Cosa rara, le impelia a abstraerse mas que ningun otro lugar de los que habiamos visitado.
Habia estado en la region de Emona una vez antes de nuestra visita, y en Ragusa varias veces. Habia visitado la villa de piedra de Massimo y Giulia para compartir otras cenas dichosas, en otros anos. Pero en Saint-Matthieu presenti que anhelaba volver a dicha oblacion, que pensaba en ella una y otra vez por algun motivo que yo no lograba dilucidar, la revivia sin decirlo a nadie. Tampoco me dijo nada, aparte de reconocer en voz alta la curva de la carretera antes de que ascendiera por fin hasta la muralla de la abadia, y recordar despues la puerta que daba acceso al santuario, al claustro y, por fin, a la cripta.
Esta memoria para el detalle no entranaba ninguna novedad para mi. Ya le habia visto antes encaminarse a la puerta correcta en famosas iglesias antiguas, o encontrar el desvio correcto al antiguo refectorio, o pararse a comprar entradas en la taquilla correcta del sendero de grava correcto, o recordar donde habia tomado el mejor cafe.
La diferencia en Saint-Matthieu era una diferencia de atencion, un examen casi superficial de los muros y los pasillos de los claustros. En lugar de aparentar decirse: «Ah, ahi esta ese esplendido timpano sobre las puertas. Creia recordar que estaba al otro lado», daba la impresion de que mi padre estaba inspeccionando cosas que habria podido describir con los ojos cerrados. Fui comprendiendo poco a poco que incluso antes de terminar la ascension del empinado terreno, al que prestaban sombra los cipreses, y llegar a la entrada principal, lo que recordaba no eran detalles arquitectonicos, sino acontecimientos.
Un monje con un largo habito marron se hallaba de pie junto a las puertas de madera, y entregaba en silencio folletos a los turistas.
– Como ya te dije, es un monasterio donde todavia se trabaja -estaba diciendo mi padre con voz normal. Se habia puesto las gafas de sol, aunque el muro del monasterio arrojaba una profunda sombra sobre nosotros-. Solo dejan entrar a unos cuantos turistas cada hora, y asi el ruido no es excesivo. -Sonrio al hombre cuando nos acercamos y extendio la mano para coger el folleto-. Merci beaucoup. Solo llevaremos uno -dijo en su educado frances. Pero esta vez, con la precision intuitiva que impulsa al joven a confiar en sus padres, supe con todavia mayor seguridad que no solo habia visto este lugar antes, camara en ristre. No solo lo habia «hecho» como se debia, aunque conociera todas sus caracteristicas artisticas e historicas gracias a la guia. Estaba segura de que algo le habia pasado aqui.
Mi segunda impresion fue tan fugaz como la primera, pero mas nitida: cuando abrio el folleto y puso un pie en el umbral de piedra, e inclino la cabeza con excesiva indiferencia sobre las palabras, en lugar de mirar las bestias en relieve talladas sobre nuestras cabezas (que, en circunstancias normales, habrian reclamado su atencion), que no habia perdido cierto antiguo sentimiento por el santuario en el que estabamos a punto de entrar. Ese sentimiento, comprendi sin respirar entre mi intuicion y el pensamiento que la siguio, ese sentimiento era dolor o miedo, o alguna terrible mezcla de ambos.
Saint-Matthieu-des-Pyrenees-Orientales se halla situado a una altitud de mil doscientos metros sobre el nivel del mar, y este no esta lejos de este paisaje amurallado, con sus aguilas vigilantes, como se podria creer. De tejados rojos y enclavado de manera precaria sobre la cumbre, da la impresion de haber brotado de un solo pinaculo de roca montanosa, lo cual es cierto, en un sentido, pues la primitiva encarnacion de la iglesia fue tallada directamente en la roca en el ano 1000. La entrada principal de la abadia es una tardia expresion del romanico influido por el arte de los musulmanes que combatieron para conquistar el pico a lo largo de los siglos: un portico de piedra cuadrado, coronado por orlas islamicas geometricas, y dos feroces monstruos cristianos en bajorrelieve, seres que podian ser leones, osos, murcielagos o grifos, animales imposibles de raza indefinible.
Dentro se encuentra la diminuta iglesia de Saint-Matthieu y su maravilloso claustro, encerrado entre rosales incluso a esa tremenda altitud, rodeado de retorcidas columnas de marmol rojo, tan fragiles en apariencia que podrian haber sido modeladas por un Sanson de veleidades artisticas. La luz del sol salpica las baldosas del patio abierto al aire libre, y el cielo azul se arquea de repente en lo alto.
Pero lo que llamo mi atencion en cuanto entramos fue el sonido del agua, inesperado y arrebatador en un lugar tan elevado y seco, y no obstante tan natural como el murmullo de un arroyo de montana. Procedia de la fuente del claustro, alrededor de la cual, en tiempos preteritos, los monjes habian paseado mientras meditaban: era una pila de marmol rojo hexagonal, adornada en su parte exterior lisa con un relieve tallado que plasmaba un claustro en miniatura, un reflejo del autentico que nos rodeaba. La gran pila de la fuente se alzaba sobre seis columnas de marmol rojo (y un soporte central a traves del cual subia el agua del manantial, me parece). En torno a su parte exterior, seis espitas lanzaban agua burbujeante al estanque situado mas abajo. Producia una musica hechizante.
Cuando me acerque al borde exterior del claustro y me sente en un muro bajo, vi un precipicio de varios cientos de metros y delgadas cascadas de montana, blanco contra el azul del bosque vertical. Ya en la cumbre, estabamos rodeados por las murallas inescalables de los Pirineos Orientales mas altos. A lo lejos, las cascadas caian en silencio o adoptaban la forma de simple niebla, mientras la fuente viva que habia a mi espalda cantaba sin cesar.
– La vida monacal -murmuro mi padre, sentado a mi lado sobre el muro. Su expresion era extrana, y paso un brazo alrededor de mi espalda, algo que muy pocas veces hacia-. Parece placida, pero es muy dura. Y tambien desagradable, en ocasiones.
Mirabamos hacia el otro lado del abismo, tan profundo que la luz de la manana aun no habia llegado al fondo. Algo colgaba y centelleaba en el aire debajo de nosotros, y me di cuenta, incluso antes de que mi padre lo senalara, de que se trataba de un ave de presa, de caza mientras volaba lentamente a lo largo de las empinadas murallas suspendida como una escama de cobre a la deriva.
– Construido mas alto que las aguilas -musito mi padre-. Como sabes, el aguila es un simbolo cristiano muy antiguo, el simbolo de san Juan. Mateo, san Mateo, es el angel, y Lucas es el buey, y san Marcos, por supuesto, es el leon alado. Ese leon se ve en todo el Adriatico, porque es el patron de Venecia. Sujeta un libro en sus garras. Si el libro esta abierto, la estatua o el relieve fue tallado en un momento en que Venecia vivia en paz.
Cerrado, significa que Venecia estaba en guerra. Lo vimos en Ragusa, ?te acuerdas?, con el libro cerrado, sobre una de las puertas. Y ahora hemos visto el aguila, que custodia este lugar. Bien, necesita guardianes. - Fruncio el ceno, se levanto y dio media vuelta. Me sorprendio que lamentara, casi hasta el punto de llorar, nuestra visita-. ?Damos una vuelta?
No fue hasta bajar la escalera de la cripta que observe de nuevo en mi padre aquella indescifrable actitud de miedo. Habiamos terminado nuestro atento paseo por el claustro, las capillas, la nave y los edificios de la cocina, erosionados por el viento. La cripta era la ultima parte de nuestra visita autoguiada, postre para los morbosos, como decia mi padre en algunas iglesias. Al descender la escalera, daba la impresion de avanzar con excesiva determinacion, y me precedia sin ni siquiera levantar un brazo a medida que ibamos bajando hacia el corazon de la roca. Una corriente sorprendentemente fria subio hacia nosotros desde la oscuridad de la tierra. Los demas turistas ya habian terminado la visita a esta atraccion, de manera que estabamos solos.
– Esta era la nave de la primera iglesia -explico otra vez mi padre con una voz de lo mas normal-. Cuando la abadia aumento su poder y pudieron continuar construyendo, salieron al aire libre y erigieron una iglesia nueva sobre la vieja.
Velas colocadas en candelabros que remataban los pesados pilares interrumpian la oscuridad. Habian tallado una cruz en la pared del abside. Se cernia como una sombra sobre el altar de piedra, o sarcofago (costaba dilucidarlo) que se alzaba en la curva del abside. A lo largo de los lados de la nave habia otros dos sarcofagos, pequenos y unitivos, anonimos.
Mi padre respiro hondo y miro a su alrededor.
– El lugar de descanso del abad fundador, y de varios abades mas. Aqui termina nuestra visita. Vamos a comer algo.
Me detuve antes de salir. La necesidad perentoria de preguntar a mi padre que sabia sobre Saint-Matthieu, incluso que recordaba, me invadio casi como una oleada de panico. Pero su espalda, ancha dentro de la chaqueta de hilo negro, decia con tanta claridad como si articulara las palabras: «Espera. Todo a su tiempo». Dirigi una veloz mirada hacia el sarcofago que habia al final de la antigua basilica. Su forma era tosca, impasible a la luz parpadeante. Lo que ocultaba pertenecia al pasado, y especular no serviria para desenterrarlo.
Y yo sabia algo mas ahora, sin necesidad de entrar en conjeturas. La historia que escucharia mientras comia en la terraza monastica, situada muy convenientemente bajo los aposentos de los monjes, tal vez giraria alrededor de algun lugar muy alejado de este, pero, al igual que nuestra visita, seria sin duda otro paso hacia el miedo que habia visto nacer en mi padre. ?Por que no me habia querido hablar de la desaparicion de Rossi hasta