David Baldacci
Poder Absoluto
Por orden del presidente
Lord Acton
1
Mantuvo las manos apoyadas sobre el volante mientras el coche, con los faros apagados, rodaba un par de metros mas y se detenia. Se oyo el ruido de la grava aplastada por los neumaticos y despues le envolvio el silencio. Se tomo un momento para habituarse al entorno antes de sacar los viejos y muy usados binoculares de vision nocturna. Hizo girar la ruedecilla poco a poco hasta enfocar la casa. Sin prisas, se acomodo mejor en el asiento. A su lado tenia una mochila. El interior del coche se veia viejo pero limpio.
El auto tambien era robado, y de un lugar un tanto inverosimil.
Un par de palmeras diminutas colgaban del espejo retrovisor. Una sonrisa severa aparecio en su rostro mientras las miraba. Quiza muy pronto estaria en un pais de palmeras. Aguas tranquilas, azules, transparentes, puestas de sol espectaculares, levantarse tarde por la manana. Tenia que bajarse del coche. Era la hora. Aunque se habia repetido lo mismo cien veces, esta vez estaba seguro.
Con sesenta y seis anos, Luther Whitney ya tenia edad para jubilarse: de hecho, estaba afiliado a la asociacion americana de jubilados y pensionistas. A esta edad la mayoria de los hombres habian iniciado una segunda carrera como abuelos, criadores a tiempo parcial de los hijos de sus hijos, cuando las articulaciones cansadas se posaban con cuidado en el sillon favorito y las arterias acaban por cerrarse del todo con el coagulo de los anos.
Luther solo habia tenido una carrera en toda su vida: forzar la entrada de las casas y locales de otras personas, a ser posible durante la noche, como ahora, y arramblar con todo lo que pudiera cargar.
Aunque era un fuera de la ley, Luther nunca habia disparado un arma o arrojado un cuchillo impulsado por la furia o el miedo, excepto en su participacion en una guerra bastante confusa librada en una region donde las dos Coreas estaban unidas por la cadera. Y los unicos punetazos que habia repartido habia sido en los bares, y solo en defensa propia cuando la cerveza convertia a los hombres en mas valientes de lo que eran.
Luther solo tenia un criterio a la hora de escoger a las victimas: robaba a aquellos que podian permitirse el lujo de ser despojados. Se consideraba a si mismo como uno mas en las legiones de personas que le hacian la pelota a los ricos para convencerlos de que compraran cosas que no necesitaban.
Buena parte de sus sesenta y pico de anos los habia pasado en diferentes penitenciarias de seguridad media y alta a lo largo de la costa Este. Como piedras colgadas del cuello, tenia en su haber tres condenas anteriores por robo en tres estados diferentes. Le habian quitado anos de su vida. Anos importantes. Pero ahora ya no podia hacer nada al respecto.
Habia perfeccionado sus habilidades hasta un punto donde las posibilidades de una cuarta condena eran minimas. No habia nada oculto en lo que ocurriria si lo pillaban otra vez: le condenarian a veinte anos. A su edad, veinte anos era una condena a muerte. Mas valia que le electrocutaran, que era la manera elegida por la mancomunidad de Virginia para acabar con los malhechores mas contumaces. Los ciudadanos de este vasto estado historico eran en su gran mayoria personas temerosas de Dios, y la religion, basada en la idea de la igualdad de la retribucion, exigia con firmeza el pago definitivo. La mancomunidad era la tercera en condenas a muerte, y los lideres, Texas y Florida, compartian los sentimientos morales de la hermana surena. Pero no por robo; incluso los buenos virginianos tenian un limite.
Sin embargo, a pesar del riesgo, era incapaz de apartar la mirada de la casa, aunque lo correcto era calificarla de mansion. Le habia fascinado durante meses. Esta noche se acabaria la fascinacion.
Middleton. Virginia. Un viaje de cuarenta y cinco minutos en coche en direccion oeste por una carretera recta como una flecha desde Washington, D. C., Region de grandes fincas, coches Jaguar, y caballos cuyos precios eran suficientes para alimentar a los inquilinos de un edificio de pisos en el centro de la ciudad durante un ano. Las casas en esta zona disponian de terrenos tan grandes y de tanto esplendor como para merecer nombre propio. La ironia del nombre de su objetivo,
La descarga de adrenalina que acompanaba cada trabajo era insuperable. Imaginaba que se parecia en algo a lo que sentia el bateador mientras trotaba despreocupado de base en base, tomandose todo el tiempo del mundo, despues de que la pelota acabara de aterrizar fuera del estadio. La multitud de pie, cincuenta mil pares de ojos clavados en un solo ser humano, todo el aire del mundo concentrado en un solo lugar, y de pronto desplazado por el arco de un glorioso golpe de bate.
Luther echo una larga ojeada al terreno. Su mirada aguda solo vio alguna que otra luciernaga, nada mas. Escucho por un momento el canto de las cigarras y despues el coro se convirtio en un ruido de fondo, tan omnipresente para toda persona que acostumbraba a vivir en la zona.
Arranco otra vez, condujo el coche unos metros mas por la carretera a oscuras y entro marcha atras por un sendero de tierra que acababa en un bosquecillo de arboles muy altos y gruesos. Se cubria el pelo canoso con una gorra de esqui negra. Llevaba el rostro curtido pintado de negro con crema de camuflaje; los ojos verdes brillaban por encima de una mandibula firme y fuerte como la roca. La carne que cubria su esqueleto enjuto se mantenia tan firme como siempre. Parecia el comando que habia sido una vez. Luther se apeo del coche.
En cuclillas detras de un arbol espio el objetivo. Coppers, como muchas otras fincas rurales que no eran explotaciones agricolas o cuadras, tenia un gran porton de hierro forjado entre dos columnas de ladrillos, pero carecia de cercado. Se podia acceder a la propiedad directamente desde la carretera o los bosques cercanos. Luther entro desde el bosque.
Tardo dos minutos en llegar al limite del maizal adyacente a la casa. Era obvio que el dueno no necesitaba cultivar verduras, pero al parecer habia adoptado a fondo el papel de caballero rural. Luther no tenia motivos de queja, ya que le facilitaba un atajo oculto casi hasta la puerta.