– Una teoria estupenda. -Stoichev me sonrio-. Como ya he dicho, no lo sabemos con seguridad, porque se trata de acontecimientos que nuestros documentos solo insinuan, pero usted ha plasmado una imagen convincente. A la larga, le alejaremos de los comerciantes holandeses.
Me ruborice, en parte de placer y en parte de pesar, pero la sonrisa de Stoichev era cordial.
– Y despues la presencia y partida de los monjes de Snagov puso en guardia a la red otomana -Helen prosiguio la posible historia y tal vez registraron los monasterios y descubrieron que los monjes se habian alojado en Santa Irene. Entonces informaron a las autoridades sobre el viaje de los monjes y la ruta que iban a seguir, quizas hacia Edirne y despues hacia Haskovo. Haskovo era la primera ciudad bulgara de importancia en la que entraron los monjes, y fue alli donde fueron…, ?como se dice…?, detenidos.
– Si -concluyo Stoichev-. Las autoridades otomanas torturaron a dos de ellos para obtener informacion, pero aquellos dos valientes monjes no dijeron nada. Las autoridades registraron la carreta y solo encontraron comida. Pero esto nos conduce a una pregunta: ?por que los soldados otomanos no encontraron el cadaver?
Vacile.
– Quiza no estaban buscando un cadaver. Tal vez seguian buscando la cabeza. Si los jenizaros no habian averiguado gran cosa sobre el asunto en Estambul, quiza pensaron que los monjes de Snagov se habian encargado de transportar la cabeza. La «Cronica» de Zacarias dice que los otomanos se enfurecieron cuando abrieron algunos fardos y solo encontraron comida. Puede que los monjes escondieran el cadaver en los bosques cercanos si alguien les habia advertido del registro.
– O tal vez construyeron la carreta con un espacio secreto donde ocultarlo -sugirio Helen.
– Pero un cadaver huele -le recorde con brusquedad.
– Eso depende de tus creencias.
Me dirigio una mirada inquisitiva, pero encantadora.
– ?De mis creencias?
– Si. Un cadaver que corre el peligro de transformarse en No Muerto, o ya es un No Muerto, con lo cual no se corrompe, o se descompone con mas lentitud. Cuando los aldeanos de la Europa del Este sospechaban que podia haber casos de vampirismo, exhumaban los cuerpos para verificar su estado y destruian siguiendo un ritual aquellos que no estaban tan descompuestos como cabia esperar. Es una costumbre que todavia impera.
Stoichev se estremecio.
– Una actividad peculiar. He oido hablar de ella incluso en Bulgaria, aunque ahora es ilegal, por supuesto. La Iglesia siempre ha desaprobado la profanacion de tumbas y ahora nuestro Gobierno desaprueba todas las supersticiones… como puede.
Helen casi se estremecio.
– ?Hay algo mas extrano que esperar la resurreccion de la carne? -pregunto, pero sonrio a Stoichev, quien tambien se sintio fascinado.
– Madame -dijo el-, tenemos interpretaciones muy diferentes de nuestra herencia, pero saludo su rapidez mental. Y ahora, amigos mios, me gustaria dedicar un poco de tiempo a estudiar sus mapas. Se me ha ocurrido que hay materiales en esta biblioteca que pueden sernos utiles si los leemos. Concedanme una hora. Lo que voy a hacer sera pesado para ustedes, y lento de explicar para mi.
Ranov acababa de entrar en aquel momento, inquieto, y paseo la vista a su alrededor.
Confie en que no hubiera escuchado la mencion a los mapas. Stoichev carraspeo.
– Tal vez quieran ir a la iglesia y admirar su belleza.
Stoichev miro de reojo un momento a Ranov. Helen comprendio al instante y se acerco a nuestro guia para embrollarle en una ligera complicacion, mientras yo buscaba en el maletin y sacaba mi carpeta con copias de los mapas. Cuando vi la ansiedad con que Stoichev los cogia, mi corazon salto de esperanza.
Por desgracia, Ranov parecia mas interesado en acechar el trabajo de Stoichev y
conferenciar con el bibliotecario que en seguirnos, aunque yo deseaba con todas mis fuerzas sacarnoslo de encima.
Ranov sonrio.
– ?Tienen hambre? Aun no es la hora de la cena. Aqui se sirve a las seis. Habra que esperar. Tendremos que compartirla con los monjes, por desgracia.
Nos dio la espalda y empezo a estudiar un estante con volumenes encuadernados en piel.
Helen me siguio hasta la puerta y apreto mi mano.
– ?Vamos a dar un paseo? -dijo en cuanto estuvimos fuera.
– En este momento ya no se que hacer sin Ranov -dije malhumorado-. ?De que vamos a hablar sin el?
Ella rio, pero me di cuenta de que tambien estaba preocupada.
– ?Volvemos dentro e intentamos distraerle?
– No -dije-, mejor que no. Cuanto mas nos esforcemos, mas se preguntara que esta mirando Stoichev. No podemos deshacernos de el como no podemos deshacernos de una mosca.
– Seria una mosca estupenda.
Helen me tomo del brazo. El sol todavia brillaba en el patio, y hacia calor cuando salimos de la sombra de los muros y galerias del inmenso monasterio. Cuando alce la vista, vi las pendientes boscosas que rodeaban el monasterio y los picos rocosos verticales sobre ellas.
Muy en lo alto, un aguila volaba en circulos. Monjes con su pesado habito negro, gorro alto y larga barba negra iban y venian entre la iglesia y la primera planta del monasterio, barrian los suelos de las galerias de madera o estaban sentados en un triangulo de sombra cercano al porche de la iglesia. Me pregunte como aguantaban el calor del verano con aquellas prendas. El interior de la maravillosa iglesia me dio cierta pista. Estaba tan fresca como una casa en primavera, iluminada tan solo por velas parpadeantes y el brillo del oro, el laton y las joyas. Las paredes interiores estaban adornadas con esplendidos frescos («Hechos en el siglo XIX», me confio Helen), y yo me detuve ante una imagen especialmente solemne, un santo de larga barba blanca y pelo blanco peinado con raya que nos miraba.
– Ivan Rilski.
Helen leyo las letras que habia cerca de la aureola.
– Es el santo cuyos huesos fueron traidos aqui ocho anos antes de que nuestro amigo valaco entrara en Bulgaria, ?verdad? La «Cronica» hablaba de el.
– Si.
Helen se planto ante la imagen, como si pensara que iba a hablarnos si nos quedabamos alli el tiempo suficiente.
La interminable espera me estaba crispando los nervios.
– Helen -dije-, vamos a dar un paseo. Podemos subir a la montana y disfrutar de la vista.
Si no hacia un poco de ejercicio, pensar en Rossi iba a volverme loco.
– De acuerdo -accedio ella, y me miro fijamente, como si leyera mi impaciencia-. Si no esta demasiado lejos. Ranov no permitira que nos alejemos mucho.
El camino que ascendia serpenteaba a traves del espeso bosque que nos protegia del calor de la tarde casi tanto como habia hecho la iglesia. Era tan estupendo librarse de Ranov siquiera por unos minutos que me limite a mecer la mano de Helen adelante y atras mientras paseabamos.
– ?Crees que le cuesta decidir entre nosotros y Stoichev?
– Oh, no -repuso Helen sin vacilar-. Ha encargado a otra persona que nos siga. Nos la encontraremos dentro de un rato, sobre todo si desaparecernos mas de media hora. No puede con nosotros solo y ha de pegarse a Stoichev para averiguar el objetivo de nuestra investigacion.
– Pareces muy segura -le dije examinando su perfil mientras andabamos por la pista de tierra. Se habia echado el sombrero hacia atras y tenia la cara un poco colorada-. No puedo imaginarme crecer en medio de tanto cinismo y bajo vigilancia constante del Estado.
Helen se encogio de hombros.
– Antes a mi no me parecia tan terrible porque no conocia nada diferente.
– Pero querias abandonar tu pais y pasar a Occidente.
– Si -dijo al tiempo que me miraba de soslayo-. Queria abandonar mi pais.
Nos paramos a descansar unos minutos sobre un arbol caido cerca de la carretera.
– He estado pensando en por que nos dejaron pasar a Bulgaria -dije. Incluso aqui, en el bosque, hablaba en voz baja.