Bajo la vista de nuevo.
– Te lo contare, lo antes posible. Pero ahora no. ?No puedo soportarlo todo de golpe! – solto mi padre de sopeton-. Ten paciencia conmigo.
Pero la mirada que me dirigio no era acusadora, sino suplicante. Me acerque a el y rodee con los brazos su cabeza inclinada.
Marzo iba a ser frio y desapacible en la Toscana, pero mi padre penso que un breve viaje a la campina era necesario despues de cuatro dias de conversaciones (siempre habia llamado «conversaciones» a su ocupacion) en Milan. Esta vez no me habia sido necesario pedirle que me llevara.
– Florencia es maravillosa, sobre todo fuera de temporada -dijo una manana, mientras ibamos en coche hacia el sur desde Milan-. Me gustaria que la vieras en uno de esos dias.
Antes tendras que aprender algo mas acerca de su historia y sus cuadros para quedarte realmente prendada. Pero la campina toscana es lo mejor. Descansa tus ojos y al mismo tiempo los estimula. Ya lo veras.
Asenti y me arrellane en el asiento del Fiat alquilado. El amor de nu padre por la libertad era contagioso, y me gustaba que se aflojara cuello de la camisa y la corbata cuando nos dirigiamos a un lugar nuevo. El coche zumbaba por la agradable autopista del norte.
– De todos modos, hace anos que vengo prometiendo a Massimo y Giulia que iriamos a verlos. Nunca me perdonarian que pasara tan cerca sin hacerlo. -Se reclino en el asiento y estiro las piernas-. Son un poco raros, excentricos, por decirlo de alguna manera, pero muy amables. ?Te apetece?
– Ya te dije que si -indique. Preferia estar sola con mi padre que visitar a desconocidos, cuya presencia siempre sacaba a flote mi natural timidez, pero parecia ansioso por ver a sus viejos amigos. En cualquier caso, el ronroneo del Fiat me estaba adormeciendo. Estaba cansada del viaje en tren. Algo nuevo me habia ocurrido aquella manana, el hilillo de sangre alarmantemente retrasado por el que siempre se preocupaba mi medico, y debido al cual la senora Clay habia metido en mi maleta un monton de compresas de algodon. El primer vislumbre de este cambio me habia provocado lagrimas de sorpresa en el lavabo del tren, como si alguien me hubiera herido. La mancha que aparecio en mis comodas bragas de algodon se me antojo la huella del pulgar de un asesino. No dije nada a mi padre. Valles surcados por rios y colinas lejanas coronadas por pueblos se convirtieron en un panorama brumoso al otro lado de la ventanilla del coche, y despues en un borron. Aun seguia adormilada a la hora de comer, cosa que hicimos en una ciudad formada por cafes y bares oscuros mientras los gatos callejeros se aovillaban y desaovillaban alrededor de los portales.
Pero cuando ascendimos con el ocaso hacia uno de los veinte pueblos alzados sobre colinas, que se amontonaban a nuestro alrededor como los temas de un fresco, me descubri muy despierta. La noche ventosa y nublada mostraba grietas de ocaso en el horizonte.
Hacia el Mediterraneo, dijo mi padre, hacia Gibraltar y otros lugares a los que iriamos algun dia. Encima de nosotros se alzaba un pueblo construido sobre soportes de piedra, con calles casi verticales y callejones formando terrazas con estrechos escalones de piedra. Mi padre guiaba el cochecito de un lado a otro, y en una ocasion pasamos ante la puerta de una trattoria que arrojaba luz sobre los adoquines humedos. Despues se desvio con cautela hacia el otro lado de la colina.
– Esta por aqui, si no recuerdo mal. -Se desvio entre una hilera de cipreses oscuros por una pista llena de baches-. Villa Montefollinoco, en Monteperduto. Monteperduto es el pueblo, ?recuerdas?
Lo recordaba. Habiamos mirado el mapa durante el desayuno. Mi padre lo habia reseguido con el dedo por encima de su taza de cafe.
– Aqui, Siena. Es tu punto central. Esta en la Toscana. Despues, entramos en Umbria. Aqui esta Montepulciano, un famoso lugar antiguo, y sobre esta colina siguiente se encuentra nuestro pueblo, Monteperduto.
Los nombres se confundian en mi mente, pero monte significa «montana», y estabamos entre montanas dignas de una casa de munecas grande, pequenas montanas pintadas como si fuesen hijas de los Alpes, que ya habia atravesado dos veces.
En la inminente oscuridad la villa parecia pequena, una granja de piedra con cipreses y olivos apelotonados alrededor de sus tejados rojizos, y un par de postes de piedra inclinados que indicaban un sendero de entrada. Brillaban luces en las ventanas del primer piso, y de repente me senti cansada, hambrienta, poseida por una irritabilidad adolescente que tendria que disimular delante de mis anfitriones. Mi padre bajo nuestro equipaje del maletero y yo le segui por el sendero.
– Hasta la campanilla sigue en su sitio -dijo satisfecho, al tiempo que tiraba de una corta cuerda en la entrada y se alisaba su pelo oscuro en la oscuridad.
El hombre que contesto salio como un tornado, abrazo a mi padre, le palmeo con fuerza en la espalda, le beso ruidosamente en ambas mejillas y se agacho demasiado para estrechar mi mano. Su mano era enorme y caliente, y la apoyo sobre mi hombro para guiarme al interior. En el vestibulo, de techo bajo y lleno de muebles antiguos, vocifero como un animal de granja.
– ?Giulia! ?Giulia! ?Deprisa! ?La gran invasion! ?Ven enseguida!
Su ingles era feroz y seguro, potente, clamoroso.
La mujer alta y sonriente que aparecio me cayo bien al instante. Tenia el pelo gris, pero con destellos plateados, recogido por atras de su cara alargada. Sonrio nada mas verme y no se agacho para saludarme. Su mano era calida, como la de su marido, y beso a mi padre en ambas mejillas, mientras agitaba la cabeza y soltaba una parrafada en italiano.
– Y tu -me dijo en ingles- has de tener una habitacion para ti sola, y buena, ?de acuerdo?
– De acuerdo -conteste, y me gusto el sonido de la frase, y confie en que estaria cerca de la de mi padre, y que tendria una vista del valle circundante, desde el que habiamos ascendido con tanta precipitacion.
Despues de cenar en el comedor de baldosas, todos los adultos se repantigaron y suspiraron.
– Giulia -dijo mi padre-, cada ano cocinas mejor. Eres una de las mejores cocineras de Italia.
– Nonsense, Paolo. -Su ingles tenia resonancias de Oxford y Cambridge- Siempre dices tonterias.
– Puede que sea el chianti. Dejame echar un vistazo a la botella.
– Deja que te vuelva a llenar la copa -intervino Massimo-. ?Y que estudias tu,
encantadora hija?
– En mi colegio estudiamos de todo -conteste como una cursi.
– Creo que le gusta la historia -dijo mi padre-. Tambien le gusta viajar.
– ?Historia? -Massimo volvio a llenar la copa de Giulia, por segunda vez, y despues la suya, de un vino color granate o sangre oscura-. Como tu y yo, Paolo. Bautizamos asi a tu padre -me dijo en un aparte-, porque no soporto vuestros aburridos patronimicos anglosajones. Lo siento, me es imposible. Paolo, amigo mio, sabes que me dejaste sorprendido cuando me dijiste que abandonabas tu vida academica para participar en conferencias de paz a lo largo y ancho del mundo. Asi que le gusta mas hablar que leer, me dije. El mundo ha perdido un gran erudito, y ese es tu padre.
Me paso media copa de vino sin pedir permiso a mi padre, pero lo mezclo con un poco de agua de la jarra que habia en la mesa. Me cayo mejor todavia.
– Ahora eres tu el que dice tonterias -repuso mi padre de buen humor-. Me gusta viajar, asi de sencillo.
– Ah. -Massimo meneo la cabeza-. Usted, signor professore, dijo en una ocasion que seria el mas grande de todos. Se que su fundacion no ha sido un exito rotundo.
– Necesitamos paz y esclarecimiento diplomatico, no mas investigaciones sobre cuestiones insignificantes que a nadie interesan -replico mi padre sonriente. Giulia encendio un farol que descansaba sobre el aparador y apago la luz electrica. Llevo el farol a la mesa y empezo a cortar la torta que yo habia procurado no mirar antes. Su superficie brillaba como obsidiana bajo el cuchillo.
– En historia, no hay cuestiones insignificantes. -Massimo me guino un ojo-. Ademas, hasta el gran Rossi dijo que tu eras su mejor estudiante. Los demas apenas podiamos complacerle.
– ?Rossi!
Salio de mi boca antes de que pudiera impedirlo. Mi padre me dirigio una mirada inquieta.
– ?De modo que conoces las leyendas acerca de los exitos academicos de tu padre, jovencita?
Massimo se lleno la boca de chocolate.
Mi padre me dirigio otra mirada.
– Le he contado algunas historias sobre esos dias -dijo. No pase por alto la advertencia que transmitia su tono. No obstante, un momento despues pense que iba dirigida a Massimo, no a mi, pues el siguiente comentario