Resulto una noche singular.
En la caravana, Louise preparaba la comida mientras Harriet y yo nos apretujabamos en la minuscula cama. Cuando le dije que debiamos pensar donde pasariamos la noche, Louise aseguro que cabriamos los tres en su cama. Yo tenia intencion de protestar, pero no me atrevi. Despues, Louise saco una garrafa de un vino muy fuerte con sabor a grosella. Harriet contribuyo con una de las botellas de aguardiente que aun le quedaban. Louise nos sirvio un guiso que, segun ella, contenia carne de alce y algunas de las verduras que uno de sus amigos cultivaba en un invernadero que, aseguraba, tambien le servia de vivienda. Se llamaba Olof, dormia entre los pepinos y era uno de sus contrincantes en el ring cuando llegaba la primavera.
No tardamos en estar ebrios los tres, aunque Harriet mas que ninguno. De vez en cuando daba una cabezada.
Louise tenia una forma curiosa de chasquear los dientes cuando apuraba un vaso. Yo intentaba no marearme, pero no lo logre.
En una conversacion cada vez mas desquiciada y desgarradora empece a intuir algo de la historia comun de Louise y Harriet. Siempre habian mantenido el contacto, discutian a menudo y no estaban de acuerdo en casi nada. Pero tambien se amaban. De modo que me encontraba con una familia gobernada por mucha ira, pero tambien unida por unos lazos de intenso amor.
Durante un buen rato, nuestra conversacion trato principalmente de perros. No de los que andaban con correa, sino de los perros salvajes que poblaban las llanuras africanas. Mi hija decia que le recordaban a sus amigos del bosque, una jauria de perros africanos que meneaban sus rabos saludando a la jauria de boxeadores de Norrland. Le conte que yo tenia un perro cuya mezcla de razas resultaba dificil de determinar. Cuando Louise supo que el perro corria suelto por la isla de mis abuelos, asintio complacida. Tambien mi viejo gato desperto su interes.
Harriet termino durmiendose por el cansancio, el aguardiente y el vino de grosella. Louise la cubrio amorosamente con una manta.
– Siempre ha roncado. Cuando yo era nina, fingia que no era ella, sino mi padre, quien venia roncando como una sombra a darme las buenas noches. ?Tu roncas?
– Si.
– ?Menos mal! ?Un brindis por mi padre!
– Por mi hija.
Lleno los vasos con mano vacilante, el vino rojo se derramo sobre la mesa y ella lo seco con la palma de la mano.
– Cuando oi el coche que se detenia y sali al jardin, me pregunte con que clase de viejo se habria juntado Harriet en esta ocasion.
– ?Es que suele venir con distintos hombres?
– Viejos. No hombres. Siempre encuentra quien la traiga hasta aqui y vuelva a llevarla a casa despues. Es capaz de sentarse en una pasteleria del barrio de Soder, en el centro de Estocolmo, con su aspecto triste y cansado. Siempre aparece alguien que le pregunta si puede ayudarla, tal vez llevarla a casa. Y una vez en el coche, ultimamente hasta con el andador en el maletero, le cuenta que su casa esta a unos trescientos kilometros hacia el norte, justo al sur de Hudiksvall. Por sorprendente que parezca, casi nadie se niega a traerla hasta aqui. Pero pronto se cansa del mismo y suele cambiar. Mi madre es una mujer impaciente. Durante largos periodos de mi ninez y mi adolescencia, despertaba cada domingo con un hombre distinto. A mi me encantaba saltar a su cama y despertar a aquellos hombres hasta que hacian el desagradable descubrimiento de que yo existia. Despues ella se pasaba largas temporadas sin mirar siquiera a los hombres.
Sali a orinar. La noche centelleaba. A traves de la ventana vi como Louise ponia un almohadon bajo la cabeza de su madre. Senti deseos de llorar. O de salir corriendo de alli, meterme en el coche y marcharme. Pero segui mirandola por la ventana con la sensacion de que ella sabia que yo estaba alli observandola a hurtadillas. De repente, volvio la cabeza hacia la ventana y me sonrio.
No me meti en el coche, sino que entre en la caravana.
Nos sentamos de nuevo en la angosta caravana a beber y a continuar con nuestra torpe conversacion. Creo que, en el fondo, ninguno de los dos dijo lo que en verdad queria decir. Louise saco unos albumes de fotos de un cajon. Instantaneas descoloridas, en blanco y negro, pero sobre todo malas fotos en color, de las que se hacian en los anos sesenta, cuando a casi todo el mundo le salian reflejos del flash en los ojos y los fotografiados miraban al espectador como vampiros. Habia fotografias de la mujer a la que yo habia abandonado y de la hija que yo habria querido tener mas que nada. Una nina pequena, no una mujer adulta. Habia una expresion vigilante en su mirada. Como si en realidad no quisiera que la vieran.
Hojee el album. Louise apenas hablaba, solo respondia cuando yo preguntaba. ?Quien habia tomado la foto? ?Donde estaban? El verano que mi hija cumplio los siete anos, ella, Harriet y un hombre llamado Rickard Munter pasaron varias semanas en la isla de Gettero, cerca de Varberg. Rickard Munter era un hombre corpulento y calvo, que siempre llevaba un cigarrillo entre los labios. Senti un atisbo de celos. El habia estado con mi hija cuando era pequena, como yo deseaba que fuese aun. Rickard Munter habia muerto pocos anos mas tarde, cuando su relacion con Harriet ya habia terminado. Un tractor le volco encima y lo aplasto. Ahora no quedaba de el mas que aquella imagen con el cigarrillo en la boca y los reflejos rojos del flash en las pupilas.
Cerre el album. No tenia fuerzas para seguir viendo fotos. El contenido de la garrafa de vino iba disminuyendo. Harriet dormia. Le pregunte a Louise para quien escribia cartas. Ella nego con un gesto.
– Ahora no. Manana, cuando despertemos y nos hayamos recuperado de la resaca. Ahora sera mejor dormir. Por primera vez en mi vida podre acostarme entre mis padres.
– No creo que quepamos en esa cama -observe-. Yo dormire en el suelo.
– Cabremos.
Louise movio con cuidado a Harriet y cerro la mesa despues de retirar tazas y vasos. La cama era extensible, pero yo veia que, aun asi, estariamos terriblemente estrechos.
– No pienso quitarme la ropa delante de ti -me dijo-. Sal afuera. Dare unos golpes en la pared cuando me haya metido en la cama.
Hice lo que me pedia.
El firmamento parecia girar sobre mi. Di un traspie y me cai sobre la nieve. Me habia enterado de que tenia una hija a la que tal vez yo llegase a gustarle, que tal vez llegase incluso a amarme a mi, a un padre al que jamas hasta ese momento habia conocido.
Contemple mi vida.
Hasta ahi habia llegado. Quiza quedasen aun un par de encrucijadas. Pero no muchas. Y no por mucho tiempo.
Louise aporreo la pared. Habia apagado todas las lamparas y habia encendido una vela que tenia sobre el pequeno frigorifico. Vi los dos rostros, muy pegados el uno al otro. Harriet junto a la pared; junto a ella, mi hija. Para mi quedaba una delgada franja de la cama.
– Apaga la vela -me dijo Louise-. No quiero que ardamos la primera noche que duermo con mis padres.
Me quite la ropa, aunque me deje los calzoncillos y la camiseta interior, apague la vela y me arrebuje bajo el edredon. Era imposible evitar rozar a Louise. Note con horror que pensaba dormir desnuda.
– ?No podrias ponerte un camison? -le pregunte-. No puedo dormir contigo desnuda a mi lado. Me imagino que lo comprendes.
Louise trepo por encima de mi y se puso algo que me parecio un vestido. Despues se acosto de nuevo.
– Bien, ahora, a dormir -dijo-. Por fin podre oir roncar a mi padre. Estare despierta hasta que te hayas dormido.
Harriet murmuro algo en suenos. Cuando se dio la vuelta, los demas tuvimos que hacer otro tanto. El cuerpo de Louise era calido. Desee que fuese una nina que durmiese segura junto a mi, con su camison. No una mujer adulta que, de repente, irrumpia en mi vida.
No se cuando me dormi. Seguro que paso un buen rato, hasta que la cama dejo de dar vueltas.
Cuando desperte, estaba solo en la cama.
La caravana estaba vacia. No tuve que levantarme y abrir la puerta para saber que se habian llevado el coche.