Avance y le ofreci mi mano. La estrecho con seriedad, se volvio hacia Helen y estrecho la de ella. Era educado, formal, con esa clase de deferencia que no es en realidad deferencia, sino dignidad, y sus grandes ojos oscuros se pasearon entre nosotros, y despues se fijo en Ranov, que se habia rezagado y contemplaba la escena. En ese momento, nuestro guia subio y tambien le estrecho la mano, con aire condescendiente, pense. Era un hombre que me desagradaba mas a cada momento que pasaba. Deseaba con todo mi corazon que se marchara para poder hablar a solas con el profesor Stoichev. Me pregunte como demonios ibamos a entablar una conversacion sincera, averiguar algo gracias a Stoichev, con Ranov acechando como una mosca.

El profesor Stoichev se volvio poco a poco y nos invito a entrar en la habitacion. Era una de las varias que habia en el ultimo piso de la casa. Nunca me quedo claro, en el curso de mis dos visitas, donde dormian sus habitantes. Por lo que yo vi, el ultimo piso de la casa contenia tan solo la larga y estrecha sala de estar en la que entramos y varias habitaciones mas pequenas a las que se accedia desde ella. Las puertas de estas habitaciones estaban entreabiertas, y la luz del sol penetraba en ellas a traves de los arboles verdes que se alzaban ante las ventanas opuestas, y acariciaba los lomos de innumerables libros, libros que tapizaban las paredes y rebosaban de cajas de madera que habia en el suelo o formaban pilas sobre las mesas. Entre ellos habia documentos sueltos de todas formas y tamanos, muchos de ellos de una gran antiguedad. No, esto no era el pulcro estudio de Rossi, sino una especie de laboratorio atestado, el ultimo piso de una mente de coleccionista. Vi que el sol acariciaba por todas partes pergamino viejo, piel vieja, cubiertas labradas, restos de pan de oro, esquinas de paginas desmenuzadas, encuadernaciones abultadas (maravillosos libros rojos, marrones, de color hueso), libros y rollos de pergamino y manuscritos desordenados. No habia nada polvoriento, nada pesado estaba apoyado sobre algo fragil, pero estos libros, estos manuscritos, ocupaban todos los rincones de la casa de Stoichev, y tuve la sensacion de estar rodeado por ellos de una forma que ni siquiera habia experimentado en los museos, donde objetos tan preciosos habrian estado dispuestos de una manera mas metodica y espaciada.

Un mapa primitivo colgaba de una pared, pintado sobre piel, observe con sorpresa. No pude evitar la tentacion de acercarme, y Stoichev sonrio.

– ?Le gusta? -pregunto-. Es el imperio bizantino hacia 1150. Era la primera vez que hablaba, y lo hizo en un ingles sosegado y correcto.

– Cuando Bulgaria todavia se contaba entre sus territorios -musito Helen.

Stoichev la miro muy complacido.

– Si, exacto. Creo que este mapa fue hecho en Venecia o Genova y traido a

Constantinopla, tal vez como un regalo para el emperador o alguien de su corte. Este es una copia que me hizo un amigo.

Helen sonrio y se acaricio la barbilla con aire pensativo. Despues estuvo a punto de

guinarle un ojo.

– ?El emperador Manuel I Comneno tal vez?

Yo me quede estupefacto, al igual que Stoichev. Helen rio.

– Bizancio era una especie de aficion para mi.

El viejo historiador sonrio y le hizo una reverencia, cortes de repente. Indico las sillas que rodeaban una mesa en el centro de la sala de estar, y todos nos sentamos. Desde donde yo estaba sentado veia el patio de detras de la casa, que descendia con suavidad hasta la linde de un bosque, y los arboles frutales, algunos ya con pequenos frutos verdes. Las ventanas estaban abiertas y oiamos el zumbido de abejas y el susurro de las hojas. Pense en lo agradable que debia ser para Stoichev, incluso en el exilio, sentarse alli entre sus manuscritos y leer o escribir y escuchar aquel sonido, que ningun Estado opresor podia apagar, o del que ningun burocrata habia optado aun por alejarle. Tal como estaban las cosas, aquel encarcelamiento era una suerte, y tal vez mas voluntario de lo que nosotros pensabamos.

Stoichev no dijo nada durante un rato, aunque nos miraba fijamente, y me pregunte que estaria pensando de nuestra aparicion y si se habia planteado descubrir quienes eramos. Al cabo de unos minutos, pensando que tal vez no nos dirigiria la palabra, le hable.

– Profesor Stoichev -dije-, le ruego que perdone esta invasion de su soledad. Le

estamos muy agradecidos a usted y a su sobrina por recibirnos.

Miro sus manos sobre la mesa. Eran delicadas y sembradas de las manchas propias de la edad. Despues me miro. Sus ojos, como ya he dicho, eran enormes y oscuros, los ojos de un hombre joven, aunque su rostro olivaceo recien afeitado era viejo. Tenia unas orejas enormes, y se proyectaban desde los lados de su cabeza en mitad del pelo corto. De hecho, captaban algo de luz de las ventanas, de modo que parecian transparentes, rosadas alrededor de los bordes como las de un conejo. Aquellos ojos, con su mezcla de dulzura y cautela, poseian una cualidad animal. Tenia los dientes amarillos y torcidos, y uno de delante llevaba una funda de oro. Pero los conservaba todos, y su rostro era sorprendente cuando sonreia, como si un animal salvaje hubiera formado una expresion humana. Era una cara maravillosa, una cara que en su juventud debia de haber poseido un brillo inusual, un gran entusiasmo visible. Tenia que haber sido una cara irresistible.

Stoichev sonrio con tal intensidad que Helen y yo tambien sonreimos. Irina nos imito. Se habia acomodado en una silla debajo del icono de alguien (supuse que era san Jorge) que estaba atravesando con su espada a un dragon desnutrido.

– Me alegro mucho de que hayan venido a verme -dijo Stoichev-. No recibimos muchos visitantes, y aun menos visitantes que hablen ingles. Estoy muy contento de poder practicar mi ingles con ustedes, aunque no es tan bueno como antes, me temo.

– Su ingles es excelente -dije-. ?Donde lo aprendio, si no le importa que se lo pregunte?

– Oh, no me importa -contesto el profesor Stoichev-. Tuve la buena suerte de estudiar en el extranjero cuando era joven, y realice algunos de mis estudios en Londres. ?Puedo ayudarles en algo, o solo deseaban ver mi biblioteca?

Lo dijo con tal sencillez que me pillo por sorpresa.

– Ambas cosas -dije-. Nos gustaria ver su biblioteca y tambien hacerle algunas preguntas para nuestra investigacion. -Hice una pausa para encontrar las palabras adecuadas-. La senorita Rossi y yo estamos muy interesados en la historia de su pais en la Edad Media, aunque se mucho menos al respecto de lo que deberia, y hemos estado escribiendo algo… algogo…

Empece a tartamudear, porque recorde que, pese a la breve introduccion de Helen en el avion, yo no sabia nada de la historia de Bulgaria, o tan poco que solo podia parecerle absurdo a este erudito que era el guardian del pasado de su pais, y tambien porque lo que teniamos que hablar era muy personal, terriblemente improbable, y no queria hacerlo con Ranov sentado a la mesa.

– ?Asi que esta interesado en la Bulgaria medieval? -dijo Stoichev, y me parecio que el tambien miraba en direccion a Ranov.

– Si -dijo Helen acudiendo con celeridad en mi rescate-. Estamos interesados en la vida monastica de la Bulgaria medieval, y la hemos estado investigando, en la medida de lo posible, con el fin de escribir algunos articulos. En concreto, nos gustaria obtener informacion sobre la vida en los monasterios de Bulgaria a finales del medievo y sobre algunas de las rutas que seguian los peregrinos para llegar a Bulgaria y tambien para viajar desde Bulgaria a otros paises.

Stoichev sonrio y meneo la cabeza, complacido, de modo que sus grandes y delicadas orejas captaron la luz.

– Un tema excelente -dijo. Clavo la vista en la lejania, y pense que debia estar contemplando un pasado tan profundo que debia ser el pozo del tiempo, y que veia con mas claridad que nadie en el mundo el periodo aludido-. ?Van a escribir sobre algo en particular? Tengo muchos manuscritos que tal vez puedan serles utiles, y sera un placer dejarselos examinar, si quieren.

Ranov se removio en su silla, y pense una vez mas en cuanto me disgustaba su vigilancia.

Por suerte, casi toda su atencion parecia concentrada en el perfil de Irina, sentada frente a el.

– Bien -dije-, nos gustaria saber mas cosas sobre el siglo quince, sobre finales del siglo quince, y la senorita Rossi ha trabajado bastante sobre ese periodo en su pais natal…

– Rumania -intervino Helen-. Pero me crie y estudie en Hungria.

– Ah, si. Son nuestros vecinos. -El profesor Stoichev se volvio hacia Helen y le dedico la mas carinosa de las sonrisas-. ?Y es usted de la Universidad de Budapest?

– Si -contesto Helen.

– Tal vez conozca a un amigo mio que da clases alli, el profesor Sandor.

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