– ?Tanto?
Cerre los ojos. Sentia mi cuerpo incandescente.
– No queria que murieras por que yo viese la laguna -aseguro ella.
Ya habia pasado. Dos viejos, desnudos en el asiento trasero de un viejo coche. Habiamos estado hablando de lo que solia suceder antiguamente, y quiza tambien en nuestros dias, en los asientos traseros de viejos coches aparcados en solitarios caminos de madereros. La gente hacia el amor y se liberaba imprecando. Pero nosotros dos, que juntos sumabamos ciento treinta y cinco anos, solo nos aferrabamos el uno al otro, uno por haber sobrevivido, el otro por no haber sido abandonado solo en el bosque.
Tras una hora mas, aproximadamente, se paso al asiento delantero y se vistio.
– Resultaba mas facil cuando era joven -admitio-. A una vieja sin agilidad como yo le cuesta vestirse dentro de un coche.
Saco ropa para mi de la mochila que tenia en el maletero. Antes de ponermela la calente sujetandola un rato delante del volante, por donde salia el calor del motor. A traves de la ventanilla vi que habia empezado a nevar. Me preocupe ante la idea de que la nieve se amontonase y nos impidiese salir a la carretera nacional.
Me vesti tan aprisa como pude, con torpeza, como si hubiese estado ebrio.
Cuando dejamos la laguna, nevaba intensamente. Pero el camino aun no estaba intransitable.
Regresamos a la pension. En esta ocasion, fue Harriet quien salio con el andador para comprar la pizza que constituyo nuestra cena.
Compartimos una de sus botellas de conac.
Lo ultimo que vi antes de dormirme fue su rostro.
Estaba muy cerca. Tal vez sonreia. Espero que asi fuese.
10
Cuando me desperte al dia siguiente, Harriet estaba sentada con el mapa abierto. Me dolia todo el cuerpo, como si hubiese participado en una pelea. Me pregunto como me encontraba y le conteste que bien.
– Los intereses -dijo con una sonrisa.
– ?Los intereses?
– De la promesa. Despues de tantos anos.
– ?Y que me pides?
– Que des un rodeo.
Senalo en el mapa el punto en que nos encontrabamos. En lugar de hacia el sur, deslizo su dedo hacia el este, hacia la costa y Halsingland. Cerca de Hudiksvall detuvo el dedo.
– Alli.
– ?Y que te espera alli?
– Mi hija. Quiero que la conozcas. Nos llevara un dia mas, quiza dos.
– ?Por que vive alli?
– ?Por que vives tu en la isla aquella?
Desde luego que hicimos lo que ella queria. Nos dirigimos a la costa. El paisaje era el mismo por todas partes, las mismas casas aisladas con sus antenas parabolicas y sus jardines vacios.
Ya entrada la tarde, Harriet me dijo que no podia mas. Nos detuvimos en un hotel de Delsbo. La habitacion era pequena y polvorienta. Harriet se tomo sus pastillas y sus analgesicos y se durmio exhausta. Tal vez bebiese algo sin que yo lo notara. Sali a buscar una farmacia y compre la revista farmaceutica
Me resultaba irreal encontrarme en la pasteleria, con un cafe y unas pastas sobre la mesa, rodeado de ninos que gritaban para atraer la atencion de sus madres, absortas en la lectura de alguna revista, intentando comprender lo enferma que estaba Harriet. A medida que pasaban las horas me iba dando cuenta de que estaba de visita en un mundo que habia perdido durante los anos vividos en la isla de mis abuelos. Durante doce anos habia negado la realidad de una existencia fuera de las playas y los acantilados que me rodeaban, un mundo que, de hecho, me atania. Me habia convertido en un eremita que no sabia lo que sucedia fuera de la cueva en que se escondia.
Pero en la pasteleria de Delsbo comprendi que no podia seguir viviendo esa vida. Desde luego que regresaria a mi isla, no tenia otro lugar al que acudir, pero nada volveria a ser como antes. En el instante en que descubri la negra sombra en el hielo, una puerta se cerro tras de mi, para nunca mas abrirse.
Habia comprado en un quiosco una postal que representaba un jardin vallado completamente cubierto de nieve. Se la envie a Jansson.
Le pedia en ella que les diese de comer a los animales. Nada mas.
Cuando volvi, Harriet estaba despierta. Movio la cabeza con desaprobacion al ver la revista farmaceutica.
– Hoy no quiero hablar de mis miserias.
Bajamos para cenar en el bar de al lado.
«Vivimos en la era de la comida precocinada, en la era de la grasa», pense mientras contemplaba los humeantes fogones. Harriet no tardo en apartar el plato asegurando que no podia comer un solo bocado mas. Intente convencerla de que tomase un poco mas, pero ?por que hice tal cosa? Un moribundo no come mas de lo que necesita para lo poco que le queda de vida.
Enseguida volvimos a nuestra habitacion. Las paredes estaban desnudas. En una habitacion contigua oimos a dos personas que hablaban, alzando y bajando la voz. Tanto Harriet como yo intentamos entender lo que decian, pero sin lograrlo.
– ?Te sigue gustando escuchar a hurtadillas?
– En mi isla no hay ningun tipo de conversaciones que puedan escucharse a hurtadillas.
– Siempre escuchabas mientras yo hablaba por telefono, aunque fingias desinteres mientras hojeabas algun libro o un periodico. Asi intentabas ocultar tu curiosidad. ?Lo recuerdas?
Me indigne. Pero claro que tenia razon. Yo siempre escuchaba a escondidas, desde que tuve oportunidad de oir las susurrantes y angustiosas conversaciones que mantenian mis padres. Me escondia tras puertas entreabiertas para escuchar lo que decian mis colegas, los pacientes, las conversaciones intimas de las gentes en los cafes o en los metros. Aprendi que la mayoria de esas conversaciones contenian pequenos atisbos de mentiras, apenas perceptibles. «?Fue siempre asi?», me preguntaba. «?Necesitaban acaso las conversaciones de la gente de imperceptibles anomalias mendaces para que pudiesen conducir a algo?»
La charla en la habitacion de al lado ceso. Harriet estaba cansada. Se tumbo y cerro los ojos.
Yo me puse el chaqueton y sali al pueblo desierto. Por todas partes se reflejaban las luces azules que se filtraban por las ventanas. Motocicletas solitarias, un coche a demasiada velocidad, despues, de nuevo el silencio. Harriet queria que yo conociese a su hija. Me preguntaba por que. ?Seria para demostrarme que se las habia arreglado bien sin mi, que habia tenido el hijo que no se me habia concedido a mi? Una sensacion de pesadumbre me invadio mientras caminaba en la tarde invernal.
Me detuve junto a una pista de hielo iluminada donde unos jovenes jugaban al bandy con una pelota roja. Senti cercana mi juventud. El sordo sonido de los patines cortando el hielo, los palos al golpear la pelota, los gritos aislados, alguno que otro que se caia para volver a levantarse enseguida… Asi lo recordaba yo, aunque jamas tuve un palo de bandy entre las manos, pues siempre me toco jugar en una pista de hockey, donde sospecho que el juego era mas doloroso que el que yo veia desarrollarse ahora ante mis ojos.
«Levantarte inmediatamente cuando te caias.»
Esa era la regla de oro aprendida en las heladas pistas de hockey de la ninez. Y seguiria teniendo vigencia en la vida que me esperaba.
Levantarte siempre de inmediato cuando te caes. Nunca quedarte en el suelo. Pero eso era precisamente lo que yo habia hecho. Me habia quedado tumbado en el suelo cuando cometi aquel gran error.
Observe el juego y, tras un instante, descubri a un nino muy pequeno, el mas bajito de todos y, ademas, gordo, o quiza solo llevase mas ropa de la cuenta. Pero era el mejor. Aceleraba mas que los demas, dirigia la bola con su palo sin mirarla siquiera, hacia un amago, como el rayo, y terminaba colocandose siempre en posicion para recibir un pase. Y me di cuenta de que todos los jugadores eran conscientes de que el era el mejor con diferencia.