dios, cuyo nombre no recuerdo.
– ?Se recupero el tesoro?
– Se hicieron numerosos intentos de rastrear el lago, pero todos fracasaron. En 1965, el Gobierno de Colombia declaro Guatavita zona de interes cultural y prohibio toda operacion de rastreo. Una lastima, teniendo en cuenta que la riqueza del fondo del lago se calcula entre cien y trescientos millones de dolares.
– ?Y la ciudad de oro?
– Nunca fue encontrada -dijo O'Meara, haciendo una sena a la camarera para que trajese otra ronda-. Muchos la buscaron y muchos murieron. Nikolaus Federmann, Ambrosius Dalfinger, Sebastian de Belalcazar, Gonzalo y Hernan Jimenez de Quesada, todos buscaron El Dorado, pero solo encontraron la maldicion. Lo propio le ocurrio a sir Walter Raleigh. Despues de su segunda expedicion inutil, el rey Jaime puso literalmente la cabeza sobre el tajo. La fabulosa ciudad de El Dorado y el tesoro mas grande de todos continuaron perdidos.
– Volvamos un momento atras -dijo Pitt-. El tesoro del fondo del lago no esta perdido.
– Se encontraron piezas sueltas -explico O'Meara-. El segundo tesoro, el premio gordo, el mas grande de todos, permanece oculto hasta nuestros dias. Tal vez con dos excepciones, ningun forastero puso jamas los ojos en el. La unica descripcion que tenemos procede de un monje que vino de la selva a una colonia espanola del rio Orinoco, en 1675. Una semana mas tarde, antes de morir, dijo que habia formado parte de una expedicion portuguesa que buscaba minas de diamantes. Afirmo que habian encontrado una ciudad abandonada, rodeada de altos penascos y guardada por una tribu llamada zanona. Los zanones no eran tan amistosos como fingian, sino que eran canibales que envenenaban a los portugueses y se los comian. Solo el monje consiguio escapar. Describio grandes templos y edificios, extranas inscripciones y el legendario tesoro que envio a la tumba a tantos buscadores.
– Un verdadero hombre de oro -insinuo Pitt-. Una estatua.
– Caliente -dijo O'Meara-. Caliente, pero te has equivocado de sexo.
– ?De sexo?
–
– No, gracias; ire alargando esta.
O'Meara pidio otro Jack Daniel's.
– En todo caso, ya conoces la historia del Taj Mahal. Un caudillo mogol levanto la lujosa tumba como un monumento a su esposa. Lo propio cabe decir de un rey sudamericano precolombino. Su nombre no consta, pero, segun la leyenda, su esposa fue la mas amada de los cientos de mujeres de su corte. Entonces ocurrio un fenomeno extrano en el cielo, Probablemente un eclipse o el cometa Halley. Y los sacerdotes le exigieron que la sacrificase para apaciguar a los irritados dioses. La vida era dura en aquellos tiempos. Por consiguiente, la mataron y le arrancaron el corazon en una complicada ceremonia.
– Yo creia que eran solo los aztecas los que arrancaban el corazon de sus victimas.
– Los aztecas no tenian el monopolio de los sacrificios humanos. Lo notable fue que el rey llamo a sus artesanos y les ordeno que construyesen una estatua de ella, a fin de poder convertirla en una diosa.
– ?Todo esto lo conto el monje?
– Con todo detalle, si hay que creer su historia. Es un desnudo de casi un metro ochenta de altura, sobre un pedestal de cuarzo rosa. Su cuerpo es de oro macizo. Debe pesar al menos una tonelada. Encajado en el pecho, donde deberia estar el corazon, hay un gran rubi, que se considera de peso proximo a los mil doscientos quilates.
– Yo no soy experto -dijo Pitt-, pero se que el rubi es la piedra preciosa mas valiosa, y que los treinta quilates son muy raros. Mil doscientos quilates es algo increible.
– Pues todavia no has oido la mitad -prosiguio O'Meara-. La cabeza de la estatua es una gigantesca esmeralda tallada, de un verde azulado y sin macula. No puedo imaginarme el peso en quilates, pero tendria que ser de unos quince kilos.
– Probablemente veinte, si incluyes los cabellos.
– ?Cual es la esmeralda mas grande que se conoce?
Pitt penso un momento.
– Seguro que no pesa mas de cinco kilos.
– ?Te la imaginas bajo la luz de los focos en el salon principal del Museo de Historia Natural de Washington? -dijo O'Meara, con aire sonador.
– Solo puedo preguntarme su valor actual en el mercado.
– Podrias decir que es incalculable.
– ?Hubo otro hombre que vio la estatua? -pregunto Pitt.
– El coronel Ralph Morehouse Sigler, un autentico ejemplar de la vieja escuela de exploradores. Ingeniero del Ejercito ingles, viajo por todo el Imperio, trazando fronteras y construyendo fuertes en toda el Africa y en la India. Tambien era un buen geologo y pasaba el tiempo libre haciendo prospecciones. O tuvo mucha suerte o estaba realmente muy capacitado, pues descubrio un extenso deposito de cromo en Africa del Sur y varias vetas de piedras preciosas en Indochina. Se hizo rico, pero no tuvo tiempo de disfrutarlo. El Kaiser entro en Francia y a el le enviaron al frente occidental a construir fortificaciones.
– Entonces no debio venir a America del Sur hasta despues de la guerra.
– No; en el verano de 1916, desembarco en Georgetown, en la que era entonces Guayana Inglesa. Parece que algun personaje del Tesoro britanico concibio la brillante idea de enviar expediciones alrededor del mundo para encontrar y explotar minas de oro con las que financiar la guerra. Sigler fue llamado del frente y enviado al interior de America del Sur.
– ?Crees que conocia la historia del monje? -pregunto Pitt.
– Nada en sus diarios u otros documentos indica que creyese en una ciudad perdida. Aquel hombre no era un ilusionado buscador de tesoros. Buscaba minerales en crudo. Los artefactos historicos nunca le habian interesado. ?Tienes hambre, Dirk?
– Ahora que lo pienso, si. Me has estafado la cena.
– Hace rato que ha pasado la hora de cenar; pero, si lo pedimos con cortesia, estoy seguro de que en la cocina podran prepararnos algun tentempie.
O'Meara llamo a la camarera y, despues de exponer su caso, la persuadio de que les sirviera una fuente de gambas con salsa coctel.
– Me vendran muy bien -dijo Pitt.
– Yo estaria comiendo de esos diablillos durante todo el dia -convino O'Meara-. Y ahora, ?donde estabamos?
– Sigler estaba a punto de encontrar La Dorada.
– Ah, si. Despues de formar un grupo de veinte hombres, en su mayoria soldados britanicos, Sigler se introdujo en la selva inexplorada. Durante meses, nada se supo de ellos. Los ingleses empezaron a presentir un desastre y enviaron varias patrullas en su busca, pero no encontraron rastro de los desaparecidos. Por fin, casi dos anos mas tarde, una expedicion americana, que estudiaba el terreno para instalar una via ferrea, tropezo con Sigler a quinientas millas al nordeste de Rio de Janeiro. Estaba solo; era el unico superviviente.
– Parece una distancia increible desde la Guayana Inglesa.