Kurt Wallander se sintio mal. No podia quitarse de encima el oscuro presentimiento que lo acosaba. Era como un dolor extendiendose por el cuerpo.

«Ahora tienes miedo», penso. «Ahora Kurt Wallander tiene miedo.»

Volvio a la cocina y se quedo mirando hacia la calle por la ventana.

De repente se dio cuenta de que el viento habia parado. La farola no se movia.

Algo iba a pasar, estaba seguro. Pero ?que? ?Y donde?

8

Por la manana saco su mejor traje.

Con disgusto descubrio una mancha en una de las solapas. «Ebba», penso. «Esto es una tarea tipica para ella. Cuando oiga que me vere con Mona, pondra todo su empeno en intentar quitar esta mancha. Ebba es una mujer que considera que el numero de divorcios es una amenaza mayor para el desarrollo de la sociedad que el aumento y recrudecimiento de la criminalidad.»

A las siete y cuarto coloco el traje en el asiento trasero del coche y se marcho. Una pesada capa de nubes se cernia sobre la ciudad.

«?Sera la nieve?», se pregunto. «La nieve que no quiero ver en absoluto.»

Condujo lentamente hacia el este, a traves de Sandskogen, pasando por el campo de golf abandonado y giro hacia Kaseberga.

Por primera vez en varios dias se sentia relajado. Habia dormido nueve horas seguidas. El chichon de la frente habia menguado y ya no le escocian las quemaduras del brazo.

Repaso de forma metodica el resumen que habia hecho la noche anterior. Lo esencial era encontrar a la mujer secreta de Johannes Lovgren. Y al hijo. Alli, en alguna parte, debian de hallarse los malhechores. Estaba completamente seguro de que el doble asesinato tenia que ver con la desaparicion de las veintisiete mil coronas y quiza tambien con los otros recursos de Johannes Lovgren.

Alguien que conocia, que sabia y que se habia tomado el tiempo de darle de comer al caballo antes de desaparecer. Una o mas personas que conocian las costumbres de Johannes Lovgren.

El coche alquilado en Goteborg no encajaba y tal vez tampoco tuviera nada que ver.

Miro el reloj. Las ocho menos veinte. Jueves 11 de enero.

En lugar de ir directamente a casa de su padre continuo unos kilometros adentrandose por el camino de grava que llevaba a Backakra y que serpenteaba entre dunas ondulantes. Dejo el coche en el aparcamiento vacio y subio a la colina, desde donde podia ver la dilatada superficie del mar.

Alli habia una formacion circular de piedras. Un circulo para la meditacion, construido en piedra unos anos antes. Invitaba a la soledad y a la tranquilidad del alma.

Se sento en una de las piedras y contemplo el mar.

Nunca habia tenido un caracter filosofico. No habia sentido la necesidad de buscarse a si mismo. La vida era un juego alternativo entre diferentes asuntos practicos que esperaban tener solucion. Lo que habia mas alla de eso era algo inevitable que no se inmutaria por mucho que el se preocupara por encontrarle un sentido que de todas formas no existia.

Estar unos minutos en soledad era algo diferente. La gran calma escondida en el hecho de no pensar en absoluto. Solo escuchar, ver, permanecer inmovil.

Un barco se dirigia a alguna parte. Un gran pajaro marino planeaba en silencio dejandose llevar por la corriente ascendente. Todo estaba muy quieto.

Despues de diez minutos se levanto y volvio al coche.

Su padre estaba pintando cuando entro por la puerta del estudio. Esta vez seria un lienzo con urogallo. Le miro malhumorado.

Kurt Wallander vio que estaba sucio. Ademas olia mal.

– ?Por que vienes? -pregunto.

– Quedamos en eso ayer, ?no?

– Dijiste a las ocho.

– Pero ?cielos! ?Solo llego once minutos tarde!

– ?Como demonios puedes ser policia si ni siquiera sabes llegar a tiempo?

Kurt Wallander no contesto. Penso en su hermana Kristina. Tendria que tomarse un momento para llamarla. Preguntarle si estaba informada sobre el progresivo decaimiento de su padre. El pensaba que la demencia senil era un proceso lento. En aquel momento se daba cuenta de que no era asi en absoluto.

El padre buscaba con el pincel un color en la paleta. El pulso aun era firme. Luego, con decision, puso un tono rojizo en el plumaje del urogallo.

Kurt Wallander se sento en el viejo trineo, observandolo. El mal olor que desprendia el cuerpo de su padre era agrio. Kurt Wallander recordo a un hombre maloliente sentado en un banco del metro de Paris cuando el y Mona estuvieron alli de viaje de novios.

«Tengo que decirselo», penso. «Aunque mi padre este volviendo a la ninez, tengo que hablarle como a un adulto.»

El padre seguia pintando con atencion.

«?Cuantas veces ha pintado este motivo?», penso Kurt Wallander.

Un calculo mental incompleto le llevo a la cifra de unas siete mil.

Siete mil puestas de sol.

Se sirvio cafe de la cafetera que humeaba en el fogoncillo.

– ?Como te va? -pregunto.

– Cuando uno es tan viejo como yo, te va como te va -contesto el padre con desden.

– ?No has pensado nunca en mudarte?

– ?Adonde iria? ?Por que habria de mudarme?

Las preguntas volvian como latigazos.

– A un centro para mayores.

Con un violento ademan, el padre dirigio el pincel hacia el, como si fuera un arma.

– ?Quieres que me muera?

– ?Claro que no! Pienso en lo que seria mejor para ti.

– ?Como crees que podria sobrevivir entre un monton de viejas y viejos? Y tampoco me dejarian pintar en la habitacion.

– Hoy en dia te dan un piso propio.

– Tengo una casa propia. No se si te has dado cuenta. ?O es que estas demasiado enfermo para eso?

– Solo estoy un poco resfriado.

Entonces se dio cuenta de que el resfriado no habia sido mas que una amenaza. Desaparecio con la misma rapidez con la que habia llegado. Le habia pasado unas cuantas veces. Cuando tenia mucho trabajo no se permitia estar enfermo. Pero una vez concluida la investigacion criminal, la infeccion brotaria inmediatamente.

– Voy a ver a Mona esta noche -dijo.

Era inutil seguir hablando de un geriatrico o un piso protegido, lo reconocio. Primero tenia que hablar con su hermana.

– Si te ha dejado, ya esta. Olvidala.

– No tengo ganas de olvidarla.

El padre seguia pintando. En aquel momento era el turno de las nubes rosadas. La conversacion paro.

– ?Necesitas alguna cosa? -pregunto Kurt Wallander.

El padre le contesto sin mirar.

– ?Ya te vas?

Se notaba el reproche en sus palabras. Kurt Wallander comprendio la imposibilidad de intentar ahogar la mala conciencia que enseguida se apodero de el.

– Tengo trabajo -dijo-. Soy jefe de policia en funciones. Estamos intentando resolver un doble homicidio. Y encontrar a unos piromanos.

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