Las dificultades de obtener un visado bulgaro en Estambul (un paso facilitado en gran parte por los fondos del sultan que manejaba Turgut, y en parte por las llamadas de tia Eva a su equivalente bulgaro) solo habian servido para aumentar el nerviosismo que me causaba este pais, y los burocratas adustos que al final, a reganadientes, habian sellado nuestros pasaportes en Budapest ya se me habian antojado embalsamados en la opresion. Helen me habia confesado que el mismo hecho de que la embajada bulgara nos hubiera concedido visados la ponia nerviosa.

Los bulgaros autenticos, sin embargo, parecian constituir una raza diferente por completo.

Al entrar en el edificio del aeropuerto, nos encontramos con las colas de la aduana, y aqui aun era mayor el estruendo de carcajadas y conversaciones, y vimos que los parientes saludaban con las manos desde detras de las barreras y llamaban a gritos. La gente que nos rodeaba estaba declarando pequenas cantidades de dinero y recuerdos de Estambul y de destinos anteriores, y cuando nos llego el turno hicimos lo propio.

Las cejas del joven oficial de aduanas desaparecieron bajo su gorra al ver nuestros

pasaportes, y los dejo a un lado para consultar unos minutos con otro oficial.

– Maldita sea -mascullo Helen.

Varios oficiales uniformados se congregaron alrededor de nosotros y el de mas edad y aspecto mas pomposo empezo a interrogarnos en aleman, frances y, por fin, en un ingles deficiente. Tal como nos habia aconsejado tia Eva, saque con calma nuestra carta improvisada de la Universidad de Budapest, la cual imploraba al Gobierno bulgaro que nos dejara entrar por motivos academicos importantes, asi como la carta que tia Eva habia obtenido para nosotros de un amigo que tenia en la embajada bulgara.

No se que dedujo el oficial de la carta academica y su extravagante mezcla de ingles, hungaro y frances, pero la carta de la embajada estaba en bulgaro y llevaba el sello de la embajada. El oficial la leyo en silencio, con el ceno fruncido, y despues su rostro adopto una expresion sorprendida, incluso estupefacta, y nos miro con algo parecido al asombro.

Eso me puso todavia mas nervioso que su anterior hostilidad, y pense que Eva habia sido un poco vaga acerca del contenido de la carta de la embajada. No podia preguntar que ponia, por supuesto, y me senti muy desconcertado cuando el oficial sonrio y me dio una palmada en el hombro. Se dirigio a una cabina telefonica, y tras considerables esfuerzos dio la impresion de que habia logrado ponerse en contacto con alguien. No me gusto su forma de sonreir ni su manera de mirarnos al cabo de unos segundos. Helen se removio inquieta a mi lado, y cai en la cuenta de que debia estar entendiendo mas cosas que yo. El oficial colgo por fin con un gesto elegante, nos presto ayuda para reunirnos con nuestras maletas polvorientas y nos condujo a un bar del aeropuerto, donde nos invito a un vasito de un brandy fortisimo llamado rakiya, que se tomo de un trago. Nos pregunto en varios idiomas mal hablados cuanto tiempo llevabamos comprometidos con la revolucion, cuando

nos habiamos afiliado al Partido, y asi sucesivamente, nada de lo cual contribuyo a

tranquilizarme, sino a atormentarme todavia mas por las posibles incorrecciones de nuestra carta de presentacion. No obstante, imite a Helen y me limite a sonreir, o a soltar comentarios neutrales. El oficial brindo por la amistad entre los trabajadores de todas las naciones y volvio a llenar nuestros vasos, asi como el de el. Si alguno de nosotros hacia algun comentario (alguna perogrullada sobre la visita a su hermoso pais, por ejemplo), meneaba la cabeza con una amplia sonrisa, como si contradijera nuestras afirmaciones. Yo me puse nervioso, hasta que Helen me susurro lo que habia leido sobre la idiosincrasia de esta cultura: los bulgaros negaban con la cabeza para expresar su acuerdo y asentian en senal de desacuerdo.

Cuando habiamos bebido exactamente tanta rakiya cuanto yo podia tolerar con impunidad, nos salvo la aparicion de un hombre de expresion avinagrada con traje oscuro y sombrero.

Parecia solo un poco mayor que yo, y habria sido guapo de no ser porque ninguna expresion de placer cruzaba su rostro en momento alguno. Su bigote oscuro apenas cubria los labios desaprobadores y el flequillo de pelo negro que caia sobre su frente no ocultaba su ceno fruncido. El oficial le saludo con deferencia y le presento como el guia que nos habian asignado en Bulgaria, y explico que se trataba de un privilegio, porque Krassimir Ranov era una persona muy respetada en el Gobierno bulgaro, relacionada con la Universidad de Sofia, y conocia mejor que nadie los lugares interesantes de su antiguo y glorioso pais.

Estreche la mano fria como un pescado del hombre entre una neblina de brandy y lamente mucho no poder visitar Bulgaria sin guia. Helen parecia menos sorprendida por todo esto, y le saludo, en mi opinion, con la mezcla correcta de aburrimiento y desden. El senor Ranov aun no habia pronunciado palabra, pero dio la impresion de albergar una gran antipatia por Helen, incluso antes de que el oficial informara en voz demasiado alta de que era hungara y estaba estudiando en Estados Unidos. Esta explicacion provoco que su bigote se agitara sobre una sombria sonrisa.

– Profesor, madame -dijo (sus primeras palabras), y nos dio la espalda. El oficial de aduanas sonrio, nos estrecho la mano, me palmeo los hombros como si ya fueramos viejos amigos y despues indico con un gesto que debiamos seguir a Ranov.

Al salir del aeropuerto, Ranov detuvo un taxi, cuyo interior era el mas anticuado que yo habia visto jamas en un vehiculo, con asientos de tela negra rellena de algo que habria podido ser pelo de caballo, y nos dijo desde el asiento delantero que nos habian reservado habitaciones en un hotel de excelente reputacion.

– Creo que lo encontraran comodo, y tiene un excelente restaurante. Manana desayunaremos juntos alli y me explicaran la naturaleza de su investigacion y en que puedo ayudarles para terminarla. Sin duda desearan conocer a sus colegas de la Universidad de Sofia y de los ministerios pertinentes. Despues les organizaremos un breve viaje por algunos lugares historicos de Bulgaria.

Sonrio con amargura y yo le mire con creciente horror. Su ingles era demasiado bueno. Pese a su marcado acento, poseia el sonido correcto pero monotono de uno de esos discos con los que puedes aprender un idioma en treinta dias.

Su rostro tambien tenia algo familiar. Nunca le habia visto, por supuesto, pero me hizo pensar en alguien a quien conocia, con la frustracion adicional de no ser capaz de recordar quien demonios era. Esta sensacion me persiguio durante aquel primer dia en Sofia, me atormento durante la visita guiada a la ciudad. Sofia era de una belleza extrana, una mezcla de elegancia decimononica, esplendor medieval y relucientes monumentos nuevos de estilo socialista. En el centro de la ciudad vimos el sombrio mausoleo que alberga el cadaver embalsamado del dictador estalinista Georgi Dimitrov, fallecido cinco anos antes. Ranov se quito el sombrero antes de entrar en el edificio y nos dejo pasar. Nos sumamos a una cola de bulgaros silenciosos que desfilaban ante el ataud abierto de Dimitrov. La cara del dictador estaba cerulea, con un frondoso bigote oscuro como el de Ranov. Pense en Stalin, cuyo cadaver se habia reunido con el de Lenin el ano anterior en un altar similar de la plaza Roja. Estas culturas ateas se mostraban muy diligentes a la hora de conservar las reliquias de sus santos.

Mi mal presentimiento con respecto a nuestro guia se intensifico cuando le pregunte si podia ponernos en contacto con Anton Stoichev. Le vi encogerse.

– El senor Stoichev es un enemigo del pueblo -nos aseguro con su voz irritable-. ?Por que quieren verle? -Y despues anadio algo extrano-: Por supuesto, si asi lo desean, me encargare de solucionarlo. Ya no da clases en la universidad. Debido a sus opiniones religiosas, no podiamos confiarle a nuestra juventud. Pero es famoso. ?Tal vez desean verle por este motivo?

– Han ordenado a Krassimir Ranov que nos conceda todo cuanto pidamos -me dijo Helen en voz baja cuando estuvimos un momento solos, delante del hotel-. ?Por que? ?Por que cree alguien que es una buena idea?

Nos miramos atemorizados.

– Ojala lo supiera -dije.

– Hemos de tener mucho cuidado. -La expresion de Helen era seria, lo dijo en voz baja, y no me atrevi a besarla en publico-. Si te parece, a partir de este momento, no revelaremos otra cosa que nuestros intereses academicos, y lo menos posible, si hemos de hablar de nuestro trabajo delante de el.

– De acuerdo.

55

En estos ultimos anos me he descubierto recordando una y otra vez la primera vez que vi la casa de Anton Stoichev. Tal vez me produjo una impresion tan profunda debido al contraste entre la Sofia urbana y este refugio que se hallaba en las afueras, o quiza lo recuerdo tan a menudo debido al propio Stoichev, la naturaleza particular

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