regalarme. Durante esas dos horas aprendi que el universo de los pies es mucho mas complejo y amplio de lo que podia creerse. Giaconelli busco largo rato el eje de longitud imaginario que determinaba si mi pie derecho o izquierdo senalaba hacia fuera o hacia dentro. Comprobo la forma de la planta y el empeine, intento localizar deformaciones caracteristicas, si tenia los pies planos, si tenia torcido el dedo menique o si los pulgares se elevaban por encima de lo normal, como los dedos en martillo. Comprendi que existia una regla de oro que Giaconelli seguia rigurosamente: los mejores resultados se obtenian con los instrumentos de medicion mas sencillos. Asi, el se contentaba con dos moldes de talon y una cinta metrica para zapateros. Dicha cinta, de color amarillo, contenia dos escalas. Con una se media la longitud del pie en puntadas francesas, de 6,66 milimetros. La otra media el ancho y el contorno del pie segun el sistema metrico decimal, en centimetros y milimetros. Aparte de estos instrumentos utilizaba una vieja escuadra y, cuando me coloque sobre el papel blanco, dibujo la silueta de mis pies con un simple lapiz. Entre tanto no cesaba de hablar, como cuando, segun recordaba de mis anos de cirujano, los medicos de mas edad aludian a cada movimiento que hacian, valoraban cada corte, el flujo sanguineo, el estado general del paciente. Del mismo modo, mientras dibujaba el contorno de mis pies, Giaconelli contaba que, al ejecutar aquello, el lapiz debia formar un angulo de noventa grados exactamente. Si el angulo era inferior a los noventa grados, explico en su sueco de peculiar acento, los zapatos resultarian un numero mas pequenos, como minimo.

Seguia con el lapiz la forma del pie desde el talon, siempre habia que empezar por el talon, para continuar por la parte interior del pie hasta el dedo pulgar, pasar despues las puntas de los demas dedos y dibujar luego la parte exterior hasta volver al talon. Me pidio que apretase los dedos contra el suelo. Eso dijo, pese a que me encontraba sobre la mesa y tenia un papel bajo los pies. Para Giaconelli, la base siempre era el suelo y nada mas.

– Unos buenos zapatos han de ayudar al hombre a olvidar la existencia de sus pies -decia-. Nadie camina por la vida sobre una mesa ni tampoco sobre un papel extendido. El pie y el suelo que pisa forman una unidad.

Puesto que el pie izquierdo y el derecho nunca son exactamente iguales, tuvo que dibujar el contorno de ambos. Una vez listos los contornos, Giaconelli marco la posicion de los dedos primero y quinto, asi como los puntos mas sobresalientes del empeine y el talon. Dibujaba despacio, como si no solo siguiese cuidadosamente el contorno de mi pie, sino que se hallase tambien inmerso en un proceso interior del que yo todo lo ignoraba, que yo solo podia intuir. Ya habia observado esa misma actitud en los cirujanos que mas admiraba. Esos medicos creaban, durante sus operaciones, algo que guardaban secretamente para si.

Cuando por fin pude bajarme de la mesa, repitio toda la operacion mientras yo estaba sentado en una vieja silla de mimbre. Supuse que Giaconelli se la habia traido de Roma cuando decidio continuar su trabajo en el corazon de los bosques de Norrland. Seguia mostrandose igual de exhaustivo pero, en lugar de hablar, tarareaba la opera que estaba sonando cuando Louise y yo entramos en su casa.

Despues, una vez concluidas las mediciones, pude ponerme los calcetines y los zapatos, en su lamentable estado, y nos tomamos otra copa de vino. Giaconelli parecia cansado, como si la operacion de medirme los pies lo hubiese dejado exhausto.

– Propongo un par de zapatos negros con un matiz violeta -sugirio Giaconelli-. Un pespunte en la parte superior y agujeros para los cordones. Para mantener un tono discreto y, al mismo tiempo, darles un toque personal, utilizaremos dos clases de piel. Para la parte superior tengo un trozo de piel curtida hace doscientos anos que otorgara un toque particular al color y la impresion que causen los zapatos.

Volvio a llenar las copas con el vino que quedaba en la botella.

– Dentro de un ano estaran listos -aseguro-. En estos momentos estoy trabajando en los zapatos de un cardenal del Vaticano. Ademas, tengo un par para el dirigente Keskinen y le he prometido a la cantante Klinkowa un par de zapatos para sus actuaciones. Empezare los tuyos dentro de ocho meses; dentro de un ano estaran listos.

Apuramos las copas. Nos estrecho la mano y se marcho. Cuando salimos, volvimos a oir la musica procedente de la habitacion en la que tenia el taller.

Acababa de conocer a un maestro que vivia en un pueblo desierto de los grandes bosques. Muy lejos de las ciudades se escondian personas que poseian conocimientos maravillosos y sorprendentes.

– Un hombre extraordinario -comente mientras nos dirigiamos al coche.

– Un artista -preciso mi hija-. Sus zapatos no pueden compararse con los demas, no pueden imitarse.

– ?Por que vino aqui, en realidad?

– La ciudad lo enloquecia. La angostura, la impaciencia que no le permitia realizar su trabajo con calma. Vivia en la Via Salandra. Y yo me he propuesto ir alli un dia para ver lo que dejo atras.

Recorrimos el creciente ocaso. Cuando nos acercamos a una parada de autobus, me pidio que me desviase y me detuviese.

El bosque estaba cerca. La mire antes de preguntar:

– ?Por que paramos?

Louise extendio la mano hacia mi. Yo la estreche entre las mias. Nos mantuvimos asi, sentados y en silencio. Un camion que transportaba madera se acercaba atronador levantando nubes de polvo de nieve.

– Se que registraste mi caravana mientras estabamos fuera. No importa. No encontraras mis secretos en cajones y estanterias.

– Vi que escribes cartas y que, a veces, te responden. Pero no recibes las respuestas que deseas, ?no?

– Recibo fotografias firmadas de politicos a los que acuso de algun crimen. La mayoria de ellos responde con evasivas, si es que responden.

– ?Que esperas conseguir con ello?

– Una diferencia tan nimia que, seguramente, no se percibe. Pero no por ello deja de ser una diferencia.

Yo tenia muchas preguntas, pero Louise me interrumpio antes de que me diese tiempo de formularlas.

– ?Que quieres saber de mi?

– Llevas una vida extrana, aqui en medio del bosque. Pero tal vez no pueda considerarse mas extrana que la mia. Me cuesta preguntar acerca de todo aquello que me suscita una duda. Pero puedo ser un buen oyente. Los medicos deben serlo.

Louise permanecio en silencio un instante, antes de comenzar a hablar.

– Tu hija ha estado en la carcel. Hace once anos. No habia cometido ningun crimen violento. Solo estafas.

Entreabrio la puerta pese a que el frio se aduenaria enseguida del interior del coche, como asi ocurrio.

– Yo digo la verdad -prosiguio-. Da la impresion de que tu y mi madre os habeis mentido todo el tiempo. No quiero ser como vosotros.

– Eramos jovenes -me excuse-. Ninguno de los dos sabia lo bastante de si mismo como para actuar siempre correctamente. La verdad puede resultar mucho mas dificil de sobrellevar. Las mentiras son mas simples.

– Quiero que sepas como lo he pasado. Cuando era nina, me veia a mi misma como un objeto de intercambio. O como si estuviese en casa de mi madre solo de forma provisional, a la espera de mis verdaderos padres. Ella y yo manteniamos una guerra sin cuartel. Has de saber que no era facil vivir con Harriet. De eso te has librado.

– ?Que paso?

Louise se encogio de hombros.

– El lamentable repertorio de siempre. Todo segun el orden habitual. Pegamento, disolvente, drogas, hacer novillos. Pero no me hundi. Sali a flote. Recuerdo aquel tiempo como una epoca de jugar a la gallina ciega. Vivia con una venda en los ojos. Mi madre, en lugar de ayudarme, me reprendia. Intentaba mostrar su amor por mi a gritos. Hui de casa en cuanto pude. Me vi envuelta en una marana de deudas que me llevo a las estafas y, de ahi, a una puerta que se cerro tras de mi. ?Sabes cuantas veces me visito Harriet cuando estuve encerrada?

– No.

– Una. Justo antes de que me soltaran. Para asegurarse de que no tenia planes de mudarme a casa. Despues de aquello estuvimos cinco anos sin hablarnos. Y tardamos en recuperar el contacto.

– ?Que paso despues?

– Conoci a Janne, que era de aqui. Un dia, su cuerpo amanecio frio a mi lado. El funeral de Janne se celebro en una iglesia del lugar. A el acudieron familiares de cuya existencia yo no tenia noticia. Me levante de repente y dije que queria entonar un canto. No se de donde saque el valor. Tal vez nacio de la ira ante el hecho de encontrarme sola de nuevo y al ver a todos aquellos parientes, que no aparecieron cuando los necesitabamos.

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