Espero un momento y despues desaparecio en la espesura del maizal.

El suelo estaba casi limpio y las zapatillas no hacian ningun ruido, algo muy importante, porque aqui cualquier sonido llegaba muy lejos. Mantuvo la vista al frente; los pies, despues de mucha practica, escogian con gran cuidado el camino entre las hileras, y compensaban las pequenas diferencias del terreno. El aire de la noche era fresco despues del calor sofocante de otro verano de agobio, pero no lo suficiente para transformar el aliento en nubecillas de vapor que podian ser vistas de lejos por ojos inquietos o insomnes.

Luther habia cronometrado esta operacion varias veces durante el mes pasado, y siempre se habia detenido en el borde del maizal antes de entrar en el prado y pasar a la tierra de nadie. Habia repasado centenares de veces cada uno de los detalles hasta que el guion exacto de cada movimiento, pausa y nuevo movimiento se habia grabado en su mente y en sus musculos.

Se puso en cuclillas donde comenzaba el prado y echo otra larga ojeada; no hacia falta apresurarse. No habia perros a los que temer, algo muy importante. Un humano, por muy joven y preparado que estuviera, no corria mas rapido que un perro. Pero era el ruido lo que helaba la sangre de hombres como Luther. No habia un sistema de seguridad en el perimetro de la finca, sin duda para evitar las innumerables falsas alarmas provocadas por el paso de ardillas, venados y mapaches que abundaban en la region. Sin embargo, Luther no tardaria en enfrentarse con un sistema muy sofisticado, que debia desactivar en treinta y tres segundos, y ello incluia los diez segundos que emplearia en quitar la tapa del panel.

Los guardias de seguridad privados habian pasado por alli treinta minutos antes. Se suponia que los clones de poli debian variar las rutinas y pasar por los sectores de vigilancia cada hora. Pero despues de un mes de observaciones, Luther habia descubierto la pauta que seguian. Disponia como minimo de tres horas antes que hicieran la siguiente ronda. No necesitaba ni la mitad de ese tiempo para hacer el trabajo.

La oscuridad era total, y unos arbustos muy espesos, los mejores amigos de los ladrones, se apretaban contra la entrada de ladrillos como un nido de avispas a la rama de un arbol. Miro cada una de las ventanas de la casa: todas estaban oscuras, todas en silencio. Dos dias antes habia presenciado la marcha de la caravana que transportaba a los ocupantes de la casa en direccion sur, y habia tomado debida nota de los integrantes. La mansion mas proxima estaba casi a cuatro kilometros de distancia.

Inspiro con fuerza. Lo habia planeado todo, pero en este negocio, la unica pega era que nunca podias preverlo todo.

Aflojo los tirantes de la mochila y despues cruzo el prado con pasos rapidos y largos; en diez segundos se encontraba delante de la solida puerta de madera reforzada con acero y dotada de una cerradura que pasaba por ser la mejor del mercado. Nada de esto le preocupaba en lo mas minimo.

Saco una copia de la llave del bolsillo y la inserto en la cerradura, aunque no la hizo girar.

Espero unos segundos. Despues se quito la mochila y se cambio los zapatos para no dejar huellas de barro. Preparo el destornillador electrico, que le permitiria abrir la tapa diez veces mas rapido que a mano.

Lo siguiente que saco de la mochila pesaba exactamente ciento sesenta y ocho gramos, era un poco mas grande que una calculadora de bolsillo y aparte de su hija era la mejor inversion que habia hecho en toda su vida. Bautizada con el nombre de Ingenio por su dueno, el pequeno artilugio habia ayudado a Luther en sus tres ultimos trabajos sin el menor fallo.

Luther ya conocia los cinco digitos del codigo de seguridad de la casa y los habia introducido en el ordenador. Ignoraba la secuencia correcta, pero ese obstaculo lo salvaria el pequeno companero de metal, cables y microchips si queria evitar el aullido estridente de las cuatro sirenas instaladas en las esquinas de esta fortaleza de mil metros cuadrados que estaba invadiendo. Despues seguiria la llamada a la policia efectuada por un ordenador anonimo al que se enfrentaria en unos segundos. La casa tambien contaba con ventanas sensibles a la presion, detectores en el suelo y sellos magneticos en las puertas. Todo esto no serviria de nada si Ingenio leia correctamente la secuencia del codigo del sistema.

Con un movimiento agil engancho Ingenio en el cinturon para que colgara sin impedimentos. Miro la llave, y la hizo girar atento al sonido que escucharia a continuacion, los rapidos pitidos del sistema de seguridad que avisaban del inminente desastre para el intruso si no suministraba el codigo correcto en el tiempo asignado y no una milesima de segundo mas tarde.

Se quito los guantes de cuero negro y se puso otros de plastico con una segunda capa de guata en las puntas de los dedos y las palmas. No tenia el habito de dejar atras ninguna prueba. Luther inspiro con fuerza y abrio la puerta. Le saludaron los pitidos insistentes del sistema de seguridad. Entro en el enorme recibidor y se enfrento al panel de alarma.

El destornillador electrico giro en silencio; Luther recogio los seis tornillos y los guardo en una bolsa sujeta al cinturon. Los cables conectados a Ingenio resplandecieron con el rayo de luz de la luna que se filtraba por la ventana junto a la puerta, y entonces Luther comenzo a buscar como un cirujano en el pecho de un paciente, encontro el punto correcto, conecto las pinzas en el lugar, y despues encendio el ordenador.

Desde el otro lado del recibidor, le miraba un ojo encendido. El detector de infrarrojos ya tenia registrado el patron termico de Luther. A medida que corrian los segundos, el aparato esperaba pacientemente que el «cerebro» del sistema de alarma decidiera si el intruso era amigo o enemigo.

A una velocidad que el ojo no podia seguir, los numeros parpadearon en la pantalla ambar de Ingenio; el tiempo corria en una pequena ventana en la esquina superior derecha de la pantalla.

Pasaron cinco segundos y entonces los numeros 5, 13, 9, 3 y 11 aparecieron en la pantalla de Ingenio y quedaron fijos.

Se interrumpio el pitido en cuanto se desactivo el sistema de alarma, la luz roja se apago, en su lugar aparecio otra verde, y Luther se encontro con el paso expedito. Quito los cables, atornillo la tapa, guardo el equipo en la mochila y despues cerro la puerta.

El dormitorio principal estaba en el tercer piso. Habia un ascensor a mano derecha en el vestibulo, pero Luther opto por las escaleras. Cuanto menos dependiera de algo que no tenia bajo control, mejor. Quedarse encerrado en un ascensor durante semanas no era parte del plan de trabajo.

Miro el detector en una esquina del techo que parecia sonreir con su gran boca rectangular; ahora descansaba. Se dirigio hacia las escaleras.

El dormitorio principal no estaba cerrado. Saco la linterna y dedico un momento a echar un vistazo. El ojo verde de un segundo panel de seguridad brillaba junto a la puerta del dormitorio.

La casa la habian construido en los ultimos cinco anos. Luther habia consultado el registro, incluso habia tenido acceso a una copia de los planos en la oficina del comisionado de planificacion y urbanismo. La construccion era tan grande que habia necesitado una autorizacion especial, como si alguna vez el ayuntamiento se hubiese opuesto a los deseos de los ricos.

No habia ninguna sorpresa en los planos. Era una casa enorme y bien hecha, que valia los millones de dolares que el propietario habia pagado en efectivo por ella.

Luther ya habia visitado la casa en una ocasion anterior, a plena luz del dia y con gente por todas partes. Habia estado en este mismo salon y visto todo lo que necesitaba. Por eso estaba esta noche alli.

Una corona dorada de veinte centimetros de altura le contemplo mientras se arrodillaba junto a la enorme cama con dosel. A un costado de la cama habia una mesa de noche con un pequeno reloj de plata, la ultima novela romantica y un pesado abrecartas antiguo de plata con empunadura de cuero.

Todo en el lugar era grande y caro. Habia tres armarios empotrados, cada uno del tamano de la sala de estar de Luther. Dos estaban ocupados por ropas de mujer, zapatos, bolsos y los demas complementos femeninos en los que alguien podia racionalmente o no gastarse el dinero. Luther observo con una mirada ironica las fotos sobre la mesa de noche donde aparecian la veinteanera «mujercita de la casa» junto al marido setenton.

Habia loterias de todas clases en el mundo, y no todas las administraba el gobierno.

Varias de las lotos mostraban los encantos de la senora de la casa al maximo, y una rapida inspeccion al armario revelo que su gusto en materia de ropas era claramente vulgar y de mal gusto.

Observo el espejo de cuerpo entero, estudio las tallas del marco y despues reviso los costados de este. Era un marco muy pesado que, al parecer, estaba encastrado en la pared. Pero Luther sabia que las bisagras estaban ocultas en los rebajos apenas visibles a quince centimetros del suelo y de la parte superior.

Luther volvio a mirar el espejo. Hacia un par de anos habia visto un modelo como este, aunque entonces no habia pensado vaciarlo. Pero no podia pasar por alto un segundo tesoro solo porque tenia otro a mano; este segundo tesoro le habria reportado unos cincuenta dolares. El botin que habia al otro lado de este espejo seria

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