Los pocos guardias uniformados presentes estaban agachados en el fondo de la estancia, apuntando sus rifles contra una pesada puerta de acero. Se oyo una rafaga de tiros en el otro lado, y Pitt supo que Quintana y sus hombres estaban a punto de irrumpir en la habitacion. Ahora lamento amargamente no haberse apoderado de las armas de los muertos. Estaba a punto de correr atras en su busca, cuando un enorme estruendo lleno la sala, seguido de una lluvia de polvo y de cascotes, mientras la destrozada puerta saltaba de sus goznes en mellados fragmentos.

Antes de que se despejase la nube, los cubanos entraron por la abertura, disparando. Los tres primeros en irrumpir en la estancia cayeron bajo el fuego de los guardias. Entonces los rusos parecieron disolverse ante aquel ataque asesino. El estrepito dentro de la habitacion de paredes de hormigon era ensordecedor, pero, aun asi, Pitt podia oir los gritos de los heridos. La mayoria de los tecnicos se ocultaron debajo de sus consolas. Los que se resistieron fueron despiadadamente derribados.

Pitt se deslizo por la galeria, manteniendo la espalda pegada a la pared. Vio a dos hombres a unos diez metros de distancia, contemplando horrorizados la carniceria. Reconocio en uno de ellos al general Velikov y siguio acercandose, acechando a su presa. Solamente habia avanzado una corta distancia cuando Velikov se separo de la barandilla de la galeria y se volvio. Miro durante un instante a Pitt; despues abrio mucho los ojos al reconocerle, y luego, aunque parezca increible, sonrio. Aquel hombre parecia carecer en absoluto de nervios.

Pitt levanto la pistola y apunto cuidadosamente.

Velikov se movio con la rapidez de un gato, tirando del otro hombre y colocandolo delante de el una fraccion de segundo antes de que el percutor cayese sobre el cartucho.

La bala alcanzo a Lyev Maisky en el pecho. El jefe delegado de la KGB se quedo rigido y permanecio en pie como petrificado de asombro, antes de tambalearse hacia atras y caer sobre la barandilla al piso inferior.

Pitt, inconscientemente, apreto de nuevo el gatillo; pero la pistola estaba vacia. En un futil arrebato, la lanzo contra Velikov, el cual la desvio facilmente con un brazo.

Velikov asintio con la cabeza, con mas curiosidad que miedo.

– Es usted un hombre sorprendente, senor Pitt.

Antes de que este pudiese replicar o dar un paso, el general salto de lado, cruzo una puerta abierta y la cerro de golpe. Pitt se arrojo contra la puerta. Pero demasiado tarde. Se cerraba por dentro y Velikov habia corrido ya el pestillo. No podria abrirla de una patada. El grueso pestillo estaba firmemente introducido en el marco metalico. Pitt levanto el puno para golpear la puerta, pero lo penso mejor, giro en redondo y bajo corriendo la escalera que conducia a la planta inferior.

Cruzo la habitacion en medio de toda aquella confusion, saltando sobre los cuerpos hasta que llego junto a Quintana, que estaba vaciando el cargador de su AK-74 contra un banco de ordenadores.

– ?Olvide esto! -le grito Pitt al oido. Senalo la consola de la radio-. Si sus hombres no han destruido la antena, tratare de establecer contacto con la lanzadera.

Quintana bajo su rifle y le miro.

– Los controles estan en ruso. ?Sabra manejarlos?

– Se lo dire cuando lo haya probado -dijo Pitt.

Se sento a la consola de la radio y estudio rapidamente el confuso mar de luces y botones marcados con caracteres cirilicos.

Quintana se inclino sobre el hombro de Pitt.

– No encontrara a tiempo la frecuencia adecuada.

– ?Es usted catolico?

– Si, ?por que?

– Entonces invoque al santo patron de las almas perdidas y rece para que esta cosa este todavia en la frecuencia de la lanzadera.

Pitt coloco el pequeno auricular sobre un oido y empezo a apretar botones hasta recibir un tono. Entonces ajusto el microfono y apreto lo que presumio y espero fervientemente que fuese el boton de transmision.

– Gettusburg, ?me oye? Cambio.

Entonces apreto lo que estaba seguro de que era el boton de recepcion. Nada.

Probo un segundo y un tercer boton.

– Gettysburg, ?me oye? Cambio.

Pulso un cuarto boton.

– Gettysburg. Gettysburg, conteste por favor -suplico-. ?Me oye? Cambio.

Silencio, y entonces:

– Aqui Gettysburg. ?Quien diablos es usted? Cambio.

La subita respuesta, tan clara y distinta, sorprendio a Pitt, que tardo casi tres segundos en responder.

– Esto no importa, pero soy Dirk Pitt. Por el amor de Dios, Gettisburg, desvie el rumbo. Repito: desvie el rumbo. Se esta dirigiendo a Cuba.

– ?Vaya una novedad! -dijo Jurgens-. Solo puedo mantener este pajaro en el aire unos minutos mas y hacer un aterrizaje forzoso en la pista mas proxima. No tenemos alternativa.

Pitt no respondio inmediatamente. Cerro los ojos y trato de pensar. De pronto se hizo una luz en su mente.

– Gettysburg, ?pueden llegar a Miami?

– No. Cambio.

– Pruebe la Estacion Aeronaval de Key West. Esta en la punta de los Keys.

– Tomamos nota. Nuestros ordenadores muestran que esta a ciento diez millas al norte y ligeramente al este de nosotros. Muy dudoso. Cambio.

– Mejor que caiga al agua que en manos de los rusos.

– Esto es facil de decir. Llevamos mas de doce personas a bordo. Cambio.

Pitt discutio un momento con su conciencia, preguntandose si debia o no representar el papel de Dios. Despues dijo en tono apremiante:

– Gesttysburg, ?adelante! Dirijase a los Keys.

El no podia saberlo. Pero Jurgens estaba a punto de tomar la misma decision.

– ?Por que no? Solo podemos perder una nave de mil millones de dolares y nuestras vidas. Mantenga los dedos cruzados.

– Cuando yo cierre, podra restablecer la comunicacion con Houston - dijo Pitt-. Suerte, Gettysburg. Que lleguen sanos y salvos a casa. Cierro.

Pitt permanecio sentado alli, agotado. Reinaba un extrano silencio en la arruinada habitacion, un silencio solamente intensificado por los graves gemidos de los heridos. Miro a Quintana y sonrio debilmente. Su papel en la funcion habia terminado, penso vagamente: lo unico que le quedaba por hacer era reunir a sus amigos y volver a casa.

Pero entonces se acordo de La Dorada.

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