que solo hay dos personas que pueden autorizar una visita: Bertram Edwards y Siegfried Spallek. Yo ya he hablado con Bertram, y aunque le comente lo del humo, me dejo bien claro que no se permite el acceso de ninguna persona a la isla, con la excepcion del pigmeo que lleva la comida suplementaria.

– ?Le explicaste por que estabas preocupado? -pregunto Melanie.

– No de manera explicita. Pero el lo sabe; estoy seguro. Sin embargo, le resto importancia. El problema es que el y Siegfried han conseguido que los incluyeran en el plan de incentivos. En consecuencia se aseguraran de que nada amenace sus beneficios. Me temo que son lo bastante corruptos para no preocuparse por lo que ocurre en la isla. Y, ademas de su corruptibilidad, tenemos que tener en cuenta la sociopatia de Siegfried.

– ?Tan terrible es? -pregunto Candace-. He oido rumores.

– Pues multiplica por diez lo que hayas oido -respondio Melanie-. Esta como una regadera. Para darte un ejemplo, ejecuto a unos desgraciados ecuatoguineanos porque los pillo cazando furtivamente en la Zona, que es su coto privado.

– ?Los mato el personalmente? -pregunto Candace impresionada y asqueada.

– El mismo no -respondio Melanie-. Los hizo juzgar por un tribunal improvisado, aqui en Cogo. Luego un peloton de soldados ecuatoguineanos los ejecuto en el campo de futbol.

– Y para colmo -anadio Kevin-, usa los craneos de esos hombres para guardar los utensilios de su escritorio.

– Comienzo a arrepentirme de haber hecho esa pregunta -dijo Candace, estremeciendose.

– ?Y que hay del doctor Lyons? -pregunto Melanie.

Kevin rio.

– Olvidate de el. Es aun mas corrupto que Bertram. Esta operacion es obra suya. Tambien a el intente hablarle del humo, pero fue incluso menos receptivo. Dijo que todo era fruto de mi imaginacion. Con franqueza, no me fio de el, aunque debo reconocer que ha sido generoso con los incentivos y las acciones. Es lo bastante listo para darle una buena tajada a todas las personas involucradas en el proyecto, muy en particular a Bertram y a Siegfried.

– Entonces solo quedamos nosotros -dijo Melanie-. Descubramos si esto es fruto de tu imaginacion o no. ?Que os parece si los tres nos hacemos una escapada a la isla Francesca?

– Bromeas -dijo Kevin-. Sin autorizacion, es un delito castigado con la pena de muerte.

– Lo es para los habitantes locales -replico Melanie-. No pueden aplicarnos esa ley a nosotros. En nuestro caso, Siegfried tendra que responder ante GenSys.

– Bertram prohibio especificamente las visitas -insistio el-. Propuse ir solo y me dijo que no.

– Bien, ?y que? -dijo Melanie-. Se enfurecera, pero ?que va a hacer? ?Despedirnos? Yo llevo aqui mucho tiempo, asi que no seria tan terrible. Ademas, no pueden seguir adelante sin ti. Es la pura verdad.

– ?Creeis que podria ser peligroso? -pregunto Candace.

– Los bonobos son seres pacificos -respondio Melanie-.

Mucho mas que los chimpances. Y los chimpances no son peligrosos a menos que los ataques.

– ?Y que me dices del hombre que mataron?

– Eso fue durante el proceso de recogida de ejemplares -explico Kevin-. Tienen que acercarse a ellos para dispararles dardos. Ademas era la cuarta recogida.

– Lo unico que pretendemos es mirar -aseguro Melanie.

– Muy bien, ?y como llegamos alli? -pregunto Candace.

– En coche, supongo -respondio Melanie-. Asi se trasladan cuando van a llevar o retirar ejemplares. Debe de haber algun puente.

– Hay una carretera que bordea la costa al oeste -dijo Kevin-. Esta asfaltada hasta la aldea de los nativos y luego se convierte en un camino de tierra. Por ahi fui a visitar la isla antes de que empezaramos el programa. A lo largo de un trecho de unos treinta metros, la isla y el continente estan separados solo por un canal de diez metros de ancho. En aquel entonces habia un puente de alambre que se extendia entre dos arboles de caoba.

– Tal vez veamos a los animales sin necesidad de cruzar -dijo Melanie.

– Vosotras no le teneis miedo a nada-senalo Kevin.

– No creas -replico Melanie-. Pero no veo que corramos el menor riesgo por conducir hasta alli para echar un vistazo, cuando sepamos con que nos enfrentamos, podremos tomar una decision sobre nuestras acciones futuras.

– ?Cuando quereis hacerlo? -pregunto el.

– Yo propongo que lo hagamos ahora mismo -respondio

Melanie consultando su reloj de pulsera-. No hay un momento mejor. El noventa por ciento de la poblacion de la ciudad esta en el bar de la costa, chapoteando en la piscina o sudando a chorros en el polideportivo.

Kevin suspiro. Dejo caer los brazos a ambos lados del cuerpo y se dio por vencido.

– ?Que coche llevamos? -pregunto.

– El tuyo -respondio Melanie sin vacilar-. El mio no tiene traccion en las cuatro ruedas.

Mientras los tres bajaban por las escaleras y cruzaban la superficie alquitranada del aparcamiento, Kevin tuvo la apremiante sensacion de que estaban cometiendo un error.

Pero ante la determinacion de las mujeres, no se atrevio a expresar sus ideas en voz alta.

En la salida este de la ciudad pasaron junto a las pistas de tenis del polideportivo que estaban atestadas de jugadores.

Entre la humedad y el calor, los jugadores se veian tan empapados como si hubieran saltado a la piscina con sus prendas de deporte puestas.

Kevin conducia, Melanie iba sentada junto a el, en el asiento delantero, y Candace en el trasero. Las ventanillas estaban abiertas, pues la temperatura rondaba los cuarenta grados. A sus espaldas, el sol se ocultaba y reaparecia alternativamente entre las nubes que cubrian el horizonte. Pasado el campo de futbol, la vegetacion se cerraba sobre la carretera. Pajaros de vivos colores entraban y salian de las densas sombras. Grandes insectos se estrellaban contra el parabrisas, como pilotos kamikaze en miniatura.

– La selva parece muy densa -dijo Candace, que nunca habia viajado al este de la ciudad.

– No sabes cuanto -repuso Kevin. Poco despues de su llegada, habia hecho varias excursiones por la zona, pero con la profusion de lianas y enredaderas resultaba imposible avanzar si uno no llevaba un machete consigo.

– Acaba de ocurrirseme una idea sobre el asunto de la agresividad -dijo Melanie-. La pasividad de la sociedad bonobo suele atribuirse a su caracter matriarcal. Dado que nosotros tenemos una mayor demanda de dobles machos, tenemos una poblacion basicamente masculina. Debe de haber mucha competencia por las pocas hembras del grupo.

– Suena razonable -admitio Kevin, preguntandose por que Bertram no habia pensado en ello.

– Por lo que decis, es el sitio ideal para mi -bromeo Candace-. Puede que en mis proximas vacaciones decida visitar la isla Francesca.

– Podemos ir juntas -dijo Melanie sonriendo.

Se cruzaron con varios ecuatoguineanos que regresaban a la aldea desde Cogo, despues de su jornada laboral. La mayoria de las mujeres llevaban vasijas y paquetes sobre la cabeza. Casi todos los hombres iban con las manos vacias.

– Esta es una cultura extrana-observo Melanie-. Las mujeres se ocupan de casi todo el trabajo: cultivan los alimentos, llevan el agua, crian a los ninos, cocinan, hacen las tareas domesticas.

– ?Y que hacen los hombres? -pregunto Candace.

– Sentarse a discutir cuestiones metafisicas -respondio Melanie.

– Acaba de ocurrirseme una idea -dijo Kevin-. No se por que no se me ocurrio antes. Tal vez deberiamos hablar con el pigmeo que lleva la comida a la isla y ver que tiene que decir.

– Me parece buena idea -acepto Melanie-. ?Sabes como se llama?

– Alphonse Kimba -respondio el.

Al llegar a la aldea de los nativos, se detuvieron frente a la atestada tienda local y bajaron del coche. Kevin entro en la tienda para preguntar por el pigmeo.

– Este lugar es encantador -dijo Candace mirando alrededor-. Tiene un aire africano, pero al estilo de lo que uno podria ver en Disneylandia.

GenSys habia edificado la aldea con la colaboracion del Ministerio del Interior ecuatoguineano. Las casas eran

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