de ese nombre alojado, pero la cie, la llave, no estaba, de modo que debia de haber salido. Nos enseno el gancho vacio. Mi corazon dio un vuelco, y otro al cabo de un momento, cuando un hombre del que me acordaba abrio la puerta que habia detras del mostrador. Era el jefe de comedor del pequeno restaurante, agil, elegante y con prisas. El anciano le detuvo con una pregunta, y el hombre se volvio hacia mi etonne, tal como dijo enseguida, asombrado de ver a la joven aqui, y de lo mucho que habia crecido, tan adulta y tan adorable. ?Y su… amigo?

– Cousin -dijo Barley.

Pero monsieur no habia dicho que su hija y su sobrino se reunirian con el, que agradable sorpresa. Todos debiamos cenar en el restaurante aquella noche. Pregunte donde estaba mi padre, si alguien lo sabia, pero no hubo suerte. Se habia marchado temprano, aclaro el anciano, tal vez para dar un paseo matutino. El jefe de comedor dijo que el hotel estaba lleno, pero si necesitabamos habitaciones el se encargaria de ello. ?Por que no subiamos a la habitacion de mi padre y dejabamos nuestras bolsas alli? Mi padre habia tornado una suite con una bonita vista y un pequeno salon. El, el jefe de comedor, nos daria l'autre cle y nos prepararia cafe. Mi padre volveria pronto. Aceptamos de buena gana sus sugerencias.

El ascensor chirriante nos subio con tal lentitud que me pregunte si era el propio jefe de comedor el que estaria tirando de la cadena en el sotano.

La suite de mi padre era espaciosa y agradable, y me habria gustado hasta el ultimo detalle de no haber experimentado la incomoda sensacion de que estaba invadiendo su refugio sagrado por tercera vez en una semana. Peor fue la repentina vision de la maleta de mi padre, sus ropas tiradas por la habitacion, su estuche de piel gastada con los utiles de afeitar, sus zapatos buenos. Habia visto estos objetos tan solo unos dias antes, en su habitacion de la casa de Master James en Oxford, y su familiaridad me afecto.

Pero otra sorpresa eclipso a esta. Mi padre era un hombre ordenado por naturaleza.

Cualquier habitacion o despacho que habitara, por poco tiempo que fuera, era un modelo de pulcritud y discrecion. Al contrario que muchos solteros, viudos o divorciados a los que conoci mas tarde, mi padre jamas se hundia en aquel estado que impulsa a los hombres solitarios a dejar caer el contenido de sus bolsillos sobre las mesas y comodas, o a almacenar su ropa en pilas sobre el respaldo de las butacas. Nunca habia visto las posesiones de mi padre en aquel desorden absoluto. La maleta estaba a medio deshacer al lado de la cama. Al parecer, habia buscado algo en ella y sacado una o dos prendas, dejando un reguero de calcetines y camisetas en el suelo. Su chaqueta de lona estaba tirada sobre la cama. De hecho, se habia cambiado de ropa con muchas prisas y habia depositado su traje,hecho un guinapo, junto a la maleta. Se me ocurrio que tal vez el culpable no era mi padre, que habian registrado la habitacion durante su ausencia. Pero el guinapo de su traje, arrojado como una piel de serpiente al suelo, me hizo pensar lo contrario. Sus zapatos de excursion no estaban en el lugar acostumbrado de la maleta y las hormas de cedro que guardaba dentro de ellos estaban tiradas a un lado. No cabia duda de que se habia marchado con la mayor prisa del mundo.

57

Cuando Stoichev nos dijo que tenia una carta del hermano Kiril, Helen y yo nos mirarnos asombrados.

– ?Que quiere decir? -pregunto ella por fin.

Stoichev dio unos golpecitos sobre la copia de Turgut con dedos nerviosos.

– Tengo un manuscrito que me regalo en 1924 mi amigo Atanas Angelov. Describe una parte diferente del mismo viaje, estoy seguro. No sabia que existia mas documentacion de esos viajes. De hecho, mi amigo murio de repente al poco de darmelo, pobre hombre.

Esperen…

Se levanto y perdio el equilibrio con las prisas, de manera que Helen y yo saltarnos para sujetarle si se caia. No obstante, se enderezo sin ayuda y entro en una de las habitaciones mas pequenas, y nos indico con gestos que le siguieramos y esquivaramos las montanas de libros que la invadian. Examino los estantes, y luego saco una caja, que le ayude a bajar. De ella extrajo una carpeta de carton atada con un cordel deshilachado. La miro durante un largo minuto, como paralizado, y luego suspiro.

– Es el original, como pueden ver. La firma…

Nos inclinamos sobre la carpeta y vi, con el vello de los brazos y la nuca erizado, un

nombre en cirilico que hasta yo supe descifrar, Kiril, y el ano: 6985. Mire a Helen, y ella se mordio el labio. El nombre borroso del monje era terriblemente real, como el hecho de que en un tiempo habia estado tan vivo como nosotros y habia acercado la pluma al pergamino con una mano tibia y viva.

Stoichev parecia casi tan reverente como yo, aunque debia ver cada dia manuscritos similares.

– Lo he traducido al bulgaro -dijo al cabo de un momento, y saco una hoja de papel cebolla mecanografiada. Nos sentamos-. Se la intentare leer.

Carraspeo y nos leyo una tosca pero competente version de una carta que, desde entonces, ha sido traducida muchas veces.

Su Excelencia, monsenor abad Eupraxius:

Tomo la pluma para cumplir la tarea que, en vuestra sabiduria, me habeis encomendado y para referiros los pormenores de nuestra mision. Ojala pueda hacerles justicia, asi como a vuestros deseos, con la ayuda de Dios. Esta noche dormiremos cerca de Virbius, a dos jornadas de viaje de vos, en el monasterio de San Vladimir, donde los hermanos nos han dado la bienvenida en vuestro nombre. Tal como ordenasteis, fui solo a ver al senor abad y le hable de nuestra mision en el mayor secreto, sin que hubieran novicios o criados presentes. Ha ordenado que nuestra carreta permanezca cerrada a cal y canto en los establos, dentro del patio, con dos guardias elegidos entre los monjes y otros dos de nuestro grupo. Confio en que encontremos a menudo tanta comprension y diligencia, al menos hasta que entremos en territorio de los infieles. Tal como ordenasteis, deposite un libro en manos del abad, acompanado de vuestras instrucciones, y vi que lo guardaba al punto, sin abrirlo delante de mi.

Los caballos estan cansados despues de la ascension a traves de las montanas, y dormiremos aqui otra noche despues de esta. Los oficios celebrados en la iglesia nos han reconfortado, y en ella se conservan dos iconos de la Virgen purisima, los cuales han obrado milagros no hace ni ochenta anos. Uno de ellos todavia conserva las lagrimas milagrosas que lloro por un pecador, y ahora se han convertido en perlas de una rara belleza. Hemos ofrecido ardientes plegarias para que nos proteja en nuestra mision, arribar sanos y salvos a la gran ciudad, e incluso en la capital del enemigo encontrar un refugio desde el cual intentar cumplir nuestra mision.

Humildemente vuestro en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo.

Hermano Kiril

Abril, ano de Nuestro Senor de 6985

Creo que Helen y yo apenas respiramos mientras Stoichev leia en voz alta. Traducia lenta y metodicamente, y con no poca destreza. Estaba a punto de lanzar una exclamacion, convencido de la indudable relacion entre las dos cartas, cuando un ruido de pies en la escalera de madera nos hizo alzar la vista.

– Ya vuelven -dijo Stoichev en voz baja. Guardo la carta y las nuestras en su escondite-. ?Les han asignado como guia al senor Ranov?

– Si -me apresure a decir-. Parece demasiado interesado en nuestro trabajo. Hemos de contarle muchas mas cosas sobre nuestra investigacion, pero son de caracter privado y ademas…

Hice una pausa.

– ?Peligroso? -pregunto Stoichev, y volvio su maravilloso rostro envejecido hacia

nosotros.

– ?Como lo ha adivinado?

No pude ocultar mi estupor. Hasta el momento, no habiamos hablado de nada que implicara peligro.

– Ah. -Meneo la cabeza, y capte en su suspiro unos abismos de experiencia y pesar impenetrables-. Yo tambien deberia contarles algunas cosas. No esperaba ver otra de esas cartas. Hablen con el senor Ranov lo menos posible.

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