– Adelante, Abuela.
– Puede darme su ultima posicion satelite V1KOR.
– Roger. Lectura VIKOR H3608 por T8090.
El jefe comprobo rapidamente la posicion en una carta.
–
– Yo leo lo mismo, Abuela.
– ?Como estan los vientos?
– A juzgar por las crestas de las olas, yo diria que han subido a fuerza 6 en la escala de Beaufort.
– Escuche,
– Lo haremos, Abuela. Ponemos rumbo a los Cayos.
Pitt guardo silencio durante la media hora siguiente. A las catorce treinta y cinco, el jefe del personal de tierra llamo de nuevo:
– Responda,
Nada.
El aire sofocante del interior del camion parecio enfriarse subitamente, cuando la aprension y el miedo asaltaron al personal. Los segundos se hicieron eternos, convirtiendose en minutos, mientras el jefe trataba desesperadamente de comunicar con el dirigible.
Pero el
El jefe del personal de tierra solto el microfono y salio del camion, pasando entre sus pasmados hombres. Corrio hacia el coche aparcado y abrio febrilmente una portezuela de atras.
– ?Han desaparecido! Les hemos perdido, ?como la ultima vez!
El hombre que estaba sentado a solas en el asiento de atras se limito a asentir con la cabeza.
– Continue intentando establecer comunicacion con ellos -dijo pausadamente.
Mientras el hombre volvia corriendo a la radio, el almirante James Sandecker descolgo un telefono de un compartimiento disimulado e hizo una llamada.
– Senor presidente.
– Diga, almirante.
– Han desaparecido.
– Comprendido. He dado instrucciones al almirante Clyde Monfort de la Fuerza Conjunta del Caribe. Ha puesto ya en estado de alerta a barcos y aviones alrededor de las Bahamas. En cuanto colguemos, le ordenare que inicie una operacion de busqueda y salvamento.
– Por favor, digale a Montfort que se de prisa. Tambien me han informado de que el
– Vuelva a Washington, almirante, y no se preocupe. Su gente y la senora LeBaron seran encontrados y recogidos dentro de pocas horas.
– Tratare de compartir su optimismo, senor presidente. Muchas gracias.
Si habia una doctrina en la que creia Sandecker de todo corazon era: «No te fies nunca de la palabra de un politico.» Hizo otra llamada desde su automovil.
– Aqui el almirante James Sandecker. Quisiera hablar con el almirante Monfort.
– En seguida, senor.
– Jim, ?eres tu?
– Hola, Clyde. Me alegro de oir tu voz.
– Caray, hace casi dos anos que no nos hemos visto. ?Que se te ofrece?
– Dime una cosa, Clyde. ?Te han dado la voz de alerta para una mision de salvamento en las Bahamas?
– ?Donde has oido tal cosa?
– Rumores.
– Para mi es una noticia. La mayor parte de nuestras fuerzas del Caribe estan tomando parte de unas maniobras anfibias de desembarco en Jamaica.
– ?En Jamaica?
– Un pequeno ejercicio para desentumecer los musculos y exhibir nuestra capacidad militar a los sovieticos y a los cubanos. Hace que Castro se sienta desconcertado, temiendo que vamos a invadir su isla el dia menos pensado.
– ?Vamos a hacerlo?
– ?Para que? Cuba es la mejor campana publicitaria de que disponemos para demostrar el tremendo fracaso economico del comunismo. Ademas, es mejor que sean los sovieticos y no nosotros quienes tiren un millon de dolares diarios en el retrete de Castro.
– ?No has recibido ninguna orden de no perder de vista a un dirigible que emprendio un vuelo desde los Cayos esta manana?
Se hizo un ominoso silencio en el otro extremo de la linea.
– Probablemente no deberia decirte esto, Jim, pero recibi una orden verbal concerniente al dirigible. Me dijeron que mantuviese nuestros barcos y nuestros aviones lejos de los Bahama Banks y que interfiriese todas las comunicaciones procedentes de aquella zona.
– Esta orden, ?venia directamente de la Casa Blanca?
– No abuses de tu suerte, Jim.
– Gracias por haberme hablado claro, Clyde.
– Siempre a tu disposicion. Tenemos que vernos la proxima vez que yo este en Washington.
– Lo espero con ilusion.
Sandecker colgo el telefono, con el semblante enrojecido y echando chispas por los ojos.
– Que Dios les ayude -murmuro, apretando los dientes-. Nos la han pegado a todos.
19
La cara suave y de pomulos salientes de Jessie estaba tensa por el esfuerzo de luchar contra las rafagas de viento y lluvia que zarandeaban el dirigible. Se le estaban entumeciendo los brazos y las munecas de tanto manejar las valvulas y el timon de inclinacion. Con el peso anadido de la lluvia, era casi imposible mantener en equilibrio y al nivel adecuado la oscilante aeronave. Empezaba a sentir la fria caricia del miedo.
– Tendremos que dirigirnos a la tierra mas proxima -dijo, con voz insegura-. No podre mantenerlo mucho mas tiempo en el aire, con esta tormenta.
Pitt la miro.