primeros informes enviados por la Seccion de Intereses Especiales en La Habana. Refirio los detalles del plan para trasladar los barcos y tambien esbozo detalles sobre la operacion llevada a cabo. Antes de que hubiese terminado, uno de sus ayudantes entro y le entrego el ultimo mensaje recibido. Le echo una ojeada en silencio y despues leyo la primera linea.

– Fidel y Raul Castro estan vivos. -Hizo una pausa para mirar al presidente-. Su hombre, Ira Hagen, dice que esta en contacto directo con los Castro, y que estos nos piden toda la ayuda que podamos prestarles para mitigar el desastre, incluidos personal y materiales medicos, equipos contra incendios, alimentos y ropa, y tambien expertos en embalsamamiento de cadaveres.

El presidente miro al general Clayton Metcalf, presidente del Estado Mayor Conjunto.

– ?General?

– Despues de que usted me llamara la noche pasada, puse sobre aviso al mando de Transportes Aereos. Podemos empezar el transporte por aire en cuanto lleguen las personas y los suministros a los aerodromos y sean cargados a bordo.

– Conviene que cualquier acercamiento de los aviones militares de los Estados Unidos a las costas cubanas este bien coordinado, o los cubanos nos recibiran con sus misiles tierra-aire -observo el secretario de Defensa, Simmons.

– Cuidare de que se abra una linea de comunicacion con su Ministerio de Asuntos Exteriores -dijo el secretario de Estado, Oates.

– Sera mejor expresar claramente a Castro que toda la ayuda que le prestemos esta organizada al amparo de la Cruz Roja -anadio Dan Fawcett-. No queremos asustarle hasta el punto de que nos cierre la puerta.

– Es una cuestion que no podemos olvidar -dijo el presidente.

– Es casi un crimen aprovecharse de un terrible desastre -murmuro Oates-. Sin embargo, no podemos negar que es una oportunidad caida del cielo para mejorar las relaciones con Cuba y mitigar la fiebre revolucionaria en todas las Americas.

– Me pregunto si Castro habra estudiado alguna vez a Simon Bolivar - dijo el presidente, sin dirigirse a nadie en particular.

– El Gran Libertador de America del Sur es uno de los idolos de Castro -respondio Brogan-. ?Por que lo pregunta?

– Entonces tal vez ha prestado por fin atencion a una de las frases de Bolivar.

– ?Que frase, senor presidente?

El presidente miro uno a uno a los que estaban alrededor de la mesa antes de responder:. -«El que sirve a una revolucion, ara en el mar.»

76

El caos amaino lentamente y, a medida que se recobraba la poblacion de La Habana, empezaron los trabajos de socorro. Se organizaron a toda prisa operaciones de emergencia. Unidades del Ejercito y de la milicia, acompanadas de personal sanitario, revolvieron las ruinas, cargando a los vivos en ambulancias y a los muertos en camiones.

El convento de Santa Clara, fundado en 1643, fue confiscado como hospital provisional y se lleno rapidamente. Las salas y los pasillos del Hospital de la Universidad estuvieron pronto a rebosar. El elegante y viejo Palacio Presidencial, ahora Museo de la Revolucion, fue convertido en deposito de cadaveres. Caminaban heridos por las calles, sangrando, mirando a ninguna parte o buscando desesperadamente a los seres queridos. Un reloj en la cima de un edificio de la plaza de la Catedral de la antigua Habana estaba parado a las seis y veintiun minutos. Algunos residentes que habian huido de sus casas durante el desastre empezaron a volver a ellas. Otros que no tenian un hogar al que volver caminaban por las calles, esquivando los cadaveres y cargando con pequenos fardos que contenian lo poco que habian podido salvar.

Todas las unidades de bomberos a cien kilometros a la redonda afluyeron a la ciudad y trataron en vano de sofocar los incendios que se propagaban sobre la zona portuaria. Un deposito de cloro estallo, anadiendo su veneno a los estragos del fuego. En dos ocasiones, los cientos de bomberos tuvieron que correr para ponerse a cubierto al cambiar el viento y arrojarles el calor sofocante a la cara.

Mientras se empezaban a organizar las operaciones de auxilio, Fidel Castro inicio una purga de funcionarios y militares hostiles al Gobierno. Raul dirigio personalmente la redada. La mayoria habia abandonado la ciudad, advertidos de la operacion Ron y Cola por Velikov y la KGB. Fueron detenidos uno a uno, pasmados todos ellos por la noticia de que los hermanos Castro estaban todavia vivos. Fueron trasladados a cientos, bajo una severa guardia, a una prision secreta en el corazon de las montanas, y nunca se les volvio a ver.

A las dos de la tarde, el primer gran avion de carga de la Fuerza Aerea de los Estados Unidos aterrizo en el aeropuerto internacional de La Habana. Fue seguido de un desfile continuo de aviones. Fidel Castro acudio a saludar a los medicos y enfermeras voluntarios. Cuido personalmente de que los comites cubanos de socorro estuviesen preparados para recibir los suministros y colaborar con los americanos.

Al anochecer, guardacostas y embarcaciones contra incendios del puerto de Miami aparecieron en el horizonte nublado por el humo. Bulldozers, equipos pesados y expertos tejanos en extincion de incendios de pozos de petroleo penetraron en la zona arruinada proxima al puerto y combatieron inmediatamente las llamas.

A pesar de las diferencias politicas pasadas, los Estados Unidos y Cuba parecieron olvidarlas en esta ocasion y todos trabajaron juntos para resolver los problemas urgentes que se presentaban.

El almirante Sandecker y Al Giordino se apearon de un jet de la AMSN a ultima hora de la tarde. Montaron en un camion cargado de ropa de cama y camas de campana, hasta un deposito de distribucion, donde Giordino «tomo prestado» un Fiat abandonado.

La falsa puesta de sol producida por las llamas tenia de rojo sus caras a traves del parabrisas, mientras contemplaban con incredulidad la gigantesca nube de humo y el vasto mar de fuego.

Despues de casi media hora de rodar a traves de la ciudad, dirigidos por la policia en complicados desvios para evitar las calles bloqueadas por los escombros y los vehiculos de socorro, llegaron al fin a la Embajada suiza.

– Nuestro trabajo sera dificil -dijo Sandecker, contemplando los edificios arruinados y los cascotes que llenaban el ancho bulevar del Malecon.

Giordino asintio tristemente con la cabeza.

– Tal vez no le encontremos nunca.

– Sin embargo, debemos intentarlo.

– Si -dijo gravemente Giordino-. Se lo debemos a Dirk.

Se volvieron y cruzaron la estropeada entrada de la Embajada, donde les indicaron el salon de comunicaciones de la Seccion de Intereses Especiales.

La sala estaba llena de corresponsales de prensa, que esperaban su turno para transmitir reportajes del desastre. Sandecker se abrio paso entre la multitud y encontro a un hombre gordo que dictaba a un radiotelegrafista. Cuando el hombre hubo terminado, Sandecker le dio un golpecito en un brazo.

– ?Es usted Ira Hagen?

– Si, soy Hagen.

La ronca voz concordaba con las arrugas de fatiga de la cara.

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