– ?No podriamos ir manana? -pregunte intentando aparentar la mayor indiferencia.

– Asi que tenemos prisa, ?eh? -Ranov enarco las cejas-. Hace falta tiempo para arreglar todo eso.

Stoichev asintio.

– Esperaremos con paciencia, y los profesores podran disfrutar de las bellezas de Sofia hasta entonces. Ahora, amigos mios, hemos gozado de un agradable intercambio de ideas,

pero a Kiril y Metodio no les importara que tambien comamos, bebamos y seamos felices, como se dice. Venga, senorita Rossi -extendio su fragil mano hacia Helen, quien le ayudo a levantarse-. Deme su brazo para ir a celebrar el dia de los profesores y alumnos.

Los demas invitados habian empezado a congregarse bajo el emparrado, y pronto vimos por que: tres jovenes estaban sacando instrumentos musicales de sus estuches y acomodandose cerca de las mesas. Un tipo larguirucho con una mata de pelo oscuro estaba probando las teclas de un acordeon blanco y plateado. Otro hombre sostenia un clarinete. Toco algunas notas, mientras el tercer musico sacaba un tambor grande de piel y una baqueta larga con el extremo cubierto de fieltro. Se sentaron en tres sillas muy juntos e intercambiaron sonrisas,

tocaron unas notas, movieron un poco los asientos. El clarinetista se quito la chaqueta.

Despues se miraron y empezaron a tocar la musica mas alegre que habia oido en mi vida.

Stoichev sonrio desde su trono, detras del cordero asado, y Helen, sentada a mi lado, me apreto el brazo. Era una melodia que remolineo en el aire como un ciclon y despues se adapto a un ritmo desconocido para mi aunque irresistible en cuanto mis pies le obedecieron. Las notas brotaban de los dedos del acordeonista. Me asombro la velocidad y energia con que tocaban los tres. El sonido arranco vitores y gritos de aliento de la multitud.

Al cabo de unos pocos minutos, algunos hombres se levantaron, se agarraron mutuamente de los cinturones por debajo de la cintura y empezaron a bailar con la misma alegria de la cancion. Sus zapatos lustrosos se levantaron y patearon la hierba. Pronto se les unieron varias mujeres vestidas con recato, que bailaban con el torso inmovil y tieso, aunque sus pies se movian con celeridad. Los rostros de los bailarines eran radiantes. Todos sonreian como si no pudieran evitarlo y los dientes del acordeonista centelleaban en respuesta. El hombre que se hallaba al frente de la hilera habia sacado un panuelo blanco y lo sostenia en alto para guiarlos, dandole vueltas sin cesar. Los ojos de Helen brillaban mucho, y daba

palmadas sobre la mesa como si no pudiera estarse quieta. Los musicos seguian tocando, mientras los demas les jaleabamos, brindabamos por ellos y bebiamos, y los bailarines no daban senales de rendirse. Por fin, la cancion termino y la fila se disperso, mientras todos los participantes se secaban el sudor y reian a carcajadas. Los hombres fueron a llenar sus vasos y las mujeres sacaron panuelos y se retocaron el pelo entre risas.

Entonces el acordeonista volvio a tocar, pero esta vez emitio una serie de notas vibrantes y lentas como un sollozo. Echo hacia atras su hirsuta cabeza y exhibio los dientes al cantar.

De hecho, era una mezcla de cancion y aullido, una melodia de baritono tan desgarradora que mi corazon se encogio al pensar en todas las personas que habia perdido en mi vida.

– ?Que esta cantando? -pregunte a Stoichev para disimular mi emocion.

– Es una cancion muy, muy antigua. Creo que debe tener unos cuatrocientos anos de antiguedad. Cuenta la historia de una hermosa doncella bulgara que es perseguida por los invasores turcos. La quieren llevar al haren del baja local, pero ella se niega. Sube a lo alto de una montana cercana al pueblo y galopan tras ella a lomos de sus caballos. En la cumbre hay un precipicio. Ella grita que prefiere morir antes que convertirse en amante de un infiel y se arroja al abismo. Mas tarde aparece un arroyo al pie de la montana, el agua mas pura y deliciosa de aquel valle.

Helen asintio.

– En Rumania hay canciones de tema parecido.

– Existen en todas partes donde el yugo otomano sojuzgo a los pueblos de los Balcanes – dijo Stoichev muy serio-. En la tradicion popular bulgara existen miles de canciones parecidas con diversos temas. Todas son un grito de protesta contra la esclavitud de nuestro pueblo.

El acordeonista debio de pensar que ya habia torturado lo bastante nuestros corazones, porque al final de la cancion exhibio una sonrisa maliciosa y volvio a tocar musica de baile.

Esta vez casi todos los invitados se sumaron a la hilera, que desfilo alrededor de la terraza.

Un hombre nos animo a participar, y Helen le siguio al cabo de un segundo, aunque yo segui sentado al lado de Stoichev. Disfrutaba mirandola. Capto los pasos del baile al cabo de una breve demostracion. Debia llevar en la sangre el don de la danza. Su porte poseia una dignidad innata y sus pies se movian con seguridad. Mientras observaba su forma agil, con la blusa clara y la falda negra, su rostro radiante rodeado de rizos oscuros, estuve a punto de rezar para que ningun mal se abatiera sobre ella, con la duda de si me permitiria protegerla.

61

– Bien -dijo-, puesto que contamos con este amable permiso, iremos a la biblioteca.

Beso la mano del abad, inclino la cabeza y se encamino hacia la puerta.

– Mi tio esta muy entusiasmado -nos susurro Irina-. Me ha dicho que la carta de ustedes es un gran descubrimiento para la historia de Bulgaria.

Me pregunte si la joven conocia las implicaciones de la investigacion, las sombras que cubrian nuestro camino, pero me resulto imposible leer algo en su expresion. Ayudo a su tio a salir y le seguimos por las impresionantes galerias de madera que flanqueaban el patio.

Ranov nos pisaba los talones con un cigarrillo en la mano.

La biblioteca era una larga galeria del primer piso, que corria casi enfrente de los aposentos del abad. En la entrada nos recibio un monje de barba negra. Era un hombre alto y enjuto, y tuve la impresion de que miraba fijamente a Stoichev antes de saludarnos con un movimiento de cabeza.

– Es el hermano Rumen -explico el profesor-. Es el bibliotecario actual. Nos ensenara todo lo que necesitemos examinar.

Algunos libros y manuscritos se exhibian en vitrinas con etiquetas explicativas para los turistas. Me hubiera gustado echarles un vistazo, pero nos dirigimos hacia una galeria mas profunda, que se abria al fondo de la sala. Hacia un fresco milagroso en las profundidades del monasterio, donde ni siquiera las escasas bombillas podian expulsar la profunda oscuridad de los rincones. En este sanctasanctorum, armarios y estantes de madera estaban abarrotados de cajas y bandejas con libros. En una esquina, un pequeno templete albergaba un icono de la Virgen y el Nino, flanqueados por dos angeles de alas rojas, con una lampara de oro incrustada de joyas colgando ante ellos. Las antiquisimas paredes eran de estuco enlucido y el olor que nos rodeaba era el perfume familiar de pergaminos, vitela y terciopelo en estado de lenta putrefaccion. Me alegro ver que Ranov tenia, al menos, la gentileza de apagar el cigarrillo antes de seguirnos al interior de esta cueva del tesoro.

Stoichev dio una patada en el suelo de piedra como si convocara espiritus.

– Aqui -dijo- estan viendo el corazon del pueblo bulgaro. Aqui es donde durante cuatrocientos anos los monjes conservaron nuestra herencia, con frecuencia en secreto.

Generaciones de fieles monjes copiaron estos manuscritos o los escondieron cuando los infieles atacaban el monasterio. Esto es un pequeno porcentaje del legado de nuestro pueblo. Gran parte fue destruida, por supuesto, pero estamos agradecidos por la preservacion de estos restos.

Hablo con el bibliotecario, quien empezo a examinar con detenimiento cajas etiquetadas de los estantes. Al cabo de unos minutos, bajo una caja de madera y saco de ella varios volumenes. El de encima estaba adornado con una sorprendente pintura de Cristo (al menos yo pense que era Cristo), con una esfera en una mano y un cetro en la otra, el rostro nublado de melancolia bizantina. Ante mi decepcion, las cartas del hermano Kiril no se hallaban alojadas bajo aquella gloriosa encuadernacion, sino en una mas sencilla que habia debajo, que tenia el aspecto de hueso viejo. El bibliotecario la llevo a la mesa, Stoichev se sento impaciente y la abrio con deleite. Helen y yo sacamos las libretas y Ranov paseo por la biblioteca como si estuviera demasiado aburrido para estar quieto.

– Recuerdo que aqui hay dos cartas -dijo Stoichev-, y no esta claro si existian mas o si el hermano Kiril escribio otras que no han sobrevivido. -Indico la primera pagina. Estaba cubierta de una apretada caligrafia redondeada, y el pergamino era muy viejo, de un amarillo muy oscuro. Se volvio hacia el bibliotecario para

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