que se vestia como una puta.

Al hombre le conocia por una razon muy diferente; desde luego, no era el dueno de esta casa. Luther meneo la cabeza asombrado y solto el aliento. Le temblaban las manos y le domino la inquietud. Hizo un esfuerzo para vencer las nauseas y miro el dormitorio.

La puerta de la camara acorazada tambien servia de espejo en una sola direccion. Con la luz exterior y la oscuridad en el pequeno recinto, tenia la impresion de estar delante de una gigantesca pantalla de television.

Entonces lo vio y una vez mas se sintio lleno de angustia; el collar de diamantes en el cuello de la mujer. Su ojo de experto calculo el valor en unos doscientos mil dolares, quiza mas. La clase de chucheria que cualquiera guarda en la caja fuerte antes de irse a dormir. Despues se relajo al ver que la mujer se quitaba el collar y lo dejaba caer al suelo.

Poco a poco perdio el miedo, se levanto y se instalo en el sillon. Asi que el viejo se sentaba aqui y miraba como se follaban a la mujercita una legion de tios. Por la pinta de la mujer, Luther supuso que entre los voluntarios figuraban jovenes que no tenian ni para comer o que solo la tarjeta verde les permitia estar en libertad. Pero el visitante de esta noche era un caballero de otra clase.

Luther miro a su alrededor, los oidos atentos a cualquier ruido de los otros visitantes. Pero ?que podia hacer? En treinta anos de profesion, nunca se habia encontrado con nada parecido. Decidio hacer la unica cosa a su alcance. Con un par de centimetros de vidrio entre el y el desastre, se arrellano en el sillon de cuero y espero.

2

A tres manzanas de la gran mole blanca del Capitolio de los Estados Unidos, Jack Graham abrio la puerta de su apartamento, tiro el abrigo al suelo y se dirigio al frigorifico sin perder un segundo. Con una cerveza en la mano se dejo caer en el sofa raido de la sala de estar. Echo una rapida ojeada a la pequena habitacion mientras bebia un trago. Un lugar muy diferente al otro donde acababa de estar. Retuvo la cerveza en la boca y despues trago. Los musculos de la barbilla cuadrada se tensaron y a continuacion se relajaron. La comezon de la duda desaparecio poco a poco, pero no tardaria en reaparecer; siempre lo hacia.

Otra cena importante con Jennifer, su prometida, la familia de la novia y amigos de su circulo social y empresarial. Las personas de ese nivel de sofisticacion no tenian amigos solo para pasar el rato. Cada una realizaba una funcion particular, y el total era mayor que la suma de las partes. Al menos esa era la intencion, aunque Jack tenia una opinion formada al respecto.

La industria y las finanzas habian estado bien representadas, con nombres que Jack leia en el Wall Street Journal antes de buscar las paginas deportivas para saber como iban los Skins o los Bullets. Los politicos habian asistido en masa, a la busqueda de votos futuros y dolares actuales. El grupo se habia completado con los omnipresentes abogados, de los cuales Jack era uno, algun doctor como muestra de los vinculos con las viejas costumbres y un par de tipos de interes publico para demostrar que los poderosos se preocupaban por los sufrimientos del vulgo.

Acabo la cerveza y encendio el televisor. Se quito los zapatos, luego los calcetines de cuarenta dolares, regalo de su prometida, que arrojo sobre la pantalla de la lampara. A este paso, ella no tardaria en comprarle tirantes de doscientos dolares con corbatas pintadas a mano a juego. ?Mierda! Se hizo un masaje en los dedos de los pies mientras pensaba en beber otra cerveza. La television no consiguio retener su interes. Aparto de sus ojos el mechon de pelo oscuro y penso por enesima vez en el rumbo que seguia su vida, al parecer con la velocidad de un bolido.

La limusina de la compania de Jennifer habia llevado a la pareja hasta la casa de la joven en Northwest Washington donde con toda seguridad el se trasladaria despues de la boda; ella detestaba el apartamento de Jack. Faltaban apenas seis meses para el casamiento, un plazo muy corto a juicio de la novia, y el estaba sentado cada vez con mas dudas.

Jennifer Ryce Baldwin poseia una belleza espectacular y concitaba las miradas no solo de los hombres sino tambien de las mujeres. Ademas, era inteligente y muy lista, provenia de una familia adinerada y estaba decidida a casarse con Jack. El padre dirigia una de las empresas mas grandes de la nacion. Centros comerciales, edificios de oficinas, emisoras de radio, filiales, estaba metido en todo lo imaginable, y lo hacia mejor que la mayoria. El abuelo paterno habia sido uno de los grandes tiburones de la industria en el Medio Oeste, y la familia de la madre habia sido propietaria de una buena parte del centro de Boston. Los dioses habian tenido a Jennifer Baldwin por una de sus criaturas favoritas. Jack no conocia ni a un solo tipo que no le envidiara la suerte.

Se retorcio en el sillon mientras intentaba frotarse el hombro que le dolia. Llevaba una semana sin hacer deporte. Media un metro ochenta y dos, e incluso a los treinta y dos anos, su cuerpo mostraba la misma firmeza de los anos de escuela cuando era un hombre entre los ninos en casi todos los deportes, y en el college, donde la competicion era mucho mas dura y sin embargo habia destacado como luchador de peso pesado y miembro del equipo de primera. Esto le habia permitido ingresar en la facultad de Derecho de la Universidad de Virginia. Se habia graduado entre los primeros de la promocion y habia aceptado el empleo de defensor publico en el distrito de Columbia.

Los companeros de clase habian preferido las ofertas de los grandes bufetes. Durante un tiempo le habian llamado para darle los telefonos de los psiquiatras que podian librarlo de su locura. Sonrio mientras se levantaba para ir a buscar la segunda cerveza. Ahora la nevera estaba vacia.

El primer ano de Jack como defensor publico habia sido dificil mientras aprendia el oficio. Habia perdido mas casos de los que gano. Con el paso del tiempo le asignaron casos por delitos mas graves. Y a medida que volcaba todas sus energias, talento y sentido comun en cada uno de ellos, las cosas comenzaron a cambiar.

Los fiscales ya no lo tenian facil.

Descubrio que su trabajo le sentaba como anillo al dedo, que en los interrogatorios mostraba el mismo talento y habilidad que le habian permitido tumbar sobre la lona a hombres mucho mas grandes que el. Era respetado, incluso caia bien como abogado, si es que eso era posible.

Entonces habia conocido a Jennifer en un acto. Era la vicepresidenta de desarrollo y comercializacion de las empresas Baldwin. Muy dinamica, la muchacha tenia el don de hacer sentirse importantes a sus interlocutores; escuchaba las opiniones aunque no las siguiera. Era una belleza que no dependia solo de ese valor.

Detras de la hermosura habia mucho mas. O al menos daba esa impresion. Jack no hubiese sido humano si no se hubiese sentido atraido. Y ella habia dejado bien claro, desde el principio, que la atraccion era mutua. Sin dejar de mostrarse impresionada por la tenacidad demostrada en la defensa de los derechos de los acusados en la capital, poco a poco Jennifer habia convencido a Jack de que ya habia hecho suficiente en beneficio de los pobres, los tontos y los desgraciados, y que quizas era el momento de pensar en si mismo y en su futuro, y tener en cuenta que tal vez ella deseaba formar parte de ese futuro. Cuando Jack por fin dejo el cargo, la oficina del fiscal le despidio con una fiesta por todo lo alto. Aquello hubiese debido avisarle en el acto de que todavia habia muchos pobres, tontos y desgraciados que necesitaban su ayuda. Nunca mas sentiria la emocion que habia experimentado como defensor publico; ocasiones asi aparecian una vez en la vida. Habia llegado el momento de seguir adelante; incluso los ninos como Jack Graham tenian que crecer algun dia. Le habia llegado la hora.

Apago el televisor, cogio una bolsa de cortezas de maiz y fue al dormitorio. Junto a la puerta habia montones de ropa sucia. Era logico que a Jennifer no le gustara el apartamento; el era un patan. Pero lo que mas le preocupaba era la certeza de que, incluso impoluto, Jennifer no aceptaria vivir alli. Para empezar estaba en el barrio malo; en Capitol Hill, pero no en la parte rica, ni siquiera cerca.

Despues estaba la cuestion del tamano. La casa de Jennifer tenia unos quinientos metros cuadrados, sin contar el ala del servicio y el garaje para dos coches, donde guardaba el Jaguar y el Range Rover nuevos, como si alguien que viviera aqui, con las carreteras atascadas a toda hora, necesitara un vehiculo capaz de subir montanas por la cara vertical.

El disponia de cuatro habitaciones si contaba el bano. Entro en el dormitorio, se desnudo y se acosto. Al otro lado del cuarto, en un pequeno cuadro que habia tenido colgado en el despacho hasta que le dio verguenza mirarlo, estaba el anuncio de su ingreso en Patton, Shaw amp; Lord. PS amp;L era el bufete numero uno de la capital. Atendia los asuntos legales de centenares de empresas de primera fila, incluida la de su futuro suegro, que representaba una cuenta de millones de dolares. A el se le atribuia el merito de aportar el nuevo cliente y

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