Mientras hablaba recorde a Gabby-. ?Alguien que la siguiera por la calle?

De nuevo un movimiento negativo de cabeza.

– ?Lo hubiera mencionado?

– Probablemente si hubiesemos hablado. En realidad, aquellos ultimos dias no habiamos tenido tiempo.

Intente una nueva tactica.

– Era enero: hacia frio. Las puertas y las ventanas debian de estar cerradas. ?Tenia su mujer la costumbre de mantener la casa asi?

– Si. Nunca le habia gustado vivir aqui ni estar a nivel de la calle. Yo la convenci para comprar esta casa, pero ella preferia los edificios de muchos pisos con sistemas de seguridad o guardianes. Merodean por aqui personajes bastante sordidos, y ella siempre estaba nerviosa. Por ello pensabamos marcharnos. A ella le gustaba disponer de espacio adicional y del pequeno patio posterior de la casa, pero nunca se acostumbro a esto. Su trabajo le hacia frecuentar algunas zonas peligrosas y, al llegar a casa, deseaba sentirse a salvo. Intocable. Asi lo decia: intocable, ?sabe?

Si, ?oh, si!

– ?Cuando vio a su mujer por ultima vez, senor Champoux?

Aspiro y respiro profundamente.

– La mataron un miercoles. La noche anterior habia trabajado hasta altas horas a causa del incendio, por lo que yo ya estaba acostado cuando ella vino.

Habia agachado la cabeza y hablaba hacia el parque. Sus mejillas se colorearon con unas manchas de venitas rojizas.

– Ella se acostaba con las impresiones de toda su jornada y trataba de contarme donde habia estado y que habia hecho, pero yo no deseaba escucharla.

Observe que jadeaba bajo la sudadera.

– Al dia siguiente me levante temprano y me marche. Ni siquiera me despedi de ella.

Guardamos silencio unos momentos.

– Eso hice, y ya no hay marcha atras. Ya no tengo ninguna oportunidad.

Levanto la mirada y la fijo en las peceras de color turquesa.

– Me dolia que ella tuviera trabajo y yo no. Por eso me mostraba indiferente. Ahora el remordimiento no me deja vivir.

Antes de que se me ocurriera una respuesta se volvio hacia mi con el rostro tenso y se expreso con gran dureza.

– Yo habia ido a ver a mi cunado que sabia de algunos posibles trabajos para mi. Estuve con el toda la manana. Luego… regrese aqui sobre el mediodia y ya estaba muerta. Todo eso ya lo comprobaron en su momento.

– Monsieur Champoux, yo no sugeria…

– No creo que lleguemos a ninguna parte. Estamos repitiendo las mismas palabras.

Se levanto y comprendi que daba por concluida la entrevista.

– Lamento haber despertado recuerdos dolorosos en usted.

Me miro sin pronunciar palabra y se dirigio hacia el recibidor. Lo segui.

– Gracias por el tiempo que me ha dedicado, monsieur Champoux. -Me despedi y le tendi mi tarjeta-. Si se le ocurre algo en algun momento, llameme, por favor.

El hombre asintio. Tenia el aspecto ausente de aquel que se halla sumido en una gran desdicha, sin poder olvidar que sus ultimas palabras y actos hacia la esposa que habia amado habian sido mezquinas y muy poco apropiadas para una ultima despedida. ?O acaso existe una despedida adecuada?

Al marcharme senti su mirada fija en mi. Pese al calor reinante me invadia un frio interior. Me apresure a subir en mi coche.

La entrevista con Champoux me habia trastornado. Mientras me dirigia a mi casa me formule mil preguntas.

?Que derecho tenia yo de reavivar el dolor de aquel hombre?

Recorde la mirada de Champoux.

?Tanto dolor le habian despertado los recuerdos que yo le habia suscitado?

No, yo no habia sido la causante de aquel enorme dolor: Champoux vivia inmerso en sus propios remordimientos.

?Remordimientos por que? ?Por causar dano a su mujer?

No, no era propio de el.

Remordimientos por no prestarle atencion, por hacerle creer que no era importante: asi de sencillo. En la vispera de su muerte se habia negado a hablar con ella, le habia dado la espalda y se habia dormido. No se habia despedido de ella por la manana y ya nunca podria hacerlo.

Gire en direccion norte por St. Marc y me interne en las sombras del paso superior. ?Acaso mis preguntas habian conseguido algo mas que extraer recuerdos dolorosos a la superficie que reportarian nuevos dolores?

?Podia ser yo realmente util cuando habia fracasado un ejercito de profesionales, o simplemente me habia propuesto aquella entrevista personal para alardear ante Claudel?

?No!

Golpee el volante con el dorso de la mano.

?Maldita sea, no!, me repeti. No era aquel mi objetivo. Solo yo estaba convencida de que unicamente existia un asesino y de que volveria a matar. Para evitar nuevas victimas debia descubrir mas hechos.

Sali de las sombras a la luz del sol. En lugar de girar hacia el este, hacia mi casa, cruce Ste. Catherine, volvi por la rue du Fort y sali a la 20 Oeste. Los ciudadanos las denominaban la dos y veinte, pero yo aun no habia encontrado quien me explicara o situara la dos.

Me aleje de la ciudad descargando mi impaciencia en el volante. Eran las tres y media y el trafico ya retornaba por el paso elevado de Turcot. Una hora muy intempestiva.

Tres cuartos de hora despues encontraba a Genevieve Trottier, que escarbaba las tomateras tras la casa de un verde descolorido que habia compartido con su hija. Al verme aparcar ante su sendero se interrumpio y me observo mientras cruzaba por el cesped.

– Oui?

Se habia apoyado en sus talones y me interrogaba con aire amistoso y los ojos entornados.

Llevaba unos pantalones cortos de intenso amarillo y una blusa sin espalda demasiado grande para sus senos. Su cuerpo brillaba sudoroso y sus cabellos se aplastaban en torno a su rostro. Era mas joven de lo que yo habia imaginado.

A medida que le explicaba quien era y las razones que me llevaban alli se ensombrecia su expresion. Con cierta vacilacion dejo su azada en el suelo, se levanto y se limpio las manos de tierra. El olor a tomates impregnaba el ambiente.

– Sera mejor que entremos -dijo fijando la mirada en el suelo.

Al igual que Champoux tampoco cuestiono mi derecho a interrogarla.

La segui a traves del patio, temerosa de la conversacion que debiamos entablar. La atadura de la blusa pendia sobre sus pronunciadas vertebras y tenia pegadas briznas de hierba a las pantorrillas y por encima de los pies.

Su cocina resplandecia a la luz del atardecer, y las superficies de porcelana y de madera evidenciaban anos de cuidados. En las ventanas enmarcadas por guinga amarilla se alineaban las macetas de kalanchoe. Los pomos de los armarios y de los cajones tambien eran amarillos.

– He preparado limonada -dijo dispuesta ya a servirla.

Se sentia comoda en su entorno familiar.

– Muchas gracias, es muy amable.

Me sente ante la pulida mesa de madera y la observe mientras extraia unos cubitos de hielo de una bandeja de plastico, los echaba en sendos vasos y anadia la limonada. Se acerco con los vasos y se sento frente a mi evitando mi mirada.

– Me resulta dificil hablar de Chantale -dijo mientras observaba su bebida.

– Lo comprendo y lamento la perdida que ha sufrido. ?Como lo lleva?

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