio:

– ?Cuanto tiempo hace que te escribes cartas a ti mismo?

La puerta del despacho acababa de abrirse. Sophie aparecio en pijama, con los ojos enrojecidos. Miraba a los dos compadres.

– Vuestra conversacion es repugnante -dijo, mirandolos de hito en hito.

Recogio sus cosas, las hizo una bola bajo el brazo y salio a la calle.

– Ya ves, lo que yo decia, ?estas completamente ciego! -repitio Mathias.

Antoine se precipito detras de ella. Sophie estaba ya lejos en la acera; corrio y al fin acabo por alcanzarla. Ella continuaba yendo hacia el bulevar.

– ?Parrate! -dijo, tomandola entre sus brazos.

Sus labios se acercaron, hasta llegar a rozarse, y por primera vez se besaron. El beso duro, y luego Sophie levanto la cabeza y miro a Antoine.

– No quiero verte mas, Antoine, nunca mas, y a el tampoco.

– No digas nada -la acaricio Antoine.

– Preparas cena para diez, pero jamas te sientas a la mesa; te molesta hacer equilibrios para vivir y restableces el restaurante de Yvonne; te has ido a vivir con tu mejor amigo porque se sentia solo mientras que tu no lo deseabas realmente. ?De verdad crees que te dejare criar a mi hijo? ?Y sabes lo mas terrible? Que es por todas estas razones por lo que estoy enamorada de ti desde siempre. Ahora ve a cumplir con tus obligaciones y dejame en paz.

Con los brazos colgando, Antoine miro a Sophie alejarse, solo, en pijama en Oid Brompton.

De vuelta a casa, encontro a Mathias, sentado en el parapeto del jardin.

– Los dos os deberiais dar una segunda oportunidad.

– Las segundas oportunidades nunca funcionan -gruno Antoine.

Mathias saco un cigarro de su bolsillo, hizo rodar la capa entre los dedos y lo encendio.

– Es verdad -respondio-, pero en nuestro caso no es lo mismo, ?no nos acostamos!

– Tienes razon, ?realmente eso es un incentivo! -respondio Antoine con ironia.

– ?Que arriesgais? -pregunto Mathias, mirando las volutas de humo.

Antoine se levanto, cogio el cigarro de Mathias. Se dirigio hacia la casa y se volvio en el umbral de la puerta.

– ?Nada, aparte de equivocarse!

Y entro en el salon dando una enorme calada al cigarro.

Los buenos propositos fueron puestos en practica desde el dia siguiente. Con los cabellos llenos de espuma, Mathias cantaba a grito pelado en la banera el aria de La Traviata , aunque no ponia el corazon. Con un dedo del pie hizo girar el grifo para subir la temperatura de su bano. El hilillo de agua que corria era glacial. Al otro lado del muro, Antoine, con su gorro en la cabeza, se frotaba la espalda con un cepillo de crin, bajo la ducha ardiente. Mathias entro en el bano de Antoine, abrio la puerta de la ducha, corto el agua caliente y volvio a su banera, dejando una estela de nubeculas de espuma en el parque.

Una hora mas tarde, los dos amigos se reunieron en el rellano del piso, los dos vestidos con una bata identica, cerrada hasta el cuello.

Cada uno entro en la habitacion de su hijo para acostarlo. De vuelta a lo alto de las escaleras, dejaron caer al suelo las batas y bajaron los peldanos con un paso sincronico; pero esta vez en calzoncillos, calcetines, camisa blanca y pajarita. Se pusieron los pantalones, que estaban plegados sobre los brazos de la gran butaca, ataron los cordones de sus zapatos y fueron a sentarse en el canape del salon, uno a cada lado de la canguro que habia sido llamada para la ocasion.

Inmersa en sus crucigramas, Daniele hizo resbalar la montura de sus gafas hasta la punta de la nariz y los miro por turnos.

– ?No mas tarde de la una!

Los dos hombres se levantaron de un salto y se dirigieron hacia la puerta de entrada. Mientras se disponian a salir, Daniele diviso las batas que habian resbalado por los peldanos y les pregunto si «poner orden» de siete letras les decia algo.

La discoteca estaba abarrotada. Mathias se encontro aplastado contra la barra del bar que Antoine se esforzaba en alcanzar. Una criatura que parecia salida de las paginas de una revista levantaba la mano para atraer la atencion de un camarero. Mathias y Antoine intercambiaron una mirada, pero en vano. Si uno u otro hubiera tenido el valor de hablarle, el volumen de la musica habria vuelto imposible cualquier conversacion. El barman pregunto por fin a la joven que deseaba beber.

– No importa, con tal de que lleve una sombrilla en el vaso -respondio.

– ?Nos vamos? -grito Antoine a la oreja de Mathias.

– El ultimo que llegue al guardarropa invita al otro a cenar-respondio Mathias, tratando desesperadamente de cubrir la voz de Puff Daddy.

Necesitaron casi media hora para atravesar la sala. Una vez en la calle, Antoine se pregunto cuanto tiempo tardaria en desaparecer el zumbido que le silbaba en la cabeza. Por su parte, Mathias estaba casi afonico. Saltaron al interior de un taxi en direccion a un club que acababan de abrir en el barrio de Mayfair.

Una larga fila se extendia delante de la puerta. La juventud dorada londinense se empujaba para entrar en aquel sitio. Un gorila localizo a Antoine y le hizo una sena indicandole que pasara delante de todo el mundo. Muy orgulloso, arrastro a Mathias en su estela, abriendose paso entre la multitud.

Cuando llego a la entrada, el mismo gorila le pidio que senalara a los adolescentes que los acompanaban. El club les daba preferencia en la entrada cuando los padres venian con ellos.

– ?Vamonos! -dijo enseguida Mathias a Antoine.

Otro taxi, ahora en direccion al Soho, donde un DJ de musica house daba un concierto hacia las once en un lounge trena. Mathias se encontro sentado en un bafle, y Antoine, en un cuarto de traspuntin, el tiempo justo para cambiar una mirada y enfilar hacia la salida. El black cab rodaba ahora hacia el East End River, uno de los barrios mas de moda del momento.

– Tengo hambre -dijo Mathias.

– Conozco un restaurante japones no muy lejos de aqui.

– Vamos donde tu quieras, pero no despidamos al taxi, por si acaso.

Mathias encontro el lugar estupendo. Todo el mundo estaba sentado alrededor de una inmensa barra por la que circulaban, sobre una cinta mecanizada, surtidos de sushis y sashimis. No se pedia, bastaba con elegir entre los miniplatos que pasaban los que apetecieran. Despues de haber probado el atun crudo, Mathias pregunto si habia pan y un trozo de queso; la respuesta fue la misma que cuando reclamo un tenedor.

Puso su servilleta en la cinta rodante y volvio al taxi, que esperaba en doble fila.

– ?No tenias hambre? -pregunto Antoine cuando se reunio con el.

– ?No hasta el punto de comer mero con los dedos!

Siguiendo los consejos del chofer, tomaron la direccion de un lap dance club. Esta vez confortablemente instalados en sus sillones, Mathias y Antoine paladeaban su cuarto coctel de la velada, no sin experimentar una cierta embriaguez.

– No hablamos bastante -dijo Antoine, dejando su vaso-. Cenamos todas las noches juntos y no nos decimos nada.

– Por frases como esa deje a mi mujer -respondio Mathias.

– ?Tu mujer es la que se fue!

– Es la tercera vez que miras el reloj, Antoine. Porque hayamos dicho de volver a intentarlo, no debes sentirte obligado.

– ?Todavia piensas en ella?

– Ya ves, para ti eso es todo, yo te hago una pregunta y respondes con otra.

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