Lauren salio de la cabina sin saludar a sus colegas, que bajaban a las plantas inferiores del hospital. Los fluorescentes que colgaban del techo en el pasillo se reflejaban en el barniz coloreado del suelo. Sus zapatos chirriaban al caminar sobre el linoleo. Llamo suavemente a la puerta de la 307, pero su brazo volvio a caer, pesado, junto al cuerpo. Entro.
Ya no habia sabanas ni la almohada en la cabecera de la cama. La pertiga del gota a gota permanecia desnuda y tiesa como un esqueleto en un rincon cerca de la cortina fija del cuarto de bano. La radio de la mesilla de noche permanecia en silencio, los peluches que aquella misma manana todavia sonreian en la repisa de la ventana se habian marchado a cumplir con su trabajo en otras habitaciones. De los dibujos infantiles colgados en la pared, solo quedaban restos de celo.
Algunos dirian que la pequena Marcia habia expirado aquella tarde, y otros simplemente que habia muerto, pero para todos los que trabajaban en la planta, aquella habitacion seguiria siendo la suya durante unas horas. Lauren se sento encima del colchon y acaricio la sabana impermeable.
Su mano febril avanzo hasta la mesita de noche y abrio el cajon. Cogio la hoja doblada en cuatro y espero un poco antes de leer su secreto. Aquella nina que habia echado a volar estando ciega lo habia visto perfectamente. El color de los ojos de Lauren se difumino bajo sus lagrimas. Se inclino para dominar un espasmo.
La puerta de la 307 se entreabrio, pero Lauren no oyo la respiracion del hombre de blancas sienes que contemplaba su llanto.
Tan digno como elegante con su traje negro, y con la barba gris muy recortada, Santiago fue a sentarse a su lado con paso quedo, Y le puso una mano encima del hombro.
– No es culpa suya -murmuro con la voz tenida de un acento argentino-. Ustedes solo son medicos, no dioses.
– Y usted, ?quien es? -murmuro Lauren entre dos sollozos.
– Su padre; he venido a buscar las cosas que quedan: la madre no se veia con fuerzas. Tiene usted que serenarse, aqui hay otros ninos que la necesitan.
– Deberia ser al reves -dijo Lauren con un hipo provocado por el llanto.
– ?Al reves? -pregunto el hombre, perplejo.
– Deberia consolarlo yo a usted -dijo ella, y se echo a llorar aun mas.
El hombre, prisionero de su pudor, vacilo un instante; tomo a Lauren entre sus brazos y la apreto con fuerza contra el. Sus ojos azules rodeados de arruguitas tambien se nublaron. Y entonces, para acompanar a Lauren, como por cortesia, acepto por fin liberar su pena.
La ambulancia se detuvo bajo la marquesina de Urgencias. El conductor y el socorrista guiaron los pasos de Arthur hasta el mostrador de ingresos.
– Ya hemos llegado -dijo el camillero.
– ?No podrian quitarme el vendaje? Le aseguro que no me he hecho nada, lo unico que quiero es irme a casa.
– ?Esta si que es buena! – replico Betty con voz autoritaria, mientras consultaba la ficha de intervencion que acababa de entregarle el socorrista-. A mi tambien me gustaria que usted se marchara a su casa -continuo-, me gustaria que todas las personas que esperan en este vestibulo se marcharan a casa para poder cerrar, y asi yo tambien me iria a la mia. Pero mientras esperamos a que Dios nos lo conceda, tendremos que examinarlo igual que a ellos. Ahora vendran a buscarlo.
– ?Cuanto tardaran? -pregunto Arthur, con una voz casi timida.
Betty miro al techo, levanto los brazos al cielo y exclamo:
– ?Solo Dios lo sabe! Instalenlo en la sala de espera – les dijo a los camilleros mientras se alejaba.
El padre de Marcia se levanto y abrio la puerta del armario, del que saco la cajita que contenia las cosas de su hija.
– Le tenia a usted mucho carino -dijo, sin darse la vuelta.
Lauren agacho la cabeza.
– Aunque no es eso lo que queria decir en realidad -continuo el hombre.
Y puesto que Lauren permanecio en silencio, le hizo otra pregunta.
– Todo lo que diga entre estas cuatro paredes, usted lo respetara como secreto profesional, ?no es asi?
Lauren contesto que tenia su palabra, asi que Santiago avanzo hacia la cama, se sento a su lado y murmuro:
– Queria darle las gracias por haberme permitido llorar.
Y ambos se quedaron casi inmoviles.
– ?Le contaba cuentos a Marcia? -pregunto Lauren en voz baja.
– Yo vivia lejos de mi hija, volvi aqui para la operacion pero todas las noches la llamaba por telefono desde Buenos Aires, ella dejaba el auricular encima de la almohada y yo le explicaba la historia de un pueblo formado por animales verduras que vivian en medio de un bosque, en un claro jamas descubierto por los hombres. Y ese cuento duro mas tres anos. Entre el conejo con poderes magicos, los ciervos, los arboles, cada uno con su nombre, y el aguila que siempre daba vueltas sobre si misma porque tenia un ala mas corta que la otra, a veces me ocurria que me perdia en mi propio relato, pero Marcia me reganaba a la menor equivocacion.
Ni hablar de encontrar al tomate sabio o al pepino de locas e imposibles carcajadas en algun lugar que no fuese donde los habiamos dejado la vispera.
– ?Hay algun mochuelo en ese claro?
Santiago sonrio.
– ?Era un caso muy curioso! Emilio era vigilante nocturno. Mientras todos los demas animales dormian, el se quedaba despierto para protegerlos. De hecho, ese trabajo era un pretexto, pues el mochuelo era un miedica sin remedio. Al despuntar el dia, volaba a toda velocidad hasta una gruta y se escondia alli, porque le daba miedo la luz. El conejo lo sabia, pero como siempre habia sido un buen tipo, nunca traiciono su secreto. A menudo, Marcia se dormia antes del final de la historia, y yo escuchaba su respiracion durante algunos minutos antes de que su madre volviera a colgar. Su aliento delicado era como una hermosa musica, y cada noche me llevaba esas notas conmigo.
El padre de la pequena se callo. Se puso en pie y avanzo hasta la puerta.
– ?Sabe una cosa? Ahi, en Argentina, construyo embalses, unas obras inmensas. Pero mi verdadero orgullo era ella.
– ?Espere! -dijo Lauren con voz suave.
Se agacho y miro debajo de la cama. A la sombra del somier, un pequeno mochuelo blanco esperaba con las alas cruzadas. Asio el peluche y se lo dio a Santiago. El hombre se volvio, cogio el ave y le acaricio el pelaje con delicadeza.
– Tenga -le dijo a Lauren, devolviendole el mochuelo blanco-. Arreglele los ojos: usted es medico, deberia poder hacer algo. Devuelvale la libertad, haga que ya no tenga miedo nunca.
La saludo y abandono la habitacion. Cuando se encontro solo en el pasillo, apreto la cajita contra el pecho.
El busca de Lauren vibro: la llamaban de Urgencias. Fue a la sala de enfermeras de la planta y descolgo el telefono.
Betty dio gracias al cielo porque aun estuviera en el edificio: el servicio no se vaciaba y necesitaba refuerzos inmediatamente.
– Bajo ahora mismo -dijo Lauren, volviendo a colgar.
Antes de salir de la habitacion, se metio en el bolsillo de la bata un extrano mochuelo. El animalito necesitaba un poco de calor humano, pues habia perdido a su mejor amiga.
Arthur ya no podia esperar mas, asi que busco su telefono movil en el bolsillo derecho de la chaqueta, pero la chaqueta ya no tenia bolsillo derecho.
Con los ojos vendados, trato de adivinar la hora. Paul se pondria furioso; recordaba haber pensado que Paul se pondria furioso, pero habia olvidado el porque. Se levanto y avanzo a ciegas hacia el mostrador de recepcion. Betty se precipito a su encuentro.
– ?Es usted imposible!