Faith sacudio la cabeza.
– No lo se. Tal vez una semana.
Lee suspiro.
– Supongo que la senora del piso de abajo podra ocuparse de Max.
– Entonces, ?lo haras?
– Siempre y cuando no olvides que, si bien no me importa ayudar a alguien cuando lo necesita, no estoy dispuesto a convertirme en el mayor pardillo del mundo.
– Me da la impresion de que a ti eso no puede pasarte.
– Si te apetece reirte un rato, cuentaselo a mi ex mujer.
Alexandria se encontraba en la Virginia septentrional, junto al rio Potomac, unos quince minutos en coche al sur de Washington. La ciudad se habia fundado alli debido sobre todo a la cercania de las aguas y habia florecido como puerto maritimo durante mucho tiempo. Todavia era una ciudad prospera, aunque el rio ya no desempenaba un papel importante en el futuro economico de la ciudad.
La poblacion se componia tanto de viejas familias acaudaladas como de otras que habian hecho fortuna recientemente y vivian en acogedoras estructuras de ladrillo, piedra y madera, representativas de la arquitectura de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Algunas de las calles estaban pavimentadas con los mismos adoquines que habian pisado Washington y Jetferson, asi como Robert E. Lee, cuya infancia habia transcurrido en las dos casas situadas una frente a otra en Oronoco Street, bautizada asi en honor de una marca de tabaco que se cultivaba antiguamente en Virginia. Muchas de las aceras eran de ladrillo y se curvaban en torno a los numerosos arboles que brindaban sombra a las casas, calles y habitantes desde hacia mucho tiempo. Las terminaciones puntiagudas de estilo europeo de varias de las cercas de hierro forjado que rodeaban los patios y jardines de las casas estaban pintadas de color dorado.
A primera hora de la manana, en las calles de la ciudad no se oian otros ruidos que los de la llovizna y las rafagas de viento que agitaban las ramas de los arboles viejos y nudosos, cuyas raices poco profundas se aferraban a la dura arcilla de Virginia. Los nombres de las calles reflejaban los origenes coloniales del lugar. Al atravesar la ciudad se pasaba por las calles Rey, Reina, Duque y Principe. Apenas habia aparcamientos, por lo que las estrechas avenidas estaban repletas de vehiculos de todos los modelos imaginables. Al lado de las casas de doscientos anos de antiguedad, los vehiculos de metal, caucho y cromo parecian fuera de lugar, como si hubieran retrocedido en el tiempo hasta la epoca de los caballos y las calesas.
La estrecha casa unifamiliar de cuatro pisos encajonada en una hilera de casas identicas en Duke Street no era, ni mucho menos, la mas esplendida de la zona. Habia un solitario arce inclinado en el pequeno patio delantero, con el tronco cubierto de ramas frondosas. La cerca de hierro forjado estaba en buenas condiciones, aunque no excelentes. En la parte trasera habia un jardin y un patio, pero las plantas, la fuente y el enladrillado llamaban poco la atencion si se comparaban con los de las casas vecinas.
En el interior, el mobiliario era mucho mas elegante de lo que cabia esperar al ver la fachada. El motivo era bien sencillo: Danny Buchanan no podia ocultar el exterior de la casa.
Despuntaban los primeros rayos del sol cuando Buchanan se hallaba sentado, completamente vestido, en la pequena biblioteca ovalada contigua al comedor. Lo aguardaba un coche para llevarlo al aeropuerto nacional Reagan.
El senador con quien se reuniria pertenecia al Comite de Gastos del Senado, posiblemente el comite mas importante de la Camara alta ya que, junto con sus subcomites, controlaba el presupuesto del Gobierno. Pero lo que mas le importaba a Buchanan era que el senador tambien presidia el Subcomite de Operaciones Exteriores, que determinaba el destino de la mayor parte del dinero para la ayuda externa. El senador, alto y distinguido, de buenos modales y voz segura, era colega de Buchanan desde hacia muchos anos. El hombre siempre habia disfrutado del poder que le conferia su cargo y habia llevado un tren de vida que estaba por encima de sus posibilidades. Ningun ser humano era capaz de agotar el fondo de pensiones que Buchanan habia constituido para el senador.
En un principio, Buchanan habia trazado el plan de soborno de forma bastante prudente. Habia analizado a todos los peces gordos de Washington que, aunque indirectamente, pudieran servir a sus objetivos, y calibrado la posibilidad de sobornarlos. Muchos de los congresistas eran ricos, pero muchos otros no. Con frecuencia ser miembro del Congreso suponia una pesadilla tanto economica como familiar. Los miembros debian tener dos residencias y el area metropolitana de Washington no era barata. Ademas, sus familias no solian acompanarlos. Buchanan abordo a los que creia que se dejarian corromper y emprendio el largo proceso de tantearlos para comprobar si participarian o no. Al principio los incentivos que les ofrecia eran poco sustanciosos, pero los aumentaba si los objetivos se mostraban entusiasmados. Buchanan los habia elegido bien porque sus objetivos nunca se habian negado a otorgar votos e influencia a cambio de una serie de recompensas. Tal vez tuvieran la impresion de que la diferencia entre lo que Buchanan proponia y lo que ocurria cada dia en Washington era, en el peor de los casos, minima. Buchanan no sabia si les importaba el hecho de que la causa valiera la pena o no. Sin embargo, nunca se habian esforzado por incrementar la ayuda externa a los clientes de Buchanan por su cuenta.
Ademas, todos habian visto a algunos colegas abandonar su cargo para enriquecerse en un grupo de presion. Pero ?a quien le gusta trabajar duro? Buchanan sabia que a los ex congresistas no se les daba bien el cabildeo. El hecho de regresar con la palma extendida y presionar a antiguos colegas sobre quienes ya no ejercian influencia alguna no era algo que resultara sumamente atrayente a estas personas de orgullo desmesurado. Era mucho mas inteligente utilizarlos cuando estuvieran en la cima de su poder. Primero habia que trabajarselos y luego sobornarlos. ?Acaso existia sistema mejor?
Buchanan se preguntaba si lograria conservar el aplomo durante la reunion con un hombre a quien ya habia traicionado. Por otro lado, en aquella ciudad la traicion se repartia en grandes dosis. Todos pugnaban constantemente por ocupar una silla antes de que se interrumpiese la musica. El senador estaria molesto, y no sin razon. Bueno, que se pusiera a la cola como los demas.
De repente, se sintio cansado. No le apetecia entrar al coche ni subir al avion, pero no tenia voz ni voto en el asunto. Se pregunto si nunca habia dejado de pertenecer a la clase baja de Filadelfia.
El cabildero centro su atencion en la persona que tenia ante si.
– Le envia sus saludos -dijo el corpulento hombre. Para el resto del mundo, era el chofer de Buchanan pero, en realidad, se trataba de uno de los hombres de Thornhill que lo vigilaba de cerca.
Pues le ruego que envie al senor Thornhill mis mas sinceros deseos de que Dios decrete que no envejezca ni un dia mas -replico Buchanan.
– Hay varias novedades importantes que le gustaria poner en su conocimiento - afirmo el hombre sin inmutarse.
– ?Por ejemplo?
– Lockhart colabora con el FBI para echarle a usted el guante.
Por unos instantes Buchanan penso que se vomitaria encima.
– ?A que diablos se refiere?
– Nuestros agentes infiltrados en el FBI acaban de averiguarlo -contesto el hombre.
– ?Le han tendido una trampa? ?La han obligado a trabajar para ellos? -pregunto Buchanan. «Tal como tu hiciste conmigo», penso.
– Acudio de forma voluntaria.
Buchanan recobro la compostura lentamente. -Cuentemelo todo -pidio.
El hombre le refirio una serie de verdades, medias verdades y mentiras descaradas en el mismo tono de sinceridad estudiada.
– Donde se encuentra Faith ahora?