– ?Donde dormiremos? -pregunto Barley vacilante.
Estabamos en la habitacion de nuestro hotel de Perpinan, una habitacion doble que
habiamos obtenido diciendo al anciano recepcionista que eramos hermanos. Nos la habia dado sin rechistar, si bien nos habia mirado con expresion dudosa. No podiamos permitirnos habitaciones individuales, y ambos lo sabiamos.
– ?Y bien? -dijo Barley, un poco impaciente. Miramos la cama. No habia otro sitio, ni siquiera una alfombra en el pulido suelo desnudo. Por fin, Barley tomo una decision, al menos en lo tocante a el. Mientras yo seguia petrificada, entro en el cuarto de bano con algunas ropas y un cepillo de dientes, y salio unos minutos despues con un pijama de algodon tan claro como su pelo.
Algo de esta imagen, y su fracaso a la hora de fingir indiferencia, me hizo reir a mandibula batiente, aunque me ardian las mejillas, y despues el tambien se puso a reir. Ambos reimos hasta que las lagrimas resbalaron por nuestros rostros. Barley se doblo por su esqueletica mitad y yo me aferre al deprimente armario. Con nuestra risa histerica aliviamos la tension de todo el viaje, mis temores, la desaprobacion de Barley, las cartas angustiadas de mi padre, nuestras discusiones. Anos despues, aprendi la expresion fou rire (un enloquecido estallido de carcajadas), y ese fue el primero, en aquel hotel de Francia. A mi primer fou rire siguieron otros, mientras nos lanzabamos el uno hacia el otro dando tumbos. Barley agarro mis hombros con tan poca elegancia como yo asia el armario un momento antes, pero su beso fue de una dulzura angelical, su experiencia juvenil haciendo mella en mi completa falta de ella. Como nuestras risas, me dejo sin aliento.
Todo lo que sabia sobre la practica amatoria lo habia aprendido de educadas peliculas y libros confusos, y casi fui incapaz de poner manos a la obra. No obstante, Barley lo hizo por mi, y yo le segui agradecida, aunque con torpeza. Cuando nos encontramos tendidos en la pulcra cama, yo ya sabia algo sobre los tejemanejes entre los amantes y sus ropas. Cada prenda se me antojo una decision trascendental, empezando por la chaqueta del pijama de Barley. Cuando se la quito, aparecio un torso de alabastro, de hombros sorprendentemente musculosos. Despojarme de mi blusa y el feo sujetador blanco fue tanto decision mia como de el. Me dijo que le encantaba el color de mi piel, porque era tan diferente del suyo, y era verdad que mi brazo nunca habia parecido tan olivaceo en comparacion con la nieve de Barley. Paso la mano sobre mi, y sobre mis ropas restantes, y por primera vez yo le hice lo mismo, y asi descubri los contornos extranos del cuerpo masculino. Tuve la impresion de estar caminando con timidez sobre los crateres de la luna. Mi corazon martilleaba con tal violencia que por un momento temi que fuera a golpearle en el pecho.
De hecho, habia tanto por hacer, tanto de que ocuparse, que no nos quitamos mas ropas, y dio la impresion de que pasaba mucho rato hasta que Barley se aovillo a mi alrededor con un suspiro estrangulado, murmuro «Eres apenas una nina», y apoyo un brazo posesivo sobre mis hombros y cuello.
Cuando dijo esto, supe de repente que el tambien era un nino, un nino honorable. Creo que le ame mas en aquel momento que en ningun otro.
53
El apartamento prestado donde Turgut habia dejado al senor Erozan se encontraba quizas a unos diez minutos del suyo caminando, o a cinco minutos corriendo, porque eso fue lo que todos hicimos, incluso Helen con sus zapatos de tacon. Turgut mascullaba (y yo diria que blasfemaba) por lo bajo. Se habia traido un pequeno estuche negro, y yo pense que se trataba de un botiquin, por si el medico no iba o no llegaba a tiempo. Por fin subimos una escalera de madera de una casa vieja. Turgut abrio la puerta de arriba del todo.
La casa habia sido dividida en pequenos apartamentos miserables. En este, los muebles de la habitacion principal consistian en una cama, sillas y una mesa, y estaba iluminada por una sola lampara. El amigo de Turgut yacia en el suelo cubierto por una manta, y un hombre tartamudeante de unos treinta anos se levanto para recibirnos. El hombre estaba casi histerico de miedo y arrepentimiento. No paraba de retorcerse las manos y repetir algo a Turgut una y otra vez. Este le aparto a un lado, y Selim y el se arrodillaron junto al senor Erozan. El rostro de la pobre victima estaba ceniciento, tenia los ojos cerrados y respiraba con dificultad. Habia un feo costuron en su cuello, mas grande que la ultima vez que lo habia visto, pero lo mas horrible era que estaba muy limpio, aunque de dibujo irregular, con una cenefa de sangre en los bordes. Pense que una herida tan profunda tendria que haber sangrado copiosamente, y esta certeza me provoco unas nauseas espantosas. Rodee con el brazo a Helen y ambos contemplamos la escena, incapaces de desviar la vista.
Turgut estaba examinando la herida sin tocarla, y luego levanto la vista.
– Hace unos minutos, este hombre detestable fue a buscar a un medico desconocido sin consultarme, pero el medico habia salido. En eso, al menos, hemos sido afortunados, porque ahora no queremos medicos aqui. Pero dejo solo a Erozan precisamente al anochecer.
Hablaba con Aksoy, quien se puso en pie de repente y abofeteo al hombre con una fuerza que yo no hubiera sido capaz de imaginar, y luego le expulso de la habitacion. El hombre retrocedio, y despues le oimos bajar aterrorizado la escalera. Selim cerro la puerta con llave y miro la calle por la ventana, como para asegurarse de que el pobre sujeto no iba a volver.
Despues se arrodillo al lado de Turgut y conferenciaron en voz baja.
Al cabo de un momento, Turgut introdujo la mano en el estuche que habia traido. Le vi extraer un objeto que yo ya conocia. Era un equipo de cazar vampiros como el que me habia regalado en su estudio mas de una semana antes, solo que ese estuche era mas elegante, adornado con caligrafia arabe e incrustaciones de nacar. Lo abrio y examino los instrumentos que contenia. Despues volvio a mirarnos.
– Profesores -dijo en voz baja-, el vampiro ha mordido a mi amigo al menos tres veces y se esta muriendo. Si muere en este estado, pronto se convertira en un No Muerto. -Se seco la frente con su manaza-. Este momento es terrible, y debo pediros que abandoneis la habitacion. Madame, usted no debe ver esto.
– Permitenos ayudarte en lo que podamos -empece vacilante, pero Helen avanzo un paso.
– Deje que me quede -dijo a Turgut sin levantar la voz-. Quiero ver como se hace.
Por un momento, me pregunte por que ansiaba obtener tal conocimiento, y recorde (un pensamiento surrealista) que al fin y al cabo era antropologa. El hombre la fulmino con la mirada, pero luego parecio aceptar su peticion sin palabras, y se inclino de nuevo sobre su amigo. Yo aun confiaba en que lo que me parecia adivinar no fuese asi, pero Turgut estaba murmurando algo en el oido de su amigo. Cogio la mano del senor Erozan y la acaricio.
Despues, y tal vez fue esto la peor de todas las cosas espantosas que siguieron, Turgut apreto la mano de su amigo contra el corazon y prorrumpio en un lamento estremecedor, palabras que parecian surgir de las profundidades de una historia, no solo demasiado antigua, sino demasiada ajena a mi para distinguir sus silabas, un aullido de dolor similar a la llamada del muecin, que habiamos oido desde los minaretes de la ciudad… Solo que el lamento de Turgut sonaba mas como una llamada al infierno, una ristra de notas estremecidas de horror que parecian brotar de la memoria de miles de campamentos otomanos, de millones de soldados turcos. Vi las banderas al viento, las salpicaduras de sangre en las patas de los caballos, la lanza y la media luna, el brillo del sol sobre las cimitarras y las cotas de malla, las hermosas y mutiladas cabezas, caras y cuerpos de los jovenes. Oi los chillidos de los hombres que se entregaban a las manos de Ala y los gritos de madres y padres en la lejania. Percibi el hedor de las casas incendiadas y la sangre
fresca, el sulfuro de los canonazos, la pestilencia de tiendas de campana, puentes y caballos quemados.
Lo mas extrano fue que, en mitad de estos aullidos, distingui un grito que reconoci: Kaziklu Bey! ?El Empalador! En el corazon del caos, me parecio ver una figura diferente de las demas, un hombre vestido de oscuro con capa montado a caballo, que daba vueltas entre brillantes colores, el rostro paralizado en un grunido de concentracion, mientras su espada cosechaba cabezas otomanas, que rodaban con sus cascos puntiagudos.
La voz de Turgut subia y bajaba, y me plante junto a el sin darme cuenta, contemplando al moribundo. Helen, por fortuna, era muy real a mi lado. Abri la boca para hacerle una pregunta, y vi que habia captado el mismo horror en el cantico de Turgut. Recorde sin querer que la sangre del Empalador corria por sus venas. Se volvio hacia mi un segundo, con expresion conmovida pero firme. Recorde tambien en ese momento que la herencia de Rossi (bondadoso, refinado, toscano y anglosajon) le pertenecia, y vi la incomparable bondad de mi mentor en sus
