nuestros colonos lunares que podria derivar en un conflicto espacial que nadie podria detener. Hay que convencer al «circulo privado» de que se retire. Tengo que tenerlos bajo control, Ira, al menos veinticuatro horas antes de que los rusos alunicen.

– Ocho dias no son muchos para encontrar a nueve hombres.

El presidente encogio los hombros en ademan de resignacion.

– Se que no sera facil.

– Un certificado diciendo que soy tu cunado no sera suficiente para que pueda sortear las barreras legales y burocraticas. Necesitare una buena cobertura.

– Lo dejo en tus manos. Una habilitacion Alfa Dos deberia abrirte la mayoria de las puertas.

– No esta mal -dijo Hagen-. El vicepresidente solo tiene una Tres.

– Te dare el numero de una linea de telefono secreta. Informame de dia o de noche. ?Comprendido?

– Comprendido.

– ?Alguna pregunta?

– Raymond LeBaron, ?esta vivo o muerto?

– No se sabe. Su esposa se nego a identificar como suyo el cadaver encontrado en el dirigible. Hizo bien. Entonces pedi al director del FBI, Sam Emmett, que se hiciese cargo de los restos que se hallaban en Dade County, Florida. Ahora estan siendo examinados en el Walter Reed Army Hospital.

– ?Puedo ver el dictamen del forense del condado?

El presidente sacudio la cabeza con admiracion.

– Nunca se te escapa nada, ?verdad, Ira?

– Evidentemente, tiene que existir.

– Cuidare de que recibas una copia.

– Y los resultados del laboratorio del Walter Reed.

– Tambien eso.

Hagen guardo los documentos en la cartera, pero no la foto del campo de golf. Estudio las imagenes quiza por cuarta vez.

– Desde luego, te das cuenta de que es posible que Raymond LeBaron no sea encontrado jamas.

– He considerado esta posibilidad.

– Nueve pequenos indios. Y despues ocho… y despues siete.

– ?Siete?

Hagen puso la foto delante de los ojos del presidente.

– ?No lo reconoces?

– Francamente, no. Pero el dijo que nos habiamos conocido hace muchos anos.

– De nuestro equipo de beisbol del Instituto. Tu jugabas de primera base. Yo jugaba en la izquierda, y Leonard Hudson, de catcher.

– ?Hudson! -exclamo el presidente con incredulidad-. ?Joe es Leo Hudson? Pero Leo era un muchacho gordo. Pesaba al menos cien kilos.

– Se volvio loco por las cuestiones de salud. Perdio treinta kilos y se hizo corredor de maraton. Tu nunca apreciaste mucho a tus companeros de clase. Yo todavia les sigo la pista. ?No te acuerdas? Leo era el cerebro del Instituto. Gano toda clase de premios por sus proyectos cientificos. Mas tarde se graduo con honores en Stanford y llego a ser director del Laboratorio Nacional de Fisica Harvey Pattenden, en Oregon. Invento cohetes y sistemas espaciales antes de que nadie mas trabajase en este campo.

– Traele, Ira. Hudson es la clave para llegar a los otros.

– Necesitare una pala.

– ?Quieres decir que esta enterrado?

– Muerto y enterrado.

– ?Cuando?

– En 1965. Un avion ligero se estrello en el rio Columbia.

– Entonces, ?quien es Joe?

– Leonard Hudson.

– Pero tu dijiste…

– Su cuerpo no fue encontrado nunca. Muy conveniente, ?en?

– Simulo su muerte -dijo el presidente, sorprendido por la revelacion-. El hijo de perra simulo su muerte para poder desaparecer y dedicarse al proyecto de Jersey Colony

– Una brillante idea, si lo pensamos bien. Nadie ante quien responder. Ninguna posibilidad de ser relacionado con un programa clandestino. Representar el personaje que mas le conviniera. Una persona no existente puede conseguir mucho mas que el contribuyente comun, cuyo nombre, senas y malos habitos estan registrados en mil ordenadores.

Se hizo un silencio; despues, el presidente dijo gravemente:

– Encuentralo, Ira. Encuentra a Leonard Hudson y traemelo antes de que se desencadenen todas las fuerzas del infierno.

El secretario de Estado Douglas Oates examino a traves de sus gafas de lectura la ultima hoja de una carta de treinta paginas. Estudio atentamente la estructura de cada parrafo, tratando de leer entre lineas. Por fin levanto la cabeza y miro al subsecretario, Victor Wykoff.

– Me parece autentica.

– Nuestros expertos sobre la materia creen lo mismo -dijo Wykoff-. La semantica, la prolijidad incoherente, las frases sin conexion, todo sigue la pauta acostumbrada.

– No se puede negar que parece de Fidel -dijo pausadamente Oates-. Sin embargo, el tono de la carta me preocupa. Casi da la impresion de una suplica.

– No lo creo. Parece mas bien que esta tratando de hacer hincapie en el maximo secreto, en un tono saludablemente apremiante.

– Las consecuencias de su proposicion son asombrosas.

– Mi personal le ha estudiado desde todos los puntos de vista -dijo Wykoff-. Castro no tiene nada que ganar con gastarnos una broma pesada.

– Ha dicho que empleo un procedimiento muy tortuoso para hacer llegar el documento a nuestras manos.

Wykoff asintio con la cabeza.

– Aunque parezca una locura, los dos correos que lo entregaron en nuestra oficina de Miami afirman que pasaron de Cuba a los Estados Unidos a bordo de un dirigible.

12

Las montanas desnudas y las sombrias crestas de los crateres de la Luna se aparecieron a Anastas Rykov cuando miro a traves de las lentes gemelas de un estereoscopio. Ante los ojos del geofisico sovietico, el desolado paisaje lunar se desarrollo en tres dimensiones y vivido color. Tomados desde una altura de cincuenta kilometros, los detalles eran sorprendentemente claros. Piedrecitas solitarias de menos de una pulgada se distinguian perfectamente.

Rykov yacia boca abajo sobre una colchoneta, estudiando el montaje fotografico que se desarrollaba lentamente en el estereoscopio en dos anchas cintas. El proceso era parecido al de un director de cine realizando una pelicula, aunque mas comodo. Tenia la mano apoyada en una pequena unidad de control que podia detener las cintas y ampliar la zona que quisiera estudiar.

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