resultados, explicando que me entregaria el libro en persona, tal como yo habia hecho con el, si yo no deseaba que me lo enviaran por correo. Hice el viaje en tren, me dedique al turismo por la manana, y me plante ante su puerta diez minutos antes de la hora acordada. Mi corazon estaba acelerado y tenia la garganta seca. Ansiaba sostener el libro en mis manos y saber que habian descubierto sobre sus origenes.

El senor Martin abrio la puerta y me invito a entrar con una leve sonrisa.

– Me alegro de que haya podido venir -dijo con su insulso gangueo estadounidense, que se habia convertido para mi en el habla mas placentera del mundo.

Cuando estuvimos sentados en su despacho rebosante de manuscritos, le mire y me quede impresionado al instante por el cambio sufrido en su apariencia. Le habia visto brevemente unos meses antes y recordaba su cara, y nada en su correspondencia pulcra y profesional insinuaba que estuviera enfermo. Ahora estaba demacrado y palido, de forma que su piel parecia de un amarillo grisaceo, y sus labios estaban tenidos de un escarlata anormal. Habia perdido mucho peso, de manera que su traje pasado de moda colgaba flacido sobre sus hombros. Estaba sentado encorvado, un poco inclinado hacia delante, como si algun dolor o debilidad le impidiera sentarse tieso. Daba la impresion de que la vida le habia abandonado.

Intente decirme que iba con prisas en mi primera visita, y que mi correspondencia con el hombre me habia hecho mas observador esta vez, o mas piadoso en lo tocante a mis observaciones, pero no pude sacudirme de encima la sensacion de haberle visto decaer en un periodo de tiempo muy breve. Pense que tal vez padecia alguna desgraciada enfermedad degenerativa, o un cancer galopante. La cortesia, por supuesto, impedia cualquier comentario sobre su apariencia.

– Bien, doctor Rossi -dijo, al estilo norteamericano-, creo que no es consciente del valor de este tomito.

– ?Valor?

No podia saber el valor que tenia para mi, pense, ni con todos los analisis quimicos del mundo. Era mi instrumento de venganza.

– Si, es un raro ejemplar de impresion medieval centroeuropea, algo muy interesante y poco usual, y estoy bastante convencido de que se imprimio alrededor de 1512, tal vez en Buda, o quizas en Valaquia. Esta fecha lo situaria de forma muy satisfactoria despues del San Lucas de Corvino, pero antes del Nuevo Testamento hungaro de 1520, en el que muy probablemente pudo haber influido, en el caso de que ya existiera. -Se removio en su silla chirriante-. Incluso es posible que la xilografia de su libro influyera en el Nuevo Testamento de 1520, que posee una ilustracion similar, un Satan alado. Pero no existe forma de demostrarlo. De todos modos, seria una influencia curiosa, ?no? Me refiero a ver parte de la Biblia adornada con ilustraciones tan diabolicas como esta.

– ?Diabolica?

Me encanto el sonido de la condenacion en labios ajenos.

– Claro. Usted me informo sobre la leyenda de Dracula, pero ?cree que me pare ahi?

El tono del senor Martin era tan practico y jovial, tan norteamericano, que tarde un momento en reaccionar. Nunca habia percibido aquella siniestra profundidad en una voz tan normal. Le mire perplejo, pero el tono habia desaparecido. Estaba examinando una pila de papeles que habia sacado de una carpeta.

– Aqui estan los resultados de los analisis -dijo-. Le he hecho copias, junto con mis notas, y creo que le resultaran interesantes. No dicen mucho mas de lo que ya le he contado.

Ah, existen dos importantes datos adicionales. Parece desprenderse de los analisis quimicos que su libro fue guardado, seguramente durante un largo tiempo, en una atmosfera saturada de polvo de roca, y que eso ocurrio antes de 1700. Ademas, la contratapa se mancho en algun momento de agua salada, tal vez debido a un viaje por mar. Supongo que pudo ser el mar Negro, si nuestras suposiciones sobre el lugar de la publicacion son correctas, pero existen montones de posibilidades, por supuesto. Temo que no le hemos ayudado a avanzar mucho en su investigacion… ?No dijo que estaba escribiendo una historia de la Europa medieval?

Levanto la vista y me dedico su sonrisa afable y despreocupada, siniestra en aquel rostro estragado, y me di cuenta al mismo tiempo de dos cosas que me helaron la sangre en las venas.

La primera fue que nunca le habia dicho nada sobre que estaba escribiendo una historia de la Europa medieval. Habia dicho que queria informacion sobre mi volumen para ayudarme a completar una bibliografia de materiales relacionados con la vida de Vlad el Empalador, conocido en la leyenda como Dracula. Howard Martin era un hombre preciso, en su estilo de conservador de museo, como yo lo era en mi estilo de estudioso, y nunca habria cometido sin querer tal error. Su memoria se me habia antojado casi fotografica en su capacidad para captar el detalle, algo que observo y aprecio de todo corazon cuando lo encuentro en otras personas.

Lo segundo que percibi en aquel momento fue que, tal vez debido a la enfermedad que padecia (pobre hombre, casi me obligue a decir para mis adentros), sus labios tenian un aspecto flacido y putrefacto cuando sonrio y revelo sus caninos superiores, algo prominentes, de una forma que prestaban a su cara una apariencia desagradable. Recordaba demasiado bien al burocrata de Estambul, aunque no vi nada anormal en el cuello de Howard Martin. Reprimi mis temblores y cogi el libro y las notas de su mano cuando volvio a hablar.

– El mapa, por cierto, es notable.

– ?Mapa?

Me quede petrificado. Yo solo conocia un mapa, tres, en realidad, a escala graduada, relacionado con mis intenciones presentes, y estaba seguro de que jamas habia mencionado su existencia a ese desconocido.

– ?Lo dibujo usted mismo? No es antiguo, desde luego, pero no le habria catalogado a usted como artista. Ni del tipo morboso, en cualquier caso, si no le importa que se lo diga.

Le mire, incapaz de descifrar sus palabras y temeroso de revelar algo preguntandole a que se referia. ?Habia dejado uno de mis dibujos en el libro? Que estupidez, en ese caso. Sin embargo, habia comprobado con minuciosidad que no hubiera hojas sueltas en el volumen antes de entregarselo.

– Bien, lo guarde dentro del libro, y ahi sigue -dijo con placidez-. Ahora, doctor Rossi, puedo acompanarle a nuestro departamento de contabilidad si asi lo desea, o puedo encargarme de que le envien la factura a casa.

Abrio la puerta para dejarme salir y me dedico su habitual mueca profesional. Tuve la presencia de animo de no buscar entre las paginas del volumen alli mismo, y vi a la luz del pasillo que debia de haber imaginado la peculiar sonrisa de Martin, y tal vez incluso su enfermedad. Su piel era normal, estaba solo un poco encorvado tras decadas de trabajar entre hojas del pasado, nada mas. Estaba parado junto a la puerta con la mano extendida, en un gesto de despedida muy de Washington, y se la estreche, murmurando que preferia recibir la factura en mi direccion de la universidad.

Me aleje hasta perder de vista su puerta, sali del pasillo y, por fin, deje atras el gran castillo rojo que albergaba todos sus esfuerzos y los de sus colegas. Al salir al aire fresco del Mall, cruce la hierba lustrosa, llegue a un banco y me sente, y trate de aparentar y sentir despreocupacion.

El volumen se abrio en mi mano con su habitual servidumbre siniestra, y busque en vano una hoja suelta que me sorprendiera. Solo al volver hacia atras las paginas la encontre: un calco muy fino en papel carbon, como si alguien hubiera sostenido el tercero y mas intimo de mis mapas secretos ante mi, y hubiera copiado todas sus misteriosas caracteristicas. Los nombres de lugares en dialecto eslavo eran los mismos que conocia por mi mapa («Aldea de los Cerdos Robados», «Valle de los Ocho Robles»). De hecho, este dibujo me resultaba desconocido por un solo detalle. Bajo la inscripcion de «Tumba Impia», habia otra inscripcion en latin con una tinta que parecia identica a la de los demas encabezados. Sobre el supuesto emplazamiento de la tumba, arqueado a su alrededor como para demostrar su rotunda relacion con ese punto, lei las palabras BARTOLOMEO ROSSI.

Lector, juzgame cobarde si es preciso, pero desisti a partir de aquel momento. Soy un profesor joven y vivo en Cambridge, Massachusetts, donde doy clases, salgo a cenar con mis nuevos amigos y escribo a mis ancianos padres una vez a la semana. No llevo ajos, ni crucifijos, ni me persigno cuando oigo pasos en el pasillo. Tengo una proteccion mejor: he dejado de investigar sobre esa horrenda encrucijada de la historia. Algo ha de sentirse satisfecho por verme tranquilo, porque ninguna tragedia posterior me ha perturbado.

Bien, si tuvieras que elegir tu cordura, tu vida tal como la recuerdas, antes que la verdadera inestabilidad, ?que elegirias como manera adecuada de vivir para un estudioso? Se que Hedges no me habria exigido una zambullida en la oscuridad. Y no obstante, si estas leyendo esto, significa que el mal me ha alcanzado por fin. Tu tambien tienes que elegir. Te he transmitido todos los conocimientos que poseo relacionados con esos horrores. Sabiendo mi historia, ?te negaras a socorrerme?

Tuyo con profundo dolor, Bartholomew Rossi

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