biblioteca y me pondria a leer todo lo que encontrara con vistas a prepararme para los proximos dias. No me vendria mal saber algo mas acerca de estacas de plata, guirnaldas de ajos y crucifijos, los remedios campesinos prescritos contra los No Muertos durante tantos siglos. Eso demostraria fe en la tradicion, al menos. De momento solo contaba con el consejo de Rossi, pero el nunca me habia fallado cuando estaba en condiciones de ayudarme. Recogi la pluma e incline la cabeza sobre el folleto.
Nunca me habia costado tanto concentrarme. Todos los nervios de mi cuerpo parecian atentos a la presencia del exterior, si de una presencia se trataba, como si mi mente, antes que mis oidos, fuera capaz de oir su roce contra las ventanas. Con un esfuerzo, me plante con firmeza en Amsterdam, 1690. Escribi una frase, luego otra. Cuatro minutos para la medianoche. «Busca algunas anecdotas sobre la vida de los marineros holandeses», apunte en mis papeles. Pense en los comerciantes, reunidos en sus ya antiguos gremios para obtener lo maximo posible de sus vidas y mercancias, actuando dia tras dia en consonancia con su sentido del deber mas bien sencillo, utilizando parte de sus ganancias para construir hospitales destinados a los pobres. Dos minutos para la medianoche. Apunte el nombre del autor del folleto, para volver a buscar mas tarde. «Explorar el significado que poseian para los comerciantes las imprentas de la ciudad», anote.
El minutero de mi reloj salto de repente y yo tambien. Eran casi las doce. Comprendi que las imprentas podian ser tremendamente significativas, y me obligue a no mirar atras, sobre todo si los gremios habian controlado algunas. ?Era posible que hubieran obtenido con dinero el control de unas cuantas, hasta convertirse en propietarios? ?Tenian los impresores su propio gremio? ?Como conciliaban las ideas sobre la libertad de prensa defendidas por intelectuales holandeses con la propiedad de las imprentas? El tema me absorbio un momento, pese a todo, y trate de recordar lo que habia leido sobre las primeras publicaciones en Amsterdam y Utrecht. De pronto senti un gran silencio en el ambiente, y despues un chasquido de tension. Consulte mi reloj. Las doce y tres minutos. Yo respiraba con normalidad y mi pluma se movia con libertad sobre la pagina.
Lo que me acechaba, fuera lo que fuera, no era tan inteligente como yo temia, pense, con cuidado de no parar de trabajar. Por lo visto los No Muertos adoptaban apariencias a voluntad, y daba la impresion de que yo habia hecho caso omiso de la advertencia de Rembrandt y retomado mi tarea habitual. No podria seguir ocultando durante mucho tiempo mas lo que estaba haciendo en realidad, pero esa noche mi apariencia era la unica proteccion de que gozaba. Acerque mas la lampara y me sumi en el siglo XVII durante otra hora, para aumentar la impresion de que estaba absorto en el trabajo. Mientras fingia escribir, razonaba para mis adentros. La amenaza final contra Rossi, en 1931, habia sido ver su nombre en el emplazamiento de la tumba de Vlad el Empalador. No habian encontrado a Rossi muerto sobre su escritorio, dos dias antes, como me pasaria a mi si no iba con cuidado. No le habian encontrado herido en el pasillo, como a Hedges. Le habian secuestrado. Tal vez estuviera muerto en algun sitio, por supuesto, pero hasta que no lo supiera con certeza, debia confiar en que seguia con vida. Al dia siguiente intentaria encontrar la tumba.
Sentado en aquella antigua fortaleza francesa, mi padre estaba mirando el mar, de la misma manera que habia mirado al otro lado de aquella brecha de aire de montana en Saint- Matthieu, cuando observa al aguila dar vueltas y evolucionar.
– Volvamos al hotel -dijo por fin-. El dia es cada vez mas corto, ?no te has dado cuenta? No quiero quedarme atrapado aqui cuando anochezca.
Impaciente, me atrevi a formular una pregunta directa.
– ?Atrapado?
Me miro con seriedad, como si calculara los peligros relativos de las respuestas que podia darme.
– El sendero es muy empinado -dijo por fin-. No me gustaria tener que orientarme entre esos arboles en la oscuridad. ?Y a ti?
El tambien podia ser osado, comprobe.
Clave la vista en los bosquecillos de olivos, blancogrisaceos ahora en lugar de melocoton y plateados. Todos los arboles se veian retorcidos, se estiraban hacia las ruinas de la fortaleza que en otro tiempo los habia protegido, o al menos a sus antepasados, de las antorchas sarracenas.
– No -conteste-. No me gustaria.
16
Era a principios de diciembre, estabamos de viaje otra vez y la lasitud de nuestros periplos veraniegos por el Mediterraneo parecia muy lejana. El viento del Adriatico estaba revolviendo mi pelo una vez mas, y me gustaba la sensacion, su torpe rudeza. Era como si una bestia de pesadas patas gateara sobre todo cuanto habia en el puerto, agitara con brusquedad las banderas izadas en la fachada del moderno hotel y estirara las ramas superiores de los platanos del paseo.
– ?Que? -grite. Mi padre dijo algo ininteligible y senalo el ultimo piso del palacio del emperador. Ambos echamos la cabeza hacia atras para mirar.
La elegante fortaleza de Diocleciano se alzaba sobre nosotros, iluminada por el sol de la manana, y por poco pierdo el equilibrio al empinarme para ver su parte superior. Habian llenado muchos de los espacios que separaban sus hermosas columnas (a menudo gente que habia dividido el edificio para crear apartamentos, me habia explicado antes mi padre), de manera que un batiburrillo de piedra, en gran parte marmol cortado por los romanos, saqueado de otros edificios, brillaba sobre toda la extrana fachada. El agua o los terremotos habian abierto algunas grietas en la fachada. Pequenas plantas tenaces, incluso algunos arboles, sobresalian de las fisuras. El viento agitaba los anchos cuellos de las camisas de los marineros que paseaban por el muelle en grupos de dos y tres, y sus rostros del color del laton contrastaban con los uniformes blancos y el corto pelo oscuro, que brillaba como arbustos de alambre. Segui a mi padre alrededor del perimetro del edificio, sobre nueces negras caidas y el mantillo de los sicomoros, hasta la plaza bordeada de monumentos que habia detras, que olia a orina. Delante de nosotros se elevaba una fantastica torre, abierta a los vientos y adornada como un trozo de pastel, una tarta de boda alta y delgada. Aqui habia menos ruido, y pudimos dejar de gritar.
– Siempre he querido ver esto -dijo mi padre con voz normal-. ?Te gustaria subir arriba del todo?
Yo fui la primera en subir con entusiasmo los peldanos de acero. En el mercado al aire libre proximo al muelle, que divisaba de vez en cuando a traves de un marco de marmol, los arboles se habian tenido de un tono castano dorado, de manera que los cipreses alineados junto al agua parecian mas negros que verdes. A medida que subiamos se podia ver el agua azul marino del puerto, las diminutas formas de los marineros de permiso que paseaban entre las terrazas de los cafes. La lejana tierra curva, que se extendia mas alla de nuestro gran hotel apuntaba como una flecha a la region interior del mundo de habla eslava, cuya avalancha de distension pronto atraeria a mi padre.
Nos paramos a recuperar el aliento justo debajo del tejado de la torre. Solo una plataforma de hierro nos suspendia sobre el abismo. Desde el punto donde estabamos podiamos ver el suelo a traves de la telarana de peldanos de acero trenzados que acababamos de subir. El mundo que nos rodeaba se extendia mas alla de las aberturas enmarcadas en piedra, todas lo bastante bajas para que un turista desprevenido se precipitara al patio de losas desde nueve pisos de altura. Elegimos un banco en el centro, miramos hacia el agua y nos sentamos tan inmoviles que entro un vencejo, con las alas arqueadas para protegerse del fuerte viento marino, y desaparecio bajo el alero. Llevaba algo brillante en el pico, algo que capto el resplandor del sol cuando se alejo del agua.
La manana siguiente de terminar de leer los papeles de Rossi -dijo mi padre- me desperte temprano. Nunca me alegre tanto de ver la luz del sol como aquella manana. Mi primera y triste ocupacion fue enterrar a Rembrandt. Despues, no me costo ningun trabajo llegar a la biblioteca justo cuando estaban abriendo las puertas. Queria prepararme durante todo el dia para la noche, el siguiente embate de la oscuridad. Durante muchos anos la noche habia sido cordial conmigo, el capullo de silencio en el que leia y escribia. Ahora era una amenaza, un peligro inevitable del que solo me separaban unas pocas horas. Era posible que pronto me embarcara en un viaje, con todos los preparativos que conllevaba. Seria un poco mas facil, pense con tristeza, si supiera adonde ir.
Reinaba un gran silencio en el vestibulo principal de la biblioteca, salvo por el eco de los pasos de los bibliotecarios que iban a ocuparse de sus asuntos. Algunos estudiantes ya habian llegado para gozar de paz y silencio durante media hora, como minimo. Entre en el laberinto del fichero, abri mi libreta y empece a sacar los cajones que necesitaba. Habia varios catalogos de los Carpatos, uno de folclore transilvano. Un libro sobre vampiros, leyendas de la tradicion egipcia. Me pregunte que tendrian en comun los vampiros de todo el mundo.