mujer de tu vida. Soy una celestina extraordinaria, tengo un don especial para saber quien pega con quien. ?Te siguen gustando las mujeres?
– ?Me gusta una! Te lo agradezco, ha sido un placer volver a verte, dale recuerdos a Martin.
Arthur saludo a Carol-Ann y huyo a toda velocidad. Sin embargo, cuando pasaba por delante del puesto de una marca de cosmeticos francesa, resurgio un recuerdo, tan dulce como aquel perfume del frasco que manipulaba una vendedora ante su dienta. Cerro los ojos y recordo el dia en que paseaba fortalecido por un amor invisible y certero. Entonces era feliz, como no lo habia sido nunca.
La puerta giratoria lo dejo en la acera de Union Square.
El maniqui del escaparate vestia un traje de noche, elegante y cenido a la cintura. La fina mano de madera senalaba a los transeuntes con un dedo distraido. Bajo los reflejos anaranjados del sol, la calzada parecia ligera. Arthur permanece inmovil, ausente. No oye la moto con sidecar que se le acerca por la espalda. El piloto ha perdido el control en la curva de Polo Street, una de las cuatro calles que bordean la gran plaza. La moto trata de evitar a la mujer que esta cruzando, inclina, zigzaguea, el motor ruge, los transeuntes se asustan. Un hombre trajeado se arroja al suelo para esquivar el aparato, otro retrocede y tropieza hacia atras, una mujer grita y se protege tras una cabina telefonica. La maquina prosigue su loca carrera, el asiento adosado franquea el parapeto, arranca un letrero, pero el parquimetro contra el que choca esta solidamente anclado al suelo y lo separa, con un corte limpio, de la moto. Ya nada lo detiene, su forma es la de un obus y casi va a la misma velocidad. Cuando alcanza las piernas de Arthur, lo levanta y lo proyecta al vacio. El tiempo transcurre despacio y, de pronto, se prolonga como si fuera un largo silencio. El morro fuselado de la maquina impacta contra el cristal. El inmenso escaparate estalla en una miriada de anicos. Arthur rueda por el suelo hasta el brazo de un maniqui que ahora esta tumbado sobre la alfombra de cristales. Un velo le cubre los ojos, la luz es opaca, su boca tiene el sabor a oxido de la sangre. Sumergido en el sopor, querria decirle a la gente que no ha sido mas que un estupido accidente, pero las palabras se le atascan en la garganta.
Quiere levantarse pero aun es demasiado pronto. Sus rodillas tiemblan un poco, y una voz poderosa le grita que se quede tumbado, que vendra una ambulancia. Paul se enfurecera si llega tarde. Hay que sacar a pasear al perro de la senora Morrison, ?hoy es domingo? No, quiza sea lunes. Tiene que pasar por el estudio para firmar los planos. ?Donde esta el tique del aparcamiento? Seguro que se le ha desgarrado el bolsillo, porque tenia la mano dentro y ahora la tiene bajo la espalda y le duele un poco, no te frotes la cabeza, esos cristales cortan mucho. La luz es cegadora, pero los sonidos regresan poco a poco. El deslumbramiento se disipa. Abre los ojos. Ahi esta el rostro de Carol-Ann. ?Asi que no piensa soltarle, pero el no quiere que le presente a la mujer de su vida, ya la conoce, maldita sea! Deberia ponerse una alianza para que lo dejaran en paz. Ahora mismo volvera para comprarse una. Paul lo detestara, pero eso le divertira mucho.
A lo lejos, una sirena. Es absolutamente necesario ponerse en pie antes de que llegue la ambulancia, es absurdo que se preocupen, no le duele nada, tal vez un poco la boca, se ha mordido la mejilla. Pero lo de la mejilla no es grave, es desagradable por las llagas, pero no es realmente grave. Que estupidez, su chaqueta estara destrozada, y Arthur adora esa chaqueta de tweed. Sarah opinaba que el tweed hacia parecer mayor, pero el se reia de Sarah, que llevaba los zapatos mas vulgares de la tierra, con esas puntas demasiado afiladas. Estuvo bien decirle a Sarah que la noche que pasaron juntos habia sido un accidente, no estaban hechos el uno para el otro, no era culpa de nadie. ?Como estara el motorista? Seguramente es el hombre del casco. Parece estar bien, con ese aire contrito.
Voy a tenderle la mano a Carol-Ann, y les contara a todas sus amigas que me salvo la vida, puesto que sera ella quien me ha ayudado a levantarme.
– ?Arthur?
– ?Carol-Ann?
– Estaba segura de que te encontrabas en medio de esta catastrofe espantosa -dijo la joven, histerica.
El se desempolvo tranquilamente los hombros de la chaqueta, arranco el trozo de bolsillo que colgaba tristemente y sacudio la cabeza para desembarazarse de los cristales.
– ?Que miedo! Has tenido mucha suerte -continuo Carol-Ann con su voz aguda.
Arthur se la quedo mirando, muy serio.
– Todo es relativo, Carol-Ann. Se me ha jodido la chaqueta, tengo cortes por todas partes y salto de un desastroso encontronazo a otro, cuando solo iba a comprarle una correa a mi vecina.
– Una correa a tu vecina… ?Has tenido mucha suerte de salir casi indemne de este accidente! -se indigno Carol-Ann.
Arthur la miro, adopto un aire pensativo, y se esforzo por parecer civilizado. No era solamente la voz de Carol-Ann lo que le irritaba; todo en ella se le hacia insoportable.
Intento recobrar algo parecido al equilibrio y hablo en un tono resuelto y tranquilo.
– Tienes razon, no soy justo. Tuve la suerte de dejarte y de conocer luego a la mujer de mi vida, ?aunque estaba en coma! Su propia madre queria aplicarle la eutanasia, pero y tuve la suerte de que mi mejor amigo accediera a echarme una mano para ir a secuestrarla al hospital.
Inquieta, Carol-Ann dio un paso atras y Arthur otro hacia delante.
– ?Que quieres decir con «secuestrar»? -pregunto ella con voz timida mientras apretaba el bolso contra su pecho.
– Que robamos su cuerpo. Fue Paul quien cogio la ambulancia, por eso se siente obligado a contarle a todo el mundo que estoy viudo; ?pero de hecho, Carol-Ann, solo soy medio viudo! Es un estado muy particular.
Las piernas de Arthur flaquearon y vacilo ligeramente.
Carol-Ann quiso sostenerlo, pero Arthur se enderezo solo.
– No, la autentica suerte fue que la propia Lauren me ayudara a mantenerla con vida. No deja de ser una ventaja ser medico cuando tu cuerpo y tu mente se disocian. Puedes ocuparte de ti mismo.
Carol-Ann boqueo en busca de un poco de aire. Arthur no tenia necesidad de recobrar el aliento, solamente el equilibrio. Se agarro a la manga de Carol-Ann, que se sobresalto y lanzo un grito instantaneo.
– Y luego se desperto, y finalmente tambien eso fue una suerte. Asi que ya lo ves, Carol-Ann, ya lo ves: la verdadera suerte no es que tu y yo rompieramos, no es aquel museo de Paris, no es el sidecar, sino ella: ella es la autentica suerte de mi vida -dijo extenuado sentandose en el armazon de la maquina.
El flamante furgon del centro hospitalario acababa de aparcar junto a la acera. El jefe del equipo se precipito hacia Arthur al que Carol-Ann seguia mirando embelesada.
– ?Esta bien, senor? – pregunto el socorrista.
– ?En absoluto! -afirmo Carol-Ann. El socorrista lo cogio del brazo para llevarselo hacia la ambulancia.
– Todo va bien, se lo aseguro -dijo Arthur, zafandose.
– Hay que suturar esa herida que se ha hecho en la frente -insistio el camillero, a quien Carol-Ann dirigia grande gestos para que embarcara a Arthur lo antes posible.
– No me duele ninguna parte del cuerpo, me encuentro muy bien, tenga la amabilidad de dejarme volver a casa.
– Con todos esos pedazos esparcidos es bastante probable que tenga microcristales en los ojos. Voy a llevarmelo.
Fatigado, Arthur se abandono. El socorrista lo tumbo en la camilla y le cubrio los ojos con dos gasas esteriles; mientras no se los limpiaran, habia que evitarles cualquier movimiento susceptible de desgarrar la cornea. El vendaje que envolvia ahora el rostro de Arthur lo, sumia en una oscuridad incomoda.
La ambulancia subio por Sutter Street con las sirenas aullando, giro en Van Ness Avenue puso rumbo al San Francisco Memorial Hospital.
Capitulo 6
Se oyo el tintineo de una campana y las puertas del ascensor se abrieron en la tercera planta. La inscripcion de la placa de la pared senalaba la entrada al servicio de neurologia.