que carecia de ella, confie el Mazda al dios de los aparcamientos y me uni a la riada de gente de la calle.

Como en un bosque tropical, en el Main residen heterogeneas especies, poblaciones que viven unas junto a otras pero que ocupan diferentes sectores. Un grupo ejerce su actividad de dia; el otro, exclusivamente de noche.

En las horas que transcurren desde el amanecer al crepusculo el Main es el reino de repartidores, tenderos, escolares y amas de casa, con los sonidos caracteristicos del comercio y los juegos. Los olores son limpios y proceden de alimentos: pescado fresco de Waldman's, carne ahumada de Schwartz's, manzanas y fresas de Warshaw's, bollos y panes de La Boulangerie Polonaise.

A medida que las sombras se extienden y las farolas y las luces de los bares se encienden, se cierran los comercios y abren las tabernas y locales porno, y la multitud diurna cede las aceras a diferentes criaturas. Algunas son inofensivas: turistas y jovencitos que acuden en busca de alcohol y emociones a precio economico. Otros son mas nocivos: chulos, camellos, prostitutas y drogadictos. Los usuarios y los utilizados, depredadores y presas en una cadena alimentaria de miseria humana.

A las once y cuarto el turno de la noche dominaba por completo. Las calles estaban atestadas, y los bares y bistros de alquiler bajo, abarrotados de publico. Fui hacia Ste. Catherine y me detuve en la esquina, con La Belle Province a mis espaldas. Parecia un buen lugar donde comenzar. Al entrar, pase junto a la cabina telefonica desde donde Gabby me habia llamado presa del panico.

El restaurante olia a desinfectante, grasa y cebollas refritas. Era demasiado tarde para cenar y demasiado temprano para la sesion de bebida posterior, de modo que solo estaban ocupadas cuatro mesas.

Una pareja con identicas chaquetas indias se miraban sombrios sobre sus cuencos de chili semiconsumidos. Sus erizados cabellos eran de identica negrura, como si se hubieran repartido el coste del tinte, y llevaban suficiente cuero tachonado para abrir una combinacion de casetas de perros y equipos de motocicletas.

Una mujer con los brazos como lapices y cabellos ahuecados de color platino fumaba y tomaba cafe en una mesa del fondo. Llevaba un top cenido rojo y lo que mi madre hubiera calificado de pantalones pitillo. Probablemente lucia aquel mismo aspecto desde que habia salido de la escuela y se habia unido al ejercito callejero.

Mientras la observaba, apuro su cafe, dio una profunda calada a su cigarrillo y aplasto la colilla en el platillo de metal que hacia las veces de cenicero. Paseo con indiferencia sus pintados ojos por la sala sin la esperanza de encontrar un objetivo, pero preparada para entrar en danza. Tenia la triste expresion de quien lleva mucho tiempo en la calle. Como ya no estaba en condiciones de competir con las jovenes, probablemente se habria especializado en sesiones rapidas en las callejuelas y en los asientos posteriores de los coches. El extasis a ultimas horas de la noche a precios de ganga. Se subio el top en su huesudo pecho, recogio la cuenta y fue hacia la caja. Rosie la Remachadora pateaba de nuevo las calles.

Tres muchachos ocupaban una mesa cerca de la puerta. Uno estaba derrengado sobre la mesa, con la cabeza apoyada en un brazo y el otro inerte en el regazo. Los tres llevaban camisetas, pantalones tejanos cortados por las rodillas y gorras de beisbol, dos de ellos con la visera hacia atras. En cuanto al tercero, desdenando a la moda, llevaba la visera sobre la frente. Los jovenes despiertos comian hamburguesas y al parecer se desentendian de su companero. Tendrian unos dieciseis anos.

La clienta restante era una monja. No se veia a Gabby.

Sali del restaurante y mire arriba y abajo de Ste. Catherine. Los grupos de motoristas habian llegado, y las Harley y Yamaha se alineaban a ambos lados de la calle en direccion este. Sus propietarios montaban a horcajadas en ellas o bebian y charlaban en pandillas, vestidos de cuero y con botas pese al calor de la noche.

Las mujeres que los acompanaban estaban sentadas tras ellos o conversaban entre si. Me recordaban mis anos de universidad. Pero aquellas mujeres escogian un mundo de violencia y dominacion machista. Como los cinocefalos, las mujeres del grupo eran conducidas en manadas y controladas. Peor aun, dominadas y sexualmente explotadas, tatuadas, quemadas, golpeadas y asesinadas. Y, sin embargo, seguian con ellos. Si aquello era mejorar, no imaginaba que dejaban detras.

Escudrine hacia la parte occidental de St. Laurent e inmediatamente descubri lo que buscaba. Dos prostitutas merodeaban ante el Granada fumando y charlando. Reconoci a Poirette, pero no me senti muy segura en cuanto a su companera.

Contuve el impulso de renunciar y volver a casa. ?Y si me habia equivocado en mi atavio? Me habia puesto una sudadera, tejanos y sandalias en la confianza de resultar inofensiva, pero no sabia si lo habia conseguido. Nunca habia realizado semejante trabajo de campo.

«Dejate de tonterias, Brennan; te andas con rodeos. Largate de aqui. Lo peor que puede sucederte es que te vuelvan a sacudir. No seria la primera vez.»

Avance una manzana y me detuve frente a las dos mujeres.

– Bonjour -salude.

Mi voz sonaba temblorosa, como una cinta de casete tensa y rebobinada. Me irrite conmigo misma y tosi para disimular.

Las mujeres interrumpieron su conversacion y me inspeccionaron sin pronunciar palabra y con aire totalmente inexpresivo, como si estuvieran ante un insecto insolito o un objeto extrano que se mete por la nariz.

Poirette se balanceo apoyandose en su otra cadera. Llevaba las mismas botas negras que la primera vez que la vi. Se pasaba un brazo por la cintura, en el que apoyaba su codo y me miraba con los ojos entornados. Dio una profunda calada al cigarrillo, inhalo con intensidad el humo en sus pulmones y por ultimo adelanto el labio inferior y proyecto el humo hacia arriba en una espiral que se diluyo como neblina entre el intermitente resplandor del letrero de neon del hotel. Sobre su cutis color de cacao se proyectaban las luminosas franjas rojiazules. Sin decir palabra desvio de mi su mirada y la centro en la gente que desfilaba por la acera.

– ?Que deseas, cherie?

La voz de la mujer era ronca y profunda, como si formara las palabras con particulas de sonidos entre las que flotaban lagunas. Se habia dirigido a mi en ingles con una cadencia que recordaba cienagas con jacintos y cipreses, bandas de dialecto criollo y musica zydecko de Luisiana, cigarras que cantaban en las apacibles noches de verano. Era mayor que Poirette.

– Soy amiga de Gabrielle Macaulay y trato de encontrarla.

Hizo un movimiento ambiguo con la cabeza. No supe a ciencia cierta si ello significaba que no conocia a Gabby o que no deseaba responder.

– Es antropologa y trabaja por aqui.

– Todas trabajamos por aqui, querida.

Poirette dio un resoplido y movio los pies. Observe que llevaba pantalones cortos y un corpino negro brillante. Estaba segura de que conocia a mi amiga: era una de las mujeres que habiamos visto aquella noche y que Gabby me habia senalado. Vista de cerca aun parecia mas joven. Me centre en su companera.

– Gabby es una mujer grande -prosegui-, de mi edad. Tiene… -me esforce por encontrar el calificativo-… rizos rojos.

Absoluta indiferencia.

– Y una anilla en la nariz.

Era como hablar con una pared.

– Hace tiempo que no logro localizarla. Creo que su telefono esta estropeado y estoy preocupada por ella. Seguro que vosotras debeis conocerla.

Acentue las vocales e intensifique mi pronunciacion para apelar a la lealtad regional: hijas del sur unidas.

La oriunda de Luisiana se encogio de hombros en una version surena de la universal respuesta francesa. Mas hombros, menos palmas.

A paseo con el intento de acercamiento natal. No llegaria a ninguna parte. Comenzaba a comprender lo que queria decir Gabby. En el Main no se formulan preguntas.

– Si la veis ?querreis decirle que la busca Tempe?

– ?Es sureno ese nombre, cherie?

La mujer introdujo una de sus largas unas pintadas de rojo entre sus cabellos y se rasco la cabeza. El peinado, tan lacado que hubiera resistido a un huracan, se movio en masa creando la ilusion de que su cabeza cambiaba de forma.

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