hacia el mamparo de atras y miro la larga cubierta de carga del Cyclops.

Este habia sido un barco grande en su epoca, con ciento ochenta metros de eslora y veinte de manga. Construido en Filadelfia en 1910, habia operado en el Servicio Auxiliar Naval de la Flota del Atlantico. Sus siete cavernosas bodegas podian contener 10.500 toneladas de carbon, pero esta vez transportaba 11.000 de manganeso. El casco aparecia hundido en el agua a mas de un pie por encima de la linea de maxima carga. En opinion de Church, iba peligrosamente sobrecargado.

Al mirar hacia la popa, Church pudo ver las veinticuatro gruas para el carbon irguiendose en la oscuridad, con sus gigantescos cubos asegurados contra el mal tiempo. Pero tambien vio algo mas.

La cubierta de en medio parecia subir y bajar al unisono con las olas cuando estas pasaban por debajo de la quilla.

– Dios mio -murmuro-, el casco se esta doblando.

Worley no se molesto en mirar.

– No debe preocuparle, hijo mio. Esta acostumbrado a un poco de tension.

– Nunca habia visto combarse de esta manera un barco -insistio Church.

Worley se dejo caer en un gran sillon de mimbre que tenia en el puente y apoyo los pies en la bitacora.

– Hijo mio, no debe temer por el viejo Cyclops. Surcara los mares mucho despues de que usted y yo nos hayamos ido.

La aprension de Church no menguo con la despreocupacion del capitan Worley. Por el contrario, aumentaron sus malos presentimientos.

Despues de ser sustituido por un companero oficial para el siguiente turno de guardia, abandono el puente y se detuvo en el cuarto de la radio para tomar una taza de cafe con el operador de servicio. Sparks («Chispa»), como eran llamados todos los radiotelegrafistas a bordo de cualquier barco, levanto la mirada al oirle entrar.

– Buenos dias, teniente.

– ?Alguna noticia interesante de los barcos cercanos?

Sparks levanto el auricular de una oreja.

– ?Perdon?

Church repitio la pregunta.

– Solo un par de radiotelegrafistas de dos barcos mercantes cantando jugadas de ajedrez.

– Deberia usted intervenir en la partida para librarse de esta monotonia.

– Yo solo juego a las damas -dijo Sparks.

– ?A que distancia estan esos dos mercantes?

– Sus senales son bastante debiles… Deben estar por lo menos a cien millas de aqui.

Church se acerco a una silla y apoyo los brazos y el menton en el respaldo.

– Llameles y pregunte el estado del mar en el lugar donde se encuentran.

Sparks encogio tristemente los hombros.

– No puedo hacerlo.

– ?No funciona su transmisor?

– Tan bien como una puta de dieciseis anos en La Habana.

– No comprendo.

– Orden del capitan Worley -respondio Sparks-. Cuando salimos de Rio, me llamo a su camarote y me dijo que no transmitiese ningun mensaje sin orden directa suya antes de que atraquemos en Baltirnore.

– ?Le dio alguna razon?

– No, senor.

– ?Que raro!

– Yo sospecho que tiene algo que ver con aquel personaje que tomamos como pasajero en Rio.

– ?El consul general?

– Recibi la orden inmediatamente despues de que el subiera a bordo…

Sparks se interrumpio y apreto los auriculares a sus oidos. Entonces empezo a garrapatear un mensaje en un bloc. Al cabo de unos momentos se volvio, cenudo el semblante.

– Una senal de socorro.

Church se levanto.

– ?Cual es la posicion?

– Veinte millas al sudeste de Anguilla Cays.

Church hizo un calculo mental.

– Esto les situa a unas cincuenta millas de nuestra proa. ?Que mas?

– Nombre del barco, Crogan Castle. Proa desfondada. La superestructura gravemente danada. Esta haciendo agua. Pide un auxilio inmediato.

– ?La proa desfondada? -repitio Church, en un tono de perplejidad-. ?A causa de que?

– No lo han dicho, teniente.

Church miro hacia la puerta.

– Informare al capitan. Diga al Crogan Castle que vamos alla a todo vapor.

El semblante de Sparks tomo un aire afligido.

– Por favor, senor, no puedo hacerlo.

– ?Hagalo! -ordeno el teniente Church-. Yo asumo toda la responsabilidad.

Se volvio y corrio por el pasillo y subio la escalerilla de la caseta del timon. Worley estaba todavia sentado en el sillon de mimbre, meciendose al compas del balanceo del barco. Tenia las gafas casi en la punta de la nariz y estaba leyendo una sobada revista Liberty.

– Sparks ha recibido un SOS -anuncio Church-. A menos de cincuenta millas. Le ordene que respondiese a la llamada y dijese que cambiamos de rumbo para ayudarles.

Worley abrio mucho los ojos, se levanto de un salto del sillon y agarro de los brazos al sorprendido Church.

– ?Esta usted loco? -rugio-. ?Quien diablos le ha dado autoridad para contradecir mis ordenes?

Church sintio un fuerte dolor en los brazos. La presion de aquellas manazas que apretaban como tenazas parecio que iba a convertir sus biceps en pulpa.

– Dios mio, capitan, no podemos abandonar a otro barco en peligro.

– ?Podemos hacerlo, si yo lo digo!

Church se quedo pasmado ante el arrebato del capitan Worley. Podia ver sus ojos enrojecidos y desenfocados, y oler el aliento que apestaba a whisky.

– Es una norma basica del mar -insistio Church-. Debemos auxiliarles.

– ?Se estan hundiendo?

– El mensaje decia «haciendo agua».

Worley empujo a Church.

– Y ahora lo dice usted. Dejemos que esos bastardos manejen las bombas hasta que cualquier barco que no sea el Cyclops les salve el pellejo.

El timonel y el oficial de guardia les miraron en sorprendido silencio, mientras Church y Worley se enfrentaban sin pestanear, con la atmosfera de la caseta del timon cargada de tension. Todas las desavenencias que habia habido entre ellos en las ultimas semanas se pusieron de pronto de manifiesto.

El oficial de guardia hizo un movimiento como para intervenir. Worley volvio la

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