colgaban las hermosas vestimentas que el sacerdote habia utilizado antes. Reinaban un silencio y una tranquilidad terribles. Localice la puerta santa, a traves de la cual el sacerdote habia salido, y nos adentramos con sentimiento de culpa en la oscura iglesia. Las estrechas ventanas proporcionaban escasa iluminacion, pero todas las velas estaban apagadas, tal vez por temor a un incendio, y tarde un poco en encontrar la caja de cerillas en una estanteria. Saque una vela para cada uno de un candelabro y las encendi.
Despues bajamos la escalera con suma cautela.
– Odio esto -oi murmurar a Helen detras de mi, pero sabia que no queria echarse atras bajo ninguna circunstancia-. ?Cuando crees que Ranov empezara a echarnos de menos?
La cripta era el lugar mas oscuro que habia visto en mi vida, con todas las velas apagadas, de modo que agradeci los dos puntos de luz que llevabamos. Encendi las velas apagadas con la mia. Arrancaron reflejos de laton y bordados en oro del relicario. Mis manos se habian puesto a temblar de una forma desaforada, pero consegui desenfundar el pequeno cuchillo de Turgut que guardaba en el bolsillo de la chaqueta, donde habia estado desde que salimos de Sofia. Lo deje en el suelo cerca del relicario, y Helen y yo levantamos con delicadeza los dos iconos de su sitio (aparte la vista del dragon y san Jorge) y los apoyamos contra una pared. Quitamos la pesada tela y Helen la doblo. Durante todo el rato estuve bien alerta por si se producia algun sonido, aqui o en la iglesia, de manera que hasta el silencio empezo a repiquetear y gemir en mis oidos. En un momento dado, Helen me tiro de la manga y ambos escuchamos, pero no oimos nada.
Cuando el relicario estuvo descubierto, lo miramos temblorosos. La parte superior estaba moldeada con hermosos bajorrelieves. Un santo de pelo largo con una mano alzada para bendecirnos, probablemente el retrato del martir cuyos huesos estaban dentro. Me descubri deseando que solo encontraramos unos cuantos fragmentos de huesos, para poder cerrar a continuacion el relicario, pero luego pense en la ausencia que seguiria a continuacion: la ausencia de Rossi, la ausencia de venganza, la perdida. Daba la impresion de que el relicario estaba clavado o atornillado y de que me iba a ser imposible abrirlo, por mucho que me fuera la vida en ello. Lo inclinamos un poco, y algo se movio en el interior, un sonido siniestro. Era demasiado pequeno para contener algo que no fuera el cuerpo de un nino, o partes diversas, pero era muy pesado. Se me ocurrio por un horrible momento que tal vez solo la cabeza de Vlad habia terminado alli; aunque eso dejaria otros puntos sin explicar. Empece a sudar y a preguntarme si debiamos volver arriba y buscar alguna herramienta en la iglesia, aunque no confiaba en encontrar nada.
– Intentemos dejarlo en el suelo -dije con los dientes apretados, y entre los dos bajarnos la caja. Asi quiza conseguiria ver mejor los cierres y goznes de la parte superior, pense, o incluso buscar apoyo para abrirla.
Estaba a punto de intentarlo cuando Helen lanzo un grito.
– ?Mira, Paul!
Me volvi al instante y vi que el marmol polvoriento sobre el que habia descansado el relicario no era un bloque solido. La parte superior se habia movido un poco en nuestro esfuerzo por levantar el relicario. Creo que me habia quedado sin respiracion, pero juntos, sin cruzar ni una palabra, conseguimos apartar la losa de marmol. No era gruesa, pero pesaba una tonelada, y los dos jadeabamos cuando la dejamos apoyada contra la pared.
Debajo habia una losa larga de roca, la misma roca de las paredes y el suelo, una piedra del tamano de un hombre. El retrato, tallado en la dura superficie, era de lo mas tosco. No era el retrato de un santo, sino de un hombre de verdad, un rostro de facciones rudas, ojos almendrados, nariz larga, bigote largo, un rostro cruel coronado por un gorro triangular que conseguia parecer gallardo incluso en ese tosco perfil.
Helen retrocedio, con los labios exangues a la luz de las velas, y yo reprimi el impulso de tomarla del brazo y subir corriendo la escalera.
– Helen -dije en voz baja, pero no habia nada mas que decir. Recogi el cuchillo y ella rebusco dentro de sus ropas (no logre ver donde) y extrajo la diminuta pistola. Extendio el brazo al maximo, cerca de la pared. Despues deslizamos la mano por debajo de la lapida y tiramos hacia arriba. La piedra se deslizo a medias, una construccion maravillosa. Los dos temblabamos visiblemente, de modo que la piedra estuvo a punto de resbalarnos de las manos. Cuando la apartamos del todo, miramos el cuerpo que habia dentro, los ojos cerrados, la piel cetrina, los labios de un rojo anormal, la respiracion imperceptible. Era el profesor Rossi.
72
Ojala pudiera decir que hice algo valiente y util, o que tome a Helen en mis brazos por si se desmayaba, pero no fue asi. No existe casi nada peor que un rostro amado transformado por la muerte, la decadencia fisica o una enfermedad horripilante. Esos rostros son monstruos de la peor especie: los seres queridos insufribles.
– Oh, Rossi -dije, y las lagrimas resbalaron sobre mis mejillas sin que pudiera evitarlo.
Helen se acerco un paso y le miro. Me di cuenta de que llevaba la misma ropa de la ultima noche que habia hablado con el, casi un mes antes. Estaba rota y sucia, como si hubiera sufrido un accidente. La corbata habia desaparecido. Un reguero de sangre llenaba las arrugas de un lado de su cuello y formaba un estuario escarlata sobre el cuello sucio de su camisa. Su boca estaba fofa e hinchada, y aparte de que su pecho subia y bajaba, estaba inmovil. Helen extendio la mano.
– No le toques -le adverti en tono perentorio, lo cual solo consiguio aumentar mi horror.
Pero Helen parecia tan en trance como el, y al cabo de un segundo, con los labios temblorosos, acaricio su mejilla con los dedos. No se si fue peor que Rossi abriera los ojos, pero lo hizo. Todavia eran muy azules, incluso bajo aquella luz lobrega, pero las escleroticas estaban inyectadas en sangre y tenia los parpados hinchados. Aquellos ojos estaban terriblemente vivos, y perplejos, y se movian de un lado a otro como si intentaran asimilar nuestros rostros, mientras su cuerpo continuaba inmovil como el de un muerto.
Entonces dio la impresion de que su mirada se posaba en Helen, inclinada sobre el, y sus ojos azules se iluminaron con una intensidad tremenda y se abrieron como para abarcarla por completo.
– Oh, amor mio -dijo en voz muy baja. Tenia los labios agrietados e hinchados, pero su voz era la voz que yo amaba, el limpido acento.
– No… Mi madre -dijo Helen, como si le costara hablar. Apoyo la mano sobre la mejilla del hombre-. Soy Helen, padre… Elena. Soy tu hija.
Rossi levanto una mano debil, como si apenas la controlara, y tomo la de ella. Tenia la mano amoratada, con las unas muy largas y amarillentas. Quise decirle que le sacariamos enseguida de alli, que volveriamos a casa, pero tambien sabia la gravedad de su enfermedad.
– Ross -dije, y me incline sobre el-. Soy Paul. Estoy aqui.
Sus ojos pasearon perplejos entre Helen y yo, y despues los cerro con un susurro que estremecio su cuerpo hinchado.
– Oh, Paul -dijo-. Has venido a buscarme. No tendrias que haberlo hecho.
Miro de nuevo a Helen, con los ojos nublados, como si quisiera decir algo mas.
– Me acuerdo de ti -murmuro al cabo de un momento.
Busque en el bolsillo interior de mi chaqueta y saque el anillo que me habia dado la madre de Helen. Lo acerque a sus ojos, aunque no demasiado, y entonces solto la mano de Helen y toco el anillo con torpeza.
– Para ti -le dijo, y ella lo acepto y lo coloco en su dedo.
– Mi madre -dijo Helen, con la boca temblorosa-. ?Te acuerdas de ella? La conociste en Rumania.
Rossi la miro con algo de su antigua agudeza y sonrio. Su rostro se contorsiono.
– Si -susurro por fin-. Yo la amaba. ?Adonde fue?
– Esta sana y salva en Hungria -dijo Helen.
– ?Eres tu su hija?
Parecia estupefacto.
– Soy tu hija.
Las lagrimas afluyeron poco a poco a los ojos de Rossi, como si ya no le resultara facil, y resbalaron por las arrugas de las comisuras. Los arroyuelos brillaron a la luz de las velas.
– Paul, cuida de ella, te lo ruego -dijo con voz debil.
– Voy a casarme con ella -conteste. Apoye la mano sobre su pecho. Una especie de resuello inhumano resonaba en su interior, pero me obligue a no apartarla.
– Eso es… estupendo -dijo por fin-. ?Su madre esta viva y sana?