desconocidos obtienen trabajo? ?Quiza es accionista? ?Aporto el el capital? ?Tiene algun negocio con cualquiera de ellas?
– Hablas como un abogado defensor -comento Reynolds, exaltada.
– Esa es precisamente mi intencion. Porque ese es el tipo de preguntas que tendras que responder.
– No hemos descubierto pruebas que incriminen a Buchanan de forma directa.
– Entonces, ?en que basas tus conclusiones? ?Que pruebas tienes de que existe alguna conexion?
Reynolds comenzo a hablar pero se callo. Se ruborizo e, inquieta, partio por la mitad el lapiz que tenia entre los dedos.
– Deja que yo mismo responda -dijo Fisher-: Faith Lockhart, la testigo desaparecida.
– La encontraremos, Paul. Y entonces proseguiremos.
– ?Y si no la encuentras?
– Buscaremos una alternativa.
– ?Serias capaz de determinar las identidades de los funcionarios sobornados por separado?
Reynolds ansiaba responder que si, pero no podia. Buchanan pertenecia al mundillo de Washington desde hacia decadas. Con seguridad habia hecho tratos con todos los politicos y burocratas de la ciudad. Sin Lockhart, le seria del todo imposible acotar la lista.
– Todo es posible -contesto animosamente.
Fisher sacudio la cabeza.
– En realidad no, Brooke.
Reynolds estallo.
– Buchanan y sus compinches han infringido la ley. ?Es que eso no cuenta?
– En un tribunal de justicia no, si no tienes pruebas -espeto Fisher.
Reynolds golpeo el escritorio con el puno.
– Me niego en redondo a creermelo. Ademas, las pruebas estan a nuestro alcance; solo tenemos que seguir investigando.
– Ese es el problema. Seria muy distinto si pudieses hacerlo en el mas completo de los secretos. Pero una investigacion de esta magnitud, con objetivos tan importantes, nunca permanece del todo en secreto. Y ahora, para colmo, debemos realizar una investigacion por homicidio.
– Es decir, que habra filtraciones -dijo Reynolds, preguntandose si Fisher sospechaba que esas filtraciones tal vez ya se hubiesen producido.
– Es decir, que cuando persigues a personas importantes, mas vale que estes segura de lo que haces antes de que se produzca alguna filtracion. No puedes ir a por personas asi a no ser que estes lista para el ataque. Justo ahora, tienes la pistola vacia y no se muy bien donde podras volver a cargarla. Las normas del FBI son bien claras al respecto, no puedes investigar a los funcionarios publicos basandote en rumores e insinuaciones.
Cuando hubo acabado, Reynolds lo miro con frialdad.
– De acuerdo, Paul, ?te importaria decirme exactamente que es lo que quieres que haga?
– La Unidad de Crimenes Violentos te mantendra informada de su investigacion. Tienes que encontrar a Lockhart. Puesto que los dos casos estan inextricablemente relacionados, sugiero que coopereis.
– No puedo contarles nada sobre nuestra investigacion.
– No te lo estoy pidiendo. Colabora con ellos para resolver el caso de Newman. Y encuentra a Lockhart.
– ?Que mas? ?Y sino la encontramos? ?Que ocurre con mi investigacion?
– No lo se, Brooke. Ahora mismo no resulta nada facil leer el futuro en las hojas de te.
Reynolds se puso de pie y miro por la ventana. Las nubes densas y oscuras habian convertido el dia en noche. Veia su reflejo y el de Fisher en el cristal de la ventana. El no apartaba la vista de ella, y Reynolds dudaba que en esos momentos le interesaran su trasero y sus piernas largas o la falda negra hasta la rodilla con las medias a juego que llevaba.
Entonces percibio un sonido que no solia notar: el «ruido blanco». En los complejos gubernamentales que manejaban informacion confidencial las ventanas eran vias potenciales de escape de informacion valiosa, concretamente de informacion oral. Para combatir estas filtraciones, se instalaban altavoces en las ventanas para filtrar el sonido de las voces de modo que desde el exterior no se pudiera escuchar nada, ni siquiera con el equipo de vigilancia mas moderno. A tal efecto, los altavoces emitian un sonido similar al de una pequena catarata, de ahi que lo llamasen «ruido blanco». Reynolds, al igual que la mayoria de los empleados de esos edificios, habia eliminado mentalmente los ruidos de fondo; era algo que ya formaba parte de su vida. Ahora lo habia captado con una claridad sorprendente. ?Se trataba de un senal para que tambien se percatara de otras cosas? ?Cosas, personas a las que veia cada dia y en las que no volvia a pensar, creyendo que eran lo que decian ser? Se volvio hacia Fisher.
– Gracias por tu voto de confianza, Paul.
– Tu trayectoria ha sido espectacular. Pero el sector publico en ocasiones se asemeja al privado en un aspecto: se trata del sindrome de «?que has hecho para mi recientemente?». No quiero pintartelo todo de rosa, Brooke. Ya he comenzado a oir quejas.
Reynolds cruzo los brazos.
– Agradezco su absoluta franqueza -le dijo con hosquedad-. Si me perdona, vere que puedo hacer por usted, agente Fisher.
Fisher se incorporo para marcharse, paso junto a Reynolds y le rozo el hombro. Reynolds retrocedio unos pasos, todavia resentida por lo que le habia dicho.
– Siempre te he apoyado y seguire haciendolo, Brooke. No interpretes esto como si quisiera arrojarte a las fieras. Eso no es lo que quiero. Te respeto mas de lo que crees. Pero no queria que te pillaran desprevenida. No te lo mereces. He venido en son de paz.
– Me alegra saberlo, Paul -dijo Reynolds con poco entusiasmo.
Cuando Fisher llego a la puerta, se volvio.
– Desde la OCW nos ocupamos de las relaciones con los medios de comunicacion. La prensa ya ha comenzado a hacernos preguntas. Por el momento, les hemos comunicado que un agente ha muerto en una operacion secreta. No les hemos facilitado otros detalles, ni siquiera su identidad. Pero la situacion no durara mucho asi. Cuando la presa se venga abajo, no se si alguien se salvara.
En cuanto Fisher hubo cerrado la puerta tras de si, Reynolds se estremecio. Tenia la impresion de estar suspendida sobre un liquido en ebullicion. ?Se trataba de uno de sus ataques paranoicos? ?O era, mas bien, una apreciacion racional? Se quito los zapatos y recorrio el despacho de un lado a otro, pisando los documentos a su paso. Se balanceo sobre la planta de los pies, intentando descargar en el suelo toda la tension acumulada. No sirvio de nada.
Esa manana el aeropuerto nacional Ronald Reagan de Washington, rebautizado hacia poco con ese nombre y conocido por los habitantes de la zona sencillamente como «aeropuerto nacional», estaba atestado. A la gente le gustaba porque estaba cerca de la ciudad y ofrecia muchos vuelos diarios, pero lo odiaban porque siempre estaba congestionado, las pistas de aterrizaje eran muy cortas y los aviones, para evitar el espacio aereo restringido, daban unas vueltas tan cerradas que revolvian el estomago. Sin embargo, el viajero