– ?De ninguna manera! -exclamo Bertram-. Yo estoy a cargo de esta parte del proyecto, y te prohibo que vayas a la isla. Y lo mismo vale para cualquier otra persona.
– No pretendo alterar nada. Yo no molestaria a los animales.
– ?No! -repitio Bertram-. No hare ninguna excepcion.
Queremos que sigan siendo animales salvajes, y eso significa que el contacto con los humanos ha de limitarse al minimo.
Ademas, con lo pequeno que es este lugar, una visita provocaria habladurias, y eso es lo ultimo que necesitamos. Por otra parte, puede ser peligroso.
– ?Peligroso? Yo no me acercaria a los hipopotamos ni a los cocodrilos. Y los bonobos no son peligrosos.
– En la ultima operacion de recogida, murio uno de los asistentes pigmeos -explico Bertram-. Lo hemos mantenido en secreto por razones obvias.
– ?Como murio?
– Aplastado por una roca. Se la arrojo un bonobo.
– ?No es extrano? -pregunto Kevin.
Bertram se encogio de hombros.
– Se sabe que los chimpances de vez en cuando arrojan ramas cuando estan asustados o nerviosos. No; no me parece extrano. Seguramente fue una accion instintiva. La roca estaba alli, y la arrojo.
– Pero es una conducta agresiva-replico Kevin-. Y eso es anormal en un bonobo, sobre todo en uno de los suyos.
– Todos los simios defienden a su grupo cuando los atacan.
– Pero ?por que iban a creer que estaban siendo atacados? -pregunto Kevin.
– Esta es la cuarta recogida de ejemplares -dijo Bertram y volvio a encogerse de hombros-. Puede que hayan aprendido lo que les espera. Pero sea cual fuere la razon, no queremos que nadie vaya a la isla. Spallek y yo hemos discutido esta cuestion y estamos totalmente de acuerdo.
Bertram se levanto del escritorio y rodeo con un brazo los hombros de Kevin. Este trato de apartarse, pero Bertram no lo solto.
– Vamos, Kevin, relajate. Hace un momento estabamos hablando de que no debes dejar que tu imaginacion se desboque. Tienes que salir de tu laboratorio y hacer algo para distraer esa mente hiperactiva tuya. Estas obsesionado y acabaras perdiendo la chaveta. Mira, ese asunto del fuego es ridiculo. Lo mas curioso es que el proyecto marcha a las mil maravillas. ?Por que no reconsideras mi invitacion a cenar? Trish y yo estariamos encantados de verte.
– Lo pensare -dijo Kevin, que se sentia muy incomodo con el brazo de Bertram sobre los hombros.
– Estupendo. -Le dio una ultima palmada en la espalda-. Tambien podriamos ir juntos al cine. Esta semana hay una magnifica funcion doble. Deberias beneficiarte del hecho de que recibimos las ultimas peliculas. GenSys hace un gran esfuerzo para enviarlas por avion todas las semanas. ?Que me dices?
– Supongo que estaria bien -respondio Kevin con aire evasivo.
– Fantastico. Hablare con Trish. Ella te llamara. ?De acuerdo?
– De acuerdo -contesto Kevin con una sonrisa forzada.
Cinco minutos despues, Kevin volvio a subir a su coche, mas confundido que antes de ver a Bertram. No sabia que hacer.
Era probable que su imaginacion le estuviera jugando una mala pasada. Si; era probable, pero no se le ocurria otra forma de comprobarlo, aparte de visitar la isla Francesca. Y para colmo ahora tenia una preocupacion nueva: la certeza de que algunas personas de la Zona sentian animosidad hacia el.
Freno junto a la salida del aparcamiento y miro a un lado y otro de la calle que discurria frente al complejo veterinario.
Espero a que pasara un camion y, cuando estaba a punto de seguir vio a un hombre inmovil en la ventana del cuartel general de los marroquies. El reflejo del sol sobre la ventana le impedia verlo bien, pero sabia que se trataba de uno de los guardias con bigote. Tambien era consciente de que el hombre lo miraba con atencion.
Se estremecio sin saber por que.
El trayecto de regreso al hospital fue rapido y tranquilo, pero los muros de vegetacion verde, aparentemente impenetrables, le producian una incomoda sensacion de claustrofobia. Kevin reacciono apretando el acelerador y se sintio aliviado al llegar a las afueras de la ciudad.
Aparco en el sitio de costumbre. Abrio la portezuela del coche, pero titubeo. Era casi mediodia y se debatio entre volver a casa a comer o trabajar otra hora en el laboratorio.
Gano el laboratorio. Esmeralda nunca lo esperaba antes de la una.
La breve caminata desde el coche hasta el hospital basto para que notara la intensidad del sol del mediodia. Era como estar cubierto por una pesada manta que le dificultaba los movimientos e incluso la respiracion.
Antes de llegar a Africa, nunca habia experimentado en carne propia el calor tropical. Una vez dentro, rodeado por el frio del aire acondicionado, se abrio el cuello de la camisa y despego la tela de su espalda.
Comenzo a subir por las escaleras, pero no llego muy lejos.
– Doctor Marshall llamo una voz.
Kevin miro a su espalda. No estaba acostumbrado a que lo abordaran en las escaleras.
– Deberia avergonzarse, doctor Marshall -dijo una mujer al pie de las escaleras. Su tono tenia un dejo burlon, que indicaba que no hablaba del todo en serio. Vestia pantalones de cirugia y una bata blanca arremangada hasta los codos.
– ?Como dice? -pregunto el. La mujer tenia un aire familiar, pero no terminaba de reconocerla.
– No ha ido a ver al paciente -le reprocho-. En los demas casos, solia visitarlos a diario.
– Es verdad -admitio el. Por fin habia reconocido a la mujer: era Candace Brickmann, una enfermera. Formaba parte del equipo de cirugia que habia volado con el paciente. Este era su cuarto viaje a Cogo, y Kevin la habia visto brevemente en las tres visitas previas.
– Ha herido los sentimientos del senor Winchester -insistio Candace, sacudiendo un dedo acusador. Era una joven vivaz de veintitantos anos con el cabello muy rubio y fino recogido en un mono. Kevin no recordaba haberla visto nunca sin una sonrisa en la cara.
– No crei que fuera a notarlo.
Candace meneo la cabeza y rio. Luego, cuando noto la expresion aturdida de Kevin, se cubrio la boca con una mano para contener nuevas carcajadas.
– Solo bromeaba -dijo-. Ni siquiera estoy segura de que el senor Winchester recuerde haberlo visto durante el frenetico dia de su llegada.
– Bueno, pienso pasar a ver como se encuentra. Pero hasta el momento he estado muy ocupado.
– ?Demasiado ocupado en este rincon olvidado de la mano de Dios?
– Bueno, supongo que mas bien he estado preocupado.
Ultimamente han pasado muchas cosas.
– ?Que clase de cosas? -pregunto Candace, reprimiendo una sonrisa. Ese investigador timido y sencillo le caia bien.
El hizo un ademan confuso con las manos mientras su cara se tenia de rubor.
– Un poco de todo -respondio por fin.
– Ustedes los academicos me desconciertan-senalo ella-.
Pero, bromas aparte, me alegra poder decirle que el senor Winchester se encuentra muy bien y, segun me ha dicho el cirujano, se lo debe sobre todo a usted.
– Yo no diria tanto -repuso Kevin.
– ?Vaya, tambien es modesto! Listo, apuesto y humilde. Una combinacion mortal.
Kevin balbuceo algo, pero las palabras no salieron de su boca.
– ?Le pareceria una impertinencia que lo invitara a comer? -dijo Candace-. Pensaba ir aqui enfrente a tomar una hamburguesa. Estoy cansada de la comida de la cafeteria y no me vendria mal tomar un poco de aire ahora que por fin ha salido el sol. ?Que me dice?
A Kevin le daba vueltas la cabeza. La invitacion era inesperada, y en otras circunstancias ese simple detalle le habria bastado para declinarla. Pero los comentarios de Bertram aun estaban frescos en su mente y le hicieron dudar.
– ?Le han comida la lengua los ratones? -pregunto Candace. Inclino ligeramente la cabeza y lo miro con