alli paso al despacho central que, por peticion expresa de Siegfried Spallek, no tenia aire acondicionado. Un gran ventilador de techo giraba perezosamente, emitiendo un zumbido intermitente.
Las aletas largas y planas solo conseguian mover el aire humedo, con lo que mantenian constante el calor de la estancia.
Bertram habia telefoneado con antelacion, de modo que el secretario de Siegfried, un negro de cara angulosa llamado Aurielo, nativo de la isla de Bioko, lo esperaba en el despacho interior. Aurielo habia estudiado en Francia para ser maestro de escuela, pero no habia conseguido empleo hasta que GenSys fundo la zona.
El despacho interior era mas grande que el exterior y ocupaba todo el ancho del edificio. Las ventanas con postigos daban al aparcamiento en la parte posterior, y a la plaza de la ciudad en el frente. Las ventanas delanteras ofrecian una vista imponente del nuevo complejo de hospital y laboratorio.
Desde donde estaba, Bertram podia ver las ventanas del laboratorio de Kevin.
– Sientese -le indico Siegfried sin levantar la vista. Su voz era ronca y gutural, con un ligero acento germanico. El tono, por su parte, era claramente autoritario. Estaba firmando una pila de cartas-. Terminare en un momento.
Bertram paseo los ojos por la oficina atestada. Nunca se sentia comodo en ese sitio. Como veterinario y ecologista moderado, no le gustaba la decoracion. Las paredes y todas las superficies horizontales estaban cubiertas de cabezas desecadas de animales con ojos vidriosos, muchas de ellas pertenecientes a especies en peligro de extincion. Habia felinos, como leones, leopardos y onzas, y una asombrosa variedad de antilopes, mas de los que Bertram conocia. Varias cabezas enormes de rinocerontes miraban con los ojos en blanco desde sus puestos privilegiados, a espaldas de Spallek. Sobre la estanteria habia serpientes, incluida una cobra. En el suelo, un inmenso cocodrilo con la boca entreabierta exhibia sus aterradores dientes. La mesa situada junto a la silla de Bertram era una pata de elefante cubierta con un tablero de caoba, desde cuyas esquinas se alzaban unos colmillos de elefante cruzados.
Pero incluso mas que los animales desecados, a Bertram le molestaban los craneos. Sobre el escritorio de Siegfried habia tres, todos con la parte superior serrada. Uno de ellos tenia un agujero de bala en la sien. Cumplian respectivamente las funciones de bote para clips, cenicero y candelero. Aunque el suministro de corriente electrica en la Zona era mas fiable que en el resto del pais, en ocasiones se producian apagones causados por la caida de un rayo.
La mayoria de la gente, y en especial los visitantes de GenSys, daban por supuesto que los craneos pertenecian a simios. Pero Bertram sabia que no era asi. Eran craneos humanos, de personas ejecutadas por los soldados ecuatoguineanos. Las tres victimas habian sido condenadas a la pena capital por interferir en las operaciones de GenSys. En realidad, los habian pillado cazando furtivamente chimpances en el territorio de ciento cincuenta kilometros asignado a la Zona. Siegfried consideraba esa area como su propio coto privado.
Hacia unos anos, cuando Bertram habia cuestionado educadamente la conveniencia de exhibir los craneos, Siegfried le habia respondido que contribuian a mantener a raya a los nativos.
– Es la clase de lenguaje que entienden -habia explicado-.
Son simbolos comprensibles para ellos.
Bertram no dudaba de que los nativos hubieran captado el mensaje, sobre todo en un pais que habia sufrido las atrocidades de un dictador diabolicamente cruel. Recordaba la reaccion de Kevin ante los craneos: habia dicho que le recordaban la locura de Kurtz, en El corazon de las tinieblas, de Joseph Conrad.
– Bien -dijo Siegfried apartando los papeles que acababa de firmar. Con su acento, sono mas bien como 'fien'-.
?Que es lo que le preocupa, Bertram? Espero que no tenga problemas con los bonobos nuevos.
– No, en absoluto. Las dos hembras estan en perfecto estado -repuso el veterinario, mientras observaba al gerente de la Zona. Su rasgo fisico mas llamativo era una grotesca cicatriz que se extendia desde debajo de la oreja izquierda, cruzando la mejilla, hasta la parte inferior de la nariz. Con el transcurso de los anos, la cicatriz se habia contraido de manera gradual, elevando la comisura izquierda de la boca de Siegfried para formar una perpetua sonrisa despectiva.
Desde el punto de vista formal, Bertram no estaba obligado a informar de sus problemas a Siegfried. Como jefe de los veterinarios del centro de investigacion y reproduccion de primates mas grande del mundo, Bertram respondia directamente al vicepresidente de operaciones de GenSys, que estaba en Cambridge, Massachusetts, y que tenia contacto directo con Taylor Cabot. Pero en todo lo referente a sus actividades cotidianas, y en especial al proyecto de los bonobos, a Bertram le convenia mantener una relacion amistosa con el jefe local. El problema era que Siegfried tenia mal caracter y era dificil de tratar.
Habia iniciado sus actividades en Africa como cazador furtivo, que conseguia a sus clientes lo que le pidieran a cambio de una cantidad pactada. Su reputacion lo habia obligado a trasladarse del Africa oriental a la occidental, donde resultaba mas facil transgredir las leyes de caza. Siegfried habia creado una organizacion importante, y las cosas marcharon bien hasta que unos rastreadores le fallaron en una situacion crucial, cuando un elefante macho los ataco y mato a sus clientes.
Este episodio sego la carrera de Siegfried como cazador.
Tambien le dejo una cicatriz en la cara y el brazo derecho paralizado. La extremidad colgaba laxa e inservible de la articulacion del hombro.
La furia causada por el accidente lo convirtio en un hombre amargado y vengativo. Sin embargo, GenSys habia reconocido su experiencia en la selva y sus dotes de organizacion, sus conocimientos sobre conducta animal y su autoritaria aunque eficaz conducta con los nativos. Lo consideraban el hombre perfecto para encargarse de la multimillonaria operacion africana.
– Hay un nuevo inconveniente en el proyecto de los bonobos -senalo Bertram.
– ?Tiene algo que ver con su preocupacion porque los bonobos se han dividido en dos grupos? -pregunto Siegfried con desden.
– ?Reconocer un cambio en su organizacion social es una preocupacion legitima! -exclamo Bertram enrojeciendo.
– Eso me dijo -replico Siegfried con voz cargada de intencion-. Pero he estado reflexionando sobre el tema y no le veo la importancia. ?Que mas da que vivan en un grupo o en diez? Lo unico que queremos es que se mantengan en su sitio y en buen estado.
– No estoy de acuerdo -dijo Bertram-. La division en grupos sugiere que no se llevan bien. Esto no es propio de la conducta de los bonobos y podria causarnos problemas en el futuro.
– Le dejo esa preocupacion a usted, que es el profesional
– repuso Siegfried-. A mi personalmente no me importa lo que hagan esos monos, mientras no surja un inconveniente que interfiera en mis ganancias y mis acciones. Este proyecto se esta convirtiendo en una mina de oro.
– El nuevo problema esta relacionado con Kevin Marshall -anuncio Bertram.
– ?Vaya! ?Que ha hecho ese idiota esqueletico para preocuparlo? -pregunto Siegfried-. Con su paranoia, es una suerte que no tenga que hacer mi trabajo.
– Ese tonto esta inquieto porque ha visto humo saliendo de la isla -explico Bertram-. Ha ido a verme en dos ocasiones. Una vez la semana pasada, y otra esta misma manana.
– ?Que pasa con el humo? -pregunto Siegfried-. ?Por que ha alarmado a Kevin? Por lo visto, es peor que usted.
– Cree que los bonobos podrian estar usando fuego -respondio Bertram-. No lo ha dicho explicitamente, pero estoy seguro de que se le ha pasado por la cabeza.
– ?Que quiere decir con que estan 'usando' fuego? -pre gunto Siegfried inclinandose-. ?Que encienden fogatas para calentarse o para cocinar? -Siegfried rio sin que se alterara su eterna mueca de desprecio-. No entiendo a los urbanitas americanos como ustedes. Cuando vienen a la selva tienen miedo hasta de su propia sombra.
– Se que es ridiculo -admitio Bertram-. Nadie mas ha visto humo o, si lo han visto, sin duda procede de algun incendio provocado por una tormenta electrica. El problema es que Kevin quiere ir a la isla.
– ?Nadie puede visitar la isla! -gruno Siegfried-. Solo esta permitido ir para recoger ejemplares y, aun entonces, los unicos autorizados son los miembros del equipo de recogida. Son las normas de la central. No hay excepciones, aparte de Kimba, el pigmeo, que debe ir a llevar comida suplementaria.
– Es lo que le dije -repuso Bertram-. Y no creo que haga nada por su cuenta. Pero pense que debia ponerlo sobre aviso de todos modos.