– Me lo habia imaginado -dijo Sandecker-. El presidente me hizo una descripcion de usted bastante detallada.
Hagen se dio unas palmadas en la redonda panza y se esforzo en sonreir.
– No soy dificil de descubrir entre una muchedumbre. -Despues hizo una pausa y miro de un modo extrano a Sandecker-. Dice usted que el presidente…
– Estuve con el hace cuatro horas en la Casa Blanca. Me llamo James Sandecker y este es Al Giordino. Somos de la AMSN.
– Si, almirante, conozco su nombre. ?En que puedo servirle?
– Somos amigos de Dirk Pitt y de Jessie LeBaron.
Hagen cerro un momento los ojos y despues miro fijamente a Sandecker.
– La senora LeBaron es una mujer estupenda. Salvo por unos pequenos cortes y algunas contusiones, salio indemne de la explosion. Esta ayudando en un hospital de urgencia para ninos montado en la vieja catedral. Pero si estan buscando a Pitt, temo que pierden el tiempo. Estaba al timon del
Giordino sintio que se le encogia el corazon.
– ?No hay ninguna posibilidad de que pudiese salvarse?
– De los hombres que lucharon contra los rusos en los muelles mientras los barcos se hacian a la mar, solo dos sobrevivieron. Todos los tripulantes de los barcos y del remolcador se han dado por desaparecidos. Hay pocas esperanzas de que alguno de ellos pudiese abandonar su embarcacion a tiempo. Y si las explosiones no les mataron, debieron perecer ahogados en la enorme ola que se produjo.
Giordino apreto los punos, desesperado. Se volvio de espaldas para que los otros no pudiesen ver las lagrimas que brotaban de sus ojos.
Sandecker sacudio tristemente la cabeza.
– Quisieramos buscar en los hospitales.
– No quisiera mostrarme despiadado, almirante, pero harian mejor buscando en los depositos de cadaveres.
– Haremos ambas cosas.
– Pedire a los suizos que les proporcionen salvoconductos diplomaticos para que puedan moverse libremente por la ciudad.
– Gracias.
Hagen miro con ojos compasivos a los dos hombres.
– Si les sirve de algun consuelo, les dire que gracias a su amigo Pitt se salvaron cien mil vidas.
Sandecker le miro a su vez, con una subita expresion de orgullo en el semblante.
– Si usted conocia a Dirk Pitt, senor Hagen, no podia esperar menos de el.
77
Con muy poco optimismo, Sandecker y Giordino empezaron a buscar a Pitt en los hospitales. Pasaron por encima de innumerables heridos que yacian en hileras en el suelo, mientras las enfermeras les prestaban toda la ayuda que podian y los agotados medicos trabajaban en las salas de operaciones. Numerosas veces se detuvieron y ayudaron a transportar camillas antes de continuar su busqueda.
No pudieron encontrar a Pitt entre los vivos.
Despues investigaron en los improvisados depositos de cadaveres, delante de algunos de los cuales esperaban camiones cargados de muertos, amontonados en cuatro o cinco capas. Un pequeno ejercito de embalsamadores trabajaba febrilmente para evitar una epidemia. Los cadaveres yacian en todas partes como lenos, descubiertas las caras, mirando sin ver al techo. Muchos de ellos estaban demasiado quemados y mutilados como para que pudiesen ser identificados, y fueron mas tarde enterrados en una ceremonia colectiva en el cementerio de Colon.
Un atribulado empleado de un deposito les mostro los restos de un hombre del que se decia que habia sido lanzado a tierra desde el mar. No era Pitt, y si no identificaron a Manny, fue porque no le conocian.
Amanecio el dia sobre la destrozada ciudad. Se encontraron mas heridos que fueron llevados a los hospitales y mas muertos que fueron transportados a los depositos. Soldados con la bayoneta calada patrullaban por las calles para impedir los saqueos. Las llamas todavia hacian estragos en la zona del puerto, pero los bomberos lograban rapidos progresos. La enorme nube de humo seguia ennegreciendo el cielo, y los pilotos de las lineas aereas informaron de que los vientos del este la habian llevado hasta un lugar tan lejano como Ciudad de Mexico.
Abrumados por lo que habian visto aquella noche, Sandecker y Giordino se alegraron de ver una vez mas la luz del dia. Llegaron en coche hasta tres manzanas de la plaza de la Catedral y alli tuvieron que detenerse por las ruinas que bloqueaban las calles. Siguieron a pie el resto del camino hasta el hospital infantil provisional, para ver a Jessie.
Esta estaba acariciando a una nina pequena que gemia mientras un medico escayolaba una de sus piernas delgadas y morenas. Jessie levanto la cabeza al ver acercarse al almirante y a Giordino. Inconscientemente, sus ojos recorrieron sus semblantes, pero su cansada mente no les reconocio.
– Jessie -dijo suavemente Sandecker-. Soy Jim Sandecker, y ese es Al Giordino.
Ella les miro durante unos segundos y entonces empezo a recordarles.
– Almirante, Al. ?Oh! Gracias a Dios que han venido.
Murmuro algo al oido de la nina, y entonces se levanto y les abrazo a los dos, llorando a lagrima viva.
El medico se volvio a Sandecker.
– Ha estado trabajando como un demonio durante veinticuatro horas seguidas. ?Por que no la convencen de que se tome un respiro?
Ellos la asieron cada uno de un brazo y la sacaron de alli. Despues, delicadamente, hicieron que se sentara en los escalones de la catedral.
Giordino se sento delante de Jessie y la miro. Todavia llevaba su uniforme de campana. Al camuflaje se anadian ahora manchas de sangre. Tenia los cabellos mojados de sudor y enmaranados, y los ojos enrojecidos por el humo.
– Me alegro de que me hayan encontrado -dijo ella al fin-. ?Acaban de llegar?
– La noche pasada -respondio Giordino-. Hemos estado buscando a Dirk.
Ella miro vagamente la gran nube de humo.
– Ha muerto -dijo como en trance.
– Mala hierba nunca muere -murmuro Giordino con mirada ausente.
– Todos han muerto…, mi marido, Dirk y tantos otros.
Su voz se extinguio.