literales.
Era una noche lluviosa de octubre, hace tan solo dos meses. Habia empezado el trimestre, y yo estaba sentado en la agradable soledad de mi habitacion, una hora despues de cenar.
Estaba esperando a mi amigo Hedges, un rector solo diez anos mayor que yo, al que apreciaba mucho. Era una persona torpe y bondadosa, cuyos encogimientos de hombros a modo de disculpa y timida sonrisa disfrazaban un ingenio tan agudo, que a menudo me sentia agradecido por el hecho de que lo consagrara a la literatura del siglo XVIII y no a sus colegas. A excepcion de su timidez, podria haberse encontrado como en casa entre Addison, Swift y Pope, reunidos en alguna cafeteria londinense. Tenia muy pocos amigos, nunca habia mirado directamente a una mujer que no fuera pariente suya, y sus suenos no traspasaban los limites de la campina de Oxford, por donde le gustaba pasear, y apoyarse en una valla de vez en cuando para ver rumiar a las vacas. Su bondad era visible en la forma de su gran cabeza, en sus manos morcilludas y mansos ojos castanos, de modo que tambien el parecia bovino, o similar a un tejon, hasta que su inteligente sarcasmo hendia el aire. Me gustaba oirle hablar de su trabajo, que comentaba de una manera modesta pero entusiasta, y nunca dejaba de interesarse por mis investigaciones. Se llamaba… Bien, podrias localizarlo en cualquier biblioteca, tan solo husmeando un poco, porque resucito para el lector llano varios genios de la literatura inglesa. Pero yo le llamare Hedges, un seudonimo de mi invencion, con el fin de concederle en esta narracion la privacidad y el decoro que definieron su vida.
Aquella noche en particular, Hedges iba a dejarse caer por mis aposentos con los borradores de los dos articulos que yo habia pergenado gracias a mi trabajo en Creta. Los habia leido y corregido, a peticion mia. Si bien no podia comentar la precision o imprecision de mis descripciones del comercio en el Mediterraneo antiguo, escribia como un angel, el tipo de angel cuya precision le habria permitido bailar sobre la cabeza de un alfiler, y me sugeria con frecuencia correcciones de estilo. Yo anticipaba media hora de criticas cordiales, despues jerez y ese gratificante momento en que un amigo de verdad estira las piernas al lado de tu chimenea y pregunta como te ha ido. No iba a contarle la verdad sobre el estado lamentable de mis nervios, por supuesto, pero podriamos conversar de todo lo demas.
Mientras esperaba, atice el fuego, anadi otro leno, prepare dos vasos e inspeccione mi escritorio. Mi estudio tambien hacia las veces de sala de estar, y yo procuraba que estuviera tan ordenado y confortable como la solidez de los muebles del siglo XIX exigia. Habia trabajado mucho aquella tarde, cenado de una bandeja que me habian subido a las seis, y despues me dedique a guardar mis ultimos papeles. Habia oscurecido temprano, y con el ocaso llego una lluvia lobrega y oblicua. Se me antoja el tipo de noche de otono mas atractivo, nada deprimente, de modo que solo experimente un leve escalofrio premonitorio cuando mi mano, que estaba buscando alguna lectura para ocupar diez minutos, cayo por casualidad sobre el antiguo volumen que habia estado evitando. Lo habia dejado encajado entre volumenes menos inquietantes en un estante situado encima de mi escritorio. Palpe con furtivo placer la antigua cubierta, suave como el raso, que se amoldaba de nuevo a mi mano, y abri el libro.
Al punto fui consciente de algo muy extrano. Se alzaba de sus paginas un olor que no era solo el delicado perfume del papel envejecido y el pergamino agrietado. Se trataba de un hedor a putrefaccion, un olor terrible y repugnante, a carne envejecida o corrupta. Nunca lo habia percibido antes, y me incline mas, oliendo, incredulo, y despues cerre el libro. Volvi a abrirlo al cabo de un momento, y nuevos hedores nauseabundos surgieron de sus paginas.
El pequeno volumen parecia vivo en mis manos, aunque olia a muerte.
El inquietante hedor trajo a mi memoria el miedo nervioso de mi viaje de vuelta al continente, y solo pude aplacar mis sensaciones con un gran esfuerzo. Los libros antiguos se pudrian, eso era cierto, y yo habia viajado con este bajo lluvia y tormentas. Esa debia ser la explicacion del olor. Tal vez lo llevaria de nuevo a la sala de Libros Raros y pediria consejo sobre como podia limpiarlo, fumigarlo, lo que fuera preciso.
De no haber estado evitando con estudiada estrategia mi reaccion a esta desagradable presencia, habria guardado de nuevo el libro. Pero, por primera vez en muchas semanas, me obligue a localizar aquella extraordinaria imagen central, el dragon alado rugiendo sobre su bandera. De pronto, con desagradable precision, vi algo nuevo, y lo asimile por primera vez. Nunca he estado dotado de una gran agudeza en mi comprension visual del mundo, pero algun destello de los sentidos intensificados me mostro el perfil de todo el dragon, sus alas extendidas y la cola ensortijada. Espoleado por la curiosidad rebusque entre el paquete de notas que habia traido de Estambul, que habia quedado olvidado en el cajon de mi escritorio. Rebuscando, encontre la pagina que queria. Arrancada de mi libreta, mostro un dibujo que yo habia hecho en los archivos de Estambul, una copia del primer mapa que habia encontrado alli.
Recordaras que habia tres mapas, graduados en escala para plasmar la misma region anonima cada vez en mas detalle. Dicha region, incluso dibujada con mi mano nada artistica aunque minuciosa, poseia una forma muy definida. Parecia una bestia de alas simetricas. Un largo rio surgia de ella hacia el sudoeste, ensortijado como la cola del dragon. Estudie la xilografia y mi corazon palpito de una manera extrana. La cola del dragon estaba provista de puas, y su extremo era una flecha que apuntaba (aqui casi lance una exclamacion en voz alta, olvidando todas las semanas transcurridas desde que me habia recuperado de mi antigua obsesion) hacia el punto que correspondia en mi mapa al emplazamiento de la Tumba Impia.
El parecido visual entre las dos imagenes era tan sorprendente que no podia ser una coincidencia. ?Como era posible que no me hubiera dado cuenta, en el archivo, de que la region representada en aquellos mapas tenia la forma exacta de mi dragon, como si arrojara su sombra desde lo alto? La xilografia que tanto me habia intrigado antes de mi viaje debia contener un significado preciso, un mensaje. Estaba pensada para amenazar e intimidar, para conmemorar el poder. Pero, para los testarudos, podia ser una pista. Su cola apuntaba a la tumba al igual que un dedo apunta a uno mismo: este soy yo. Estoy aqui. ?Y quien estaba alli, en el punto central, en aquella Tumba Impia? El dragon sostenia la respuesta en sus garras cruelmente afiladas: DRAKULYA.
Percibi el sabor de una tension acre, como si fuera mi sangre, en el fondo de la garganta. Sabia que debia defenderme de estas conclusiones, tal como me advertia mi preparacion, pero sentia una conviccion mas profunda que la razon. Ninguno de los mapas plasmaba el lago Snagov, donde se suponia que Vlad Tepes habia sido enterrado. Esto debia significar que Tepes (Dracula) descansaba en otro lugar, un lugar que ni siquiera la leyenda habia conservado. Pero ?donde se hallaba esa tumba?, me pregunte en voz alta, bien a mi pesar.
?Y por que se habia conservado en secreto su emplazamiento?
Mientras intentaba ensamblar estas piezas del rompecabezas, oi el sonido familiar de unos pasos en el corredor (el paso lento y entranable de Hedges), y pense distraido que debia esconder estos materiales, ir a la puerta, servir jerez, prepararme para una charla cordial.
Estaba ya medio levantado, recogiendo papeles, cuando de pronto oi el silencio. Era como un error en una pieza musical, una nota sostenida demasiado rato, de manera que paralizaba al oyente como ningun otro acorde podria conseguirlo. Los pasos familiares se habian detenido ante mi puerta, pero Hedges no habia llamado, tal como era su costumbre. Mi corazon reprodujo como un eco aquella nota erronea. Sobre el crujido de mis papeles y el tamborileo de la lluvia sobre el canalon que habia encima de mi ventana, ahora oscurecida, oi un zumbido, el sonido de la sangre que retumbaba en mis oidos. Deje caer el libro, corri hacia la puerta exterior de mis aposentos, gire la llave y la abri.
Hedges estaba alli, pero tendido en el suelo, con la cabeza echada hacia atras y el cuerpo torcido de costado, como si una gran fuerza le hubiera derrumbado. Cai en la cuenta, casi al borde de la nausea, de que no le habia oido gritar ni caer. Tenia los ojos abiertos, perdidos en la lejania. Durante un segundo eterno pense que estaba muerto. Entonces, su cabeza se movio y mi amigo emitio un grunido. Me agache a su lado.
– ?Hedges!
Gimio de nuevo y parpadeo varias veces.
– ?Me oyes? -pregunte con voz estrangulada, casi sollozando de alivio porque estaba vivo. En aquel momento, su cabeza giro de manera convulsiva y revelo un corte sanguinolento en un lado del cuello. No era grande, pero parecia profundo, como si un perro le hubiera desgarrado la carne; la sangre manaba en abundancia sobre el cuello de su camisa y caia al suelo, al lado de su hombro-. ?Socorro! -grite. Dudo de que alguien hubiera roto de forma tan violenta el silencio que reinaba en el pasillo chapado en roble en todos los siglos transcurridos desde su construccion. Tampoco sabia si serviria de algo. Era la noche en que la mayoria de companeros cenaban con el director del colegio. Entonces una puerta se abrio al final del corredor y el mayordomo del profesor Jeremy Forester vino corriendo, un tipo estupendo llamado Ronald Egg, que ya se ha marchado de la institucion.
Dio la impresion de que comprendio la situacion al punto, con los ojos desorbitados, y despues se arrodillo para atar su corbata sobre la herida del cuello de Hedges.