de ladrillos de barro encalados y techos de paja. Los corrales para los animales domesticos estaban construidos con esteras de cana atadas a estacas de madera. Los edificios parecian tradicionales, pero todos ellos estaban nuevos e impecables.
Tambien disponian de electricidad y agua corriente. Por debajo del suelo, estaba el tendido de la red electrica y un moderno sistema de cloacas.
Kevin regreso poco despues.
– No hay problema -dijo-. Vive cerca. Iremos andando.
La aldea hervia con el bullicio de hombres, mujeres y ninos. Muchos de ellos encendian los tradicionales fuegos para cocinar. Todos se mostraban amistosos y parecian contentos de haberse librado recientemente de la opresion de la interminable temporada de lluvias.
Alphonse Kimba media menos de un metro cincuenta de estatura y tenia la piel tan negra como el onix. Una sonrisa perpetua dominaba su cara ancha y chata cuando dio la bienvenida a sus inesperados visitantes. Quiso presentarles a su mujer y a su hijo, pero estos se escondieron timidamente entre las sombras.
Alphonse invito a sus huespedes a sentarse sobre la estera de mimbre. Luego saco cuatro vasos y una botella verde, que en un tiempo habia contenido aceite para coches, y sirvio una pequena cantidad de liquido a cada uno.
Los invitados removieron el brebaje en el vaso con recelo.
No querian pasar por desagradecidos, pero tampoco se atrevian a beber.
– ?Es una bebida alcoholica? -pregunto Kevin.
– Claro -respondio Alphonse y su sonrisa se ensancho-.
Es lojoko y esta hecha de maiz. Muy buena. La traigo de Lomako, mi pueblo natal. -Bebio con manifiesto placer. El ingles de Alphonse tenia un acento frances y no espanol, como el de los ecuatoguineanos. Era miembro de la tribu Mogandu de Zaire. Habia llegado a la Zona en el primer cargamento de bonobos.
Dado que la bebida contenia alcohol, que presumiblemente mataria a los microorganismos, los invitados probaron el brebaje con recelo. A pesar de sus buenas intenciones, todos hicieron una mueca de asco. La bebida tenia un fuerte sabor acre.
Kevin explico que habian ido a preguntar sobre los bonobos de la isla. No menciono su preocupacion de que entre ellos pudiera haber un grupo de protohumanos. Solo pregunto si Alphonse pensaba que se comportaban igual que los bonobos de su tierra natal, Zaire.
– Son todos muy jovenes -respondio Alphonse-. Asi que son muy rebeldes y salvajes.
– ?Usted va a la isla con frecuencia? -pregunto Kevin.
– No. Lo tengo prohibido. Solo cuando vamos a recoger o llevar animales, y siempre acompanado por el doctor Edwards.
– ?Y como lleva la comida suplementaria a la isla? -pregunto Melanie.
– En una pequena balsa -respondio Alphonse-. Tiro de ella en el agua con una cuerda y luego la empujo otra vez hacia la otra orilla.
– ?Los bonobos se muestran agresivos con la comida o la comparten? -inquirio Melanie.
– Muy agresivos -repuso Alphonse-. Luchan como locos, sobre todo por la fruta. Tambien vi a uno matar a un mono.
?Por que? -pregunto Kevin.
– Supongo que para comerselo -respondio Alphonse-.
Cuando vio que se habia terminado la comida, se lo llevo.
– Eso parece mas propio de un chimpance -dijo Melanie a Kevin.
Kevin asintio con un gesto.
– ?En que lugar de la isla se recogen los ejemplares? -pregunto.
– Todas las operaciones de recogida se han hecho a este lado del rio -respondio Alphonse.
– ?Ninguna mas alla del macizo? -pregunto Kevin.
– No; nunca.
– ?Como van a la isla para recoger ejemplares? ?Todo el mundo usa la balsa?
Alphonse se echo a reir a carcajadas, tanto que tuvo que secarse los ojos con el dorso de la mano.
– La balsa es demasiado pequena -respondio-. Nos comerian los cocodrilos. Usamos el puente.
– ?Y por que no usa el puente para llevar la comida? -pregunto Melanie.
– Porque el doctor Edwards tiene que hacerlo crecer -dijo Alphonse.
– ?Crecer? -pregunto Melanie.
– Si.
Los tres invitados intercambiaron miradas de asombro.
Estaban perplejos.
– ?Ha visto fuego en la isla? -pregunto Kevin cambiando de tema.
– No. Pero he visto humo.
– ?Y que penso cuando lo vio?
– ?Yo? Yo no pense nada.
– ?Alguna vez ha visto a un bonobo hacer esto? -pregunto Candace. Abrio y cerro los dedos, luego separo el brazo del cuerpo, imitando al bonobo en el quirofano.
– Si -respondio Alphonse-. Muchos hacen eso cuando terminan de repartirse la comida.
– ?Y que me dice de los ruidos? -pregunto Melanie-. ?Hacen mucho ruido?
– Mucho.
– ?Como los bonobos de Zaire? -intervino Kevin.
– Mas. Pero en Zaire yo no veia a los bonobos tan a menudo como aqui y nunca les di de comer. Alli se alimentan solos, con lo que encuentran en la selva.
– ?Que clase de ruido hacen? -pregunto Candace-. ?Puede darnos un ejemplo?
Alphonse rio con timidez.
Miro alrededor para asegurarse de que su mujer no lo escuchaba y vocalizo en voz baja:
– Eeee, ba da, lu lu, ta ta. -Rio otra vez. Era obvio que se sentia avergonzado.
– ?Chillan como los chimpances? -pregunto Melanie.
– Algunos -dijo Alphonse.
Los invitados se miraron. Por el momento no se les ocurrian mas preguntas. Kevin se levanto y las mujeres lo imitaron. Dieron las gracias a Alphonse por su hospitalidad y le devolvieron las bebidas intactas. Si Alphonse se sintio ofendido, no lo demostro. Su sonrisa permanecio inalterable.
– Hay algo mas -dijo Alphonse poco antes de que sus invitados se marcharan-. A los bonobos de la isla les gusta hacerse los payasos. Siempre que voy a llevarles la comida, se ponen de pie.
– ?Todo el tiempo? -pregunto Kevin.
– Casi todo.
El grupo cruzo la aldea en direccion al coche. No hablaron hasta que Kevin puso en marcha el motor.
– ?Y bien? ?Que opinais? -pregunto Kevin-. ?Deberiamos continuar? Ya se ha puesto el sol.
– Yo voto por seguir -dijo Melanie-. Si hemos llegado hasta aqui…
– Estoy de acuerdo -apunto Candace-. Ademas, siento curiosidad por ver el puente que crece.
– Yo tambien -dijo Melanie sonriendo-. ?Que hombrecillo tan encantador!
Kevin condujo alejandose de la tienda, ahora aun mas atestada que antes, aunque no estaba seguro de la direccion que debia tomar. Dentro de la aldea, el camino simplemente se expandia en el aparcamiento de la tienda, y la carretera que conducia al este no estaba senalizada. Para encontrarla, tuvo que dar vueltas alrededor del perimetro del aparcamiento.
Una vez en camino, les llamo la atencion cuanto mas facil habia sido viajar por la carretera asfaltada. El camino era estrecho, lleno de baches y barro. En la parte central, la hierba alcanzaba casi un metro de altura. Las ramas de los arboles se extendian de un lado al otro y golpeaban el parabrisas o en traban por las ventanillas. Tuvieron que cerrar las ventanillas para evitar lastimarse con las ramas. Kevin encendio el aire acondicionado y las luces. La vegetacion circundante devolvia el reflejo de los faros, creando la impresion de que conducian por un tunel..
– ?Cuanto tiempo tendremos que seguir por este camino de vacas? -pregunto Melanie.
– Solo cinco o seis kilometros -respondio el.