ojos. Fue en aquel instante, creo (no fue despues, ni en la sosa iglesia gris de mis padres, ni delante del ministro), cuando me case con ella, en mi corazon, para toda la vida.

Turgut, silencioso ahora, coloco la ristra de cuentas de oracion sobre la garganta de su amigo, lo cual provoco que su cuerpo se estremeciera un poco, y selecciono una herramienta mas grande que mi mano, hecha de plata reluciente.

– Nunca me he visto obligado a hacer esto antes, que Dios me perdone, en toda mi vida – dijo en voz baja.

Abrio la camisa del senor Erozan y vi la piel envejecida, el vello grisaceo y ensortijado del pecho, que subia y bajaba de manera irregular. Selim examino la habitacion con silenciosa eficacia y entrego a Turgut un ladrillo que, al parecer, habian utilizado para atrancar la puerta, y Turgut tomo este objeto sencillo en su mano y lo sopeso. Apoyo el extremo afilado de la estaca en el lado izquierdo del pecho del hombre y empezo a canturrear en voz baja, y yo capte palabras que recordaba de algo (?un libro, una pelicula, una conversacion?): «Allahu akbar, Allahu akbar». Ala es grande. Sabia que no podia obligar a Helen a abandonar la habitacion, porque yo tambien me sentia incapaz, pero la obligue a retroceder un paso cuando el ladrillo descendio. La mano de Turgut era grande y firme.

Selim le sostenia la estaca en vertical, que se clavo en el cuerpo con un ruido sordo y contundente. La sangre empezo a manar lentamente alrededor de la herida, manchando la piel blancuzca. El rostro del senor Erozan padecio convulsiones horripilantes durante un segundo, y sus labios se retiraron hacia atras como los de un perro, exhibiendo sus dientes amarillentos. Helen miraba fijamente, sin atreverse a desviar la vista. Yo no queria que viera algo que yo no pudiera compartir con ella. El cuerpo del bibliotecario temblo, la estaca se hundio de repente hasta la empunadura y Turgut se inclino hacia atras, como esperando algo. Sus labios temblaron y su rostro se cubrio de sudor.

Al cabo de un momento, el cuerpo se relajo, y despues la cara. Los labios del senor Erozan se serenaron y un suspiro escapo de su pecho. Sus pies, enfundados en los pateticos calcetines gastados, se agitaron, y luego quedaron inmoviles. Yo no soltaba a Helen, y note que se estremecia a mi lado, pero no dijo nada. Turgut levanto la mano flacida de su amigo y la beso. Vi que resbalaban lagrimas sobre su cara rubicunda y caian sobre su bigote, y se cubrio los ojos con una mano. Selim toco la frente del bibliotecario fallecido, despues se levanto y apreto el hombro de Turgut.

Al cabo de un momento, Turgut se recupero lo suficiente para levantarse y sonarse con un panuelo.

– Era un hombre muy bueno -nos dijo con voz insegura-. Un hombre bueno y generoso.

Ahora descansa en la paz de Mahoma, en lugar de haberse unido a las legiones del infierno.

– Se volvio para secarse los ojos-. Companeros, hemos de sacar este cuerpo de aqui. Hay un medico en uno de los hospitales que… nos ayudara. Selim se quedara aqui con la puerta cerrada con llave mientras llamo, y el medico vendra con la ambulancia y firmara los papeles necesarios.

Turgut saco del bolsillo varios dientes de ajo y los introdujo en la boca del muerto. Selim saco la estaca y la limpio en el lavabo del rincon, y despues la guardo con sumo cuidado en el bonito estuche. Turgut limpio todo rastro de sangre, vendo el pecho del muerto con un pano y volvio a abrocharle la camisa. Despues cogio una sabana de la cama, que extendio sobre el cadaver, hasta cubrir el rostro ahora tranquilo.

– Ahora, queridos amigos, os pido este favor. Ya habeis visto lo que los No Muertos son capaces de hacer, y sabemos que estan aqui. Tendreis que protegeros en todo momento.

Debeis ir a Bulgaria lo antes posible, si podeis arreglarlo. Llamadme a mi apartamento cuando hayais hecho vuestros planes. -Me miro fijamente-. Si no nos vemos en persona antes de vuestra partida, os deseo la mejor suerte. Pensare en vosotros en cada momento.

Haced el favor de llamarme en cuanto volvais a Estambul, si es que regresais.

Confie en que quisiera decir «si os va de camino» y no «si sobrevivis a Bulgaria». Nos estrecho la mano con afecto, al igual que Selim, quien beso la mano a Helen con mucha timidez.

– Nos vamos -dijo Helen. Me tomo del brazo, salimos de aquella triste habitacion y bajamos a la calle.

54

Mi primera impresion de Bulgaria (y mi recuerdo posterior de ella) fue de montanas vistas desde el aire, montanas altas y profundas, de un verdor oscuro y casi virgenes de carreteras, aunque de vez en cuando una cinta marron corria entre pueblos o a lo largo de precipicios.

Helen iba sentada en silencio a mi lado, los ojos clavados en la pequena ventanilla del avion, con su mano apoyada sobre la mia bajo la proteccion de mi chaqueta doblada. Sentia la calidez de su palma, los delgados dedos algo frios, la ausencia de anillos. De vez en cuando distinguiamos venas centelleantes en las gargantas de las montanas, que debian ser rios, pense, y me esforce en ver, sin la menor esperanza, la configuracion de una cola ensortijada de dragon que pudiera solucionar nuestro rompecabezas. Nada, por supuesto, coincidia con los contornos que ya me conocia con los ojos cerrados.

Ni nada lo iba a hacer, me recorde, aunque solo fuera para calmar la esperanza que se despertaba en mi de manera incontrolada al ver aquellas antiguas montanas. Su oscuridad; su aspecto de no haber sido tocadas por la historia moderna; su misteriosa falta de ciudades, pueblos o zonas industrializadas. Todo ello me daba esperanzas. Pense que, cuanto mas escondido estuviera el pasado de este pais, mejor se conservaria. Los monjes cuya senda perdida buscabamos habian atravesado montanas como estas, tal vez estos mismos picos, aunque desconociamos su ruta. Se lo dije a Helen, pues queria oir verbalizadas mis esperanzas. Ella nego con la cabeza.

– No sabemos con seguridad que llegaran a Bulgaria, ni siquiera si partieron en esta direccion -me recordo, pero suavizo el tono academico de su voz acariciando mi mano bajo la chaqueta.

– No se nada de la historia de Bulgaria -dije-. Voy a ir muy perdido.

Helen sonrio.

– Yo tampoco soy una experta, pero puedo decirte que los eslavos emigraron a esta zona desde el norte durante los siglos seis y siete, y una tribu turca llamada los bulgaros vino aqui en el siglo siete. Se unieron contra el imperio bizantino, sabiamente, y su primer gobernante fue un bulgaro llamado Asparuh. El zar Boris I convirtio el cristianismo en religion oficial en el siglo nueve. Al parecer, es un gran heroe del pais, pese a eso. Los bizantinos gobernaron desde el siglo once hasta principios del trece, y despues Bulgaria se hizo muy poderosa hasta que los otomanos la aplastaron en 1393.

– ?Cuando fueron expulsados los otomanos? -pregunte interesado. Daba la impresion de que nos los encontrabamos por todas partes.

– No fue hasta 1878 -admitio Helen-. Rusia ayudo a Bulgaria a expulsarlos.

– Y despues Bulgaria se alineo con el Eje en ambas guerras.

– Si, y el ejercito sovietico desencadeno una gloriosa revolucion justo despues de la guerra.

?Que hariamos sin el ejercito sovietico?

Helen me dedico su sonrisa mas amarga y radiante, pero yo le aprete la mano.

– Baja la voz -dije-. Si no tienes cuidado, tendre que ser cauteloso por los dos.

El aeropuerto de Sofia era diminuto. Habia esperado un lugar digno del comunismo moderno, pero bajamos a una pista modesta y la atravesamos con los demas pasajeros. Casi todos eran bulgaros, me parecio, y trate de entender algo de sus conversaciones. Eran gentes bien parecidas, algunas sorprendentemente guapas, y sus rostros variaban desde los eslavos palidos de ojos oscuros hasta el bronce de Oriente Proximo, un caleidoscopio de tonos intensos y cejas negras hirsutas, narices largas y anchas, aguilenas o ganchudas, jovencitas de pelo negro rizado y frente noble, y ancianos energicos desdentados. Sonreian o reian y hablaban animadamente entre si. Un hombre alto gesticulaba a su acompanante con un periodico doblado. Sus ropas no eran occidentales, aunque hubiera sido dificil describir el corte de los trajes y faldas, los pesados zapatos y los sombreros oscuros, todos desconocidos para mi.

Tambien me parecio percibir una felicidad apenas disimulada entre esta gente cuando sus pies tocaron suelo (o asfalto) bulgaro, y esto altero la imagen que me habia forjado de una nacion aliada de los sovieticos al cien por cien, mano derecha de Stalin incluso ahora, un ano despues de su muerte, un pais triste, atrapado en fantasias que tal vez nunca superaria.

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