– No exactamente. ?Sabeis algun lugar donde pueda buscarla?

Otro encogimiento de hombros. La mujer retiro el dedo y examino su una.

Saque una tarjeta del bolsillo del pantalon.

– Si se os ocurre algo, podeis encontrarme aqui.

Cuando me alejaba observe que Poirette cogia la tarjeta.

Mis aproximaciones a otras muchachas de Ste. Catherine dieron el mismo resultado. Reaccionaban entre indiferentes y airadas, animadas de modo uniforme por las sospechas y la desconfianza. No obtuve informacion alguna. Si Gabby habia aparecido alguna vez por alli, nadie iba a admitirlo.

Fui de bar en bar, desplazandome entre los sordidos ambitos de la gente nocturna. Cada uno era como el anterior, ideados por un mismo y retorcido decorador, de techos bajos y paredes de ladrillos, con murales pintados con esprays o cubiertos con bambues falsos y maderas baratas. Eran oscuros y humedos y olian a cerveza rancia, humo y sudor. En los mejores, los suelos estaban secos y los aseos limpios.

Algunos bares tenian plataformas levantadas sobre las que se retorcian las chicas que practicaban el striptease, cuyos dientes y tangas resplandecian entre las luces negras y sus rostros mostraban expresiones fijas y aburridas. Los hombres llevaban camisetas, lucian grandes ojeras de crapula, bebian cerveza en botellas y contemplaban a las bailarinas. Mujeres que se las daban de elegantes bebian vino barato o tomaban bebidas sin alcohol que disimulaban en vasos de whisky y se esforzaban por sonreir a los hombres que pasaban ante ellas, con la esperanza de atraerlos. Aunque trataran de mostrarse seductoras, la mayoria se veian cansadas.

Las que mas tristeza inspiraban eran quienes se encontraban en los limites del ejercicio de su vida carnal, las que acababan de cruzar las lineas del comienzo o del fin. Habia las dolorosamente jovenes, algunas que aun conservaban los colores de la pubertad; otras habian acudido en busca de diversion y un ligue rapido, y las habia que escapaban de algun infierno domestico privado. Sus historias tenian un tema central: esforzarse a toda prisa por hacerse un rinconcito y llevar luego una vida respetable. Aventureras y fugitivas llegaban en autobus desde Ste. Therese, Val d'Or, Valleyfield y Pointe du Lac. Venian con cabellos relucientes y rostros radiantes, confiando en su inmortalidad, seguras de su capacidad para dominar el futuro. El cannabis y la coca solo eran una diversion. No los reconocian como los primeros peldanos de una escalera que conducia a la desesperacion hasta que estaban demasiado metidas en ello para liberarse y sin otra opcion que la caida.

Y luego estaban las que conseguian envejecer. Solo las verdaderamente astutas y excepcionalmente fuertes lograban prosperar y escapar. Las enfermas y flojas morian. Las de cuerpos fuertes aunque voluntades debiles, resistian. Veian el futuro y lo aceptaban. Encontrarian la muerte en las calles porque no conocian otra cosa o porque amaban o temian a algun hombre lo bastante para venderse y comprarle su droga. O porque necesitaban alimentarse y un lugar donde dormir.

Recurri a aquellas que entraban o salian de la hermandad. Evite a la generacion decana, las endurecidas y las linces callejeras, aun capaces de dominar sus territorios tal como a su vez eran dominadas por sus chulos. Quiza la joven, ingenua y desafiante o la vieja, agotada y hastiada, serian mas abiertas. Me equivocaba. Bar tras bar se alejaban de mi y mis preguntas se desvanecian en el aire enrarecido. Se imponia el codigo del silencio: no se permitia el acceso a desconocidos.

A las tres y cuarto ya estaba harta. Mis cabellos y mis ropas olian a tabaco y a porros y mis zapatos a cerveza. Habia tomado bastante Sprite para inundar el Kalahari y tenia los ojos irritados, como llenos de arena. Deje a la ultima fulana en el ultimo bar y renuncie.

Capitulo 19

El aire tenia la textura del rocio. Se habia levantado neblina desde el rio y las gotitas brillaban a la luz de las farolas. El frio y la humedad me aliviaron la piel. Un nudo de dolor entre el cuello y los omoplatos me hizo sospechar que llevaba muchas horas en tension, contraida y dispuesta a salir disparada. Tal vez lo hubiera hecho. De ser asi, la tension solo procedia en parte de mi busqueda de Gabby. Abordar a las prostitutas se habia convertido en una rutina asi como su rechazo. Eludir a los buscones y a los que se desplazaban lentamente en sus coches se habia constituido en respuesta refleja.

Lo que me agotaba era la batalla que se libraba en mi interior. Habia pasado cuatro horas luchando contra un antiguo amante, un amante del que nunca habia estado totalmente liberada. Durante toda la noche me habia enfrentado a la tentacion del resplandor dorado del whisky con hielo y de la ambarina cerveza tomada en las mismas botellas. Habia olido a mi alcoholico enamorado y distinguido su luz en los ojos de aquellos que me rodeaban y habia vuelto a amarlo. ?Diablos, aun lo adoraba! Pero el hechizo seria destructor. Cualquier coqueteo trivial por mi parte, y me veria dominada y consumida. De modo que me aleje de alli con pasos lentos. Tenia que mantenerme lejos. Tras haber sido amantes no podiamos ser amigos. Aquella noche casi nos habiamos echado uno en brazos de otro.

Respire a fondo. El aire era un combinado de lubricante de motores, cemento humedo y levadura fermentada de la fabrica de cervezas Molson. Ste. Catherine estaba casi desierta. Un anciano con gorra de punto y parka se apoyaba contra la fachada de un almacen con un can escualido a su lado. Otro perro rebuscaba entre las basuras del otro lado de la calle. Tal vez aquel fuese el tercer turno del Main. Desanimada y agotada me dirigi a St. Laurent. Lo habia intentado: si Gabby se hallaba en dificultades aquella gente no me ayudaria a dar con su paradero, era un club tan cerrado como la Liga Juvenil.

Pase junto al My Kinh. Un letrero en el escaparate anunciaba COCINA VIETNAMITA durante toda la noche. Mire por los mugrientos cristales con escaso interes y de pronto me detuve. Sentada en un reservado al fondo del local se encontraba la companera de Poirette, cuyos cabellos aun formaban una pagoda de color albaricoque. La estuve observando unos momentos.

La mujer impregno un rollito de huevo en salsa roja de cerezas, se lo llevo a la boca y lamio la punta. Al cabo de unos momentos examino el rollito y arranco el envoltorio con los dientes. Volvio a mojarlo y repetio la maniobra sin apresurarse. Me pregunte cuanto tiempo estaria dando vueltas al rollito.

No. Si. Es demasiado tarde. ?Diablos! ?Un ultimo intento! Empuje la puerta y entre.

– ?Hola!

Se estremecio ante el sonido de mi voz. Al principio parecio sorprendida y luego, al reconocerme, aliviada.

– ?Hola, cherie! ?Aun anda por aqui? -dijo al tiempo que volvia a concentrarse en su comida.

– ?Puedo sentarme con usted?

– Como guste. No se interfiere en mi terreno, querida, y no tengo ningun motivo de queja contra usted.

Me meti en el reservado. La mujer era mas mayor de lo que habia imaginado. Rondaba la cuarentena. Aunque la piel de su garganta y frente estaban tensas y no aparecian bolsas bajo sus ojos, a la violenta luz fluorescente distingui las arruguitas que irradiaban de sus labios: la linea de la mandibula tambien comenzaba a aflojarse.

El camarero me trajo un menu y encargue sopa tonquinesa. No tenia apetito pero deseaba un pretexto para quedarme.

– ?Ha encontrado a su amiga, cherie?

Al coger la taza de cafe tintinearon sus pulseras de plastico. Distingui unas cicatrices grises que le cruzaban la parte interior del codo.

– No.

Aguardamos a que un muchacho asiatico de unos quince anos sirviera agua y colocara un mantel de papel.

– Me llamo Tempe Brennan.

– Lo recuerdo. Acaso Jewel Tambeaux sea una gata vieja, pero no es ninguna mema -afirmo. Y lamio de nuevo el rollito.

– Yo, senorita Tambeuax…

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