Dracula antes que yo. Se llamaba Helen Rossi.

El viento era frio y cada vez mas fuerte. Mi padre se detuvo y saco de bolsa de la camara dos impermeables, uno para cada uno. Los guardaba muy bien enrollados para que cupieran con el equipo fotografico, el sombrero de lona y un pequeno botiquin de primeros auxilios. Sin hablar, nos los pusimos encima de nuestras chaquetas cruzadas y continuamos.

Sentado bajo el sol de finales de primavera, mientras veia como la universidad despertaba a sus actividades habituales, experimente una repentina envidia de todos aquellos estudiantes de aspecto corriente que iban de un lado a otro. Pensaban que el examen del dia siguiente era un serio desafio, o que la politica del departamento constituia un drama increible, reflexione con amargura. Ninguno de ellos hubiera podido comprender mi apuro, ni ayudarme a salir de el. De pronto, senti la soledad de estar fuera de mi institucion, de mi universo, una abeja obrera expulsada de la colmena. Y este estado de cosas, comprendi con sorpresa, se habia producido en menos de cuarenta y ocho horas.

Tenia que pensar con claridad y rapidez. En primer lugar, habia observado lo que el propio Rossi habia denunciado. Alguien ajeno a la amenaza inmediata que acechaba a Rossi (en este caso un bibliotecario sucio de aspecto excentrico) habia sido mordido en el cuello.

Supongamos, me dije, y casi me rei de la ridiculez de lo que empezaba a creer, supongamos que un vampiro mordio a nuestro bibliotecario, y hace muy poco. Rossi habia desaparecido de su despacho (con derramamiento de sangre, me recorde) tan solo dos noches antes. Daba la impresion de que Dracula, si andaba suelto, tenia predileccion no solo por lo mejor del mundo academico (me acorde del pobre Hedges), sino tambien por los bibliotecarios, los archivistas. No (me sente muy tieso tras ver la pauta), tenia predileccion por aquellos que manipulaban archivos relacionados con su leyenda. Primero teniamos a aquel burocrata que se habia apoderado del mapa de Rossi en Estambul. Tambien al investigador del Smithsonian, pense, al recordar la ultima carta de Rossi. Y, por supuesto, amenazado desde el primer momento, al propio Rossi, quien poseia un ejemplar de «uno de esos bonitos libros» y habia examinado otros documentos, posiblemente importantes. Y despues al bibliotecario, aunque yo no tenia pruebas de que hubiera manejado ningun documento relacionado con Dracula. Y por fin… ?yo?

Recogi mi maletin y corri a una cabina telefonica cercana al refectorio de los estudiantes.

– Informacion de la universidad, por favor. -Nadie me habia seguido, por lo que yo podia ver, pero cerre la puerta y vigile a los transeuntes-. ?Consta inscrita una tal senorita Helen Rossi? Si, estudiante de posgrado - aventure.

La operadora de la universidad era laconica. La oi mover papeles con parsimonia.

– Tenemos a una H. Rossi en el dormitorio femenino de posgrado.

– Esa es. Muchisimas gracias. -Apunte el numero y marque de nuevo. Contesto un ama de llaves, de voz penetrante y protectora.

– ?La senorita Rossi? ?Quien llama, por favor?

Oh, Dios. No habia pensado en eso.

– Su hermano -me apresure a contestar-. Me dijo que la localizaria en este numero.

Oi pasos que se alejaban del telefono, otros mas firmes que se acercaban, el roce de una mano al levantar el auricular.

– Gracias, senorita Lewis -dijo una voz lejana, a modo de despedida. Despues hablo en mi oido y escuche el tono bajo y energico que recordaba de la biblioteca-. No tengo ningun hermano -dijo. Sono como una advertencia, no como una mera informacion-.

?Quien es usted?

Mi padre se froto las manos para calentarlas, y las mangas de su chaqueta crujieron como papel de seda. Helen, pense, aunque no ose repetir el nombre en voz alta. Era un nombre que siempre me habia gustado. Me evocaba algo hermoso y valiente, como la portada prerrafaelita que plasmaba a Helena de Troya en mi ejemplar de La Iliada para ninos, que tenia en mi casa de Estados Unidos. Por encima de todo, habia sido el nombre de mi madre, un tema del que mi padre nunca hablaba.

Le mire fijamente, pero ya estaba volviendo a hablar.

– Un te caliente en uno de esos cafes de ahi abajo -dijo-. Eso es lo que necesito. ?Que opinas?

Observe por primera vez en su cara (la cara hermosa y discreta de un diplomatico), las espesas ojeras que dotaban a su nariz de una apariencia de haber sido estrujada en la base, como si nunca durmiera bastante. Se levanto y estiro, y despues nos asomamos a cada una de las vistas enmarcadas por ultima vez. Me retuvo un poco, como temeroso de que fuera a caer.

17

Atenas puso nervioso a mi padre, ademas de cansarlo. Lo vi con toda claridad nada mas pasado un dia despues de nuestra llegada. Por mi parte, me parecio estimulante. Me gustaban las sensaciones combinadas de decadencia y vitalidad, el trafico asfixiante y maloliente que daba vueltas alrededor de sus parques, plazas y restos de antiguos monumentos, el Jardin Botanico con un leon enjaulado en el centro, la Acropolis en lo alto, con toldos de restaurantes de aspecto frivolo aleteando alrededor de su base. Mi padre prometio que subiriamos a ver el panorama en cuanto tuvieramos tiempo. Era febrero de 1974, la primera vez en casi tres meses que el viajaba, y me habia traido a reganadientes, porque no le gustaba la presencia de los militares en las calles. Yo tenia la intencion de disfrutar al maximo de cada momento.

En el interin, trabajaba con diligencia en la habitacion de nuestro hotel, mirando por una ventana las alturas coronadas de templos, como si pudieran ponerse a volar despues de dos mil quinientos anos y desaparecer sin que yo los hubiera explorado. Veia las calles, callejas y callejuelas que ascendian hasta la base del Partenon. Seria un paseo largo y lento (estabamos otra vez en un pais calido, donde el verano empezaba pronto), entre casas encaladas y tiendas de albanileria donde servian limonadas, un sendero que desembocaba en antiguos mercados y templos de vez en cuando, y despues atravesaba barrios con los techos de tejas. Veia parte de ese laberinto desde la mugrienta ventana. Ascendiamos de una panoramica a otra, veiamos lo que los habitantes del barrio de la Acropolis veian desde su puerta cada dia. Imaginaba desde aqui las vistas de ruinas, edificios municipales, parques semitropicales, calles serpenteantes, iglesias coronadas de oro o de tejas rojas que destacaban en la luz nocturna como rocas de colores diseminadas en una playa grisacea.

Mas lejos, veiamos las cordilleras lejanas de edificios de apartamentos, hoteles mas nuevos que el nuestro, una extension de suburbios que habiamos atravesado en tren el dia anterior.

Mas alla, la distancia era excesiva para dar rienda suelta a la imaginacion. Mi padre se seco la cara con el panuelo. Y supe, al mirarle de reojo, que cuando llegaramos a la cumbre no solo me ensenaria las ruinas antiguas, sino tambien otro destello de su pasado.

El restaurante que habia elegido -dijo mi padre- estaba lo bastante lejos del campus para sentirme fuera del alcance del siniestro bibliotecario (quien no debia abandonar su puesto de trabajo, pero probablemente hacia un alto para comer en algun sitio), pero lo bastante cerca para constituir una proposicion razonable, no un lugar solitario donde un asesino multiple se citaria con una mujer a la que apenas conocia. No estoy seguro de si esperaba que llegaria con retraso, vacilante acerca de mis motivos, pero Helen se me adelanto, de manera que cuando abri la puerta del restaurante, la vi quitandose su panuelo de seda azul en un rincon alejado, y tambien sus guantes blancos. Recuerda que aun viviamos en una epoca de complementos encantadores pero poco practicos, incluso para las universitarias menos feministas. Llevaba el pelo apartado de la cara, de manera que cuando se volvio a mirarme, tuve la sensacion de que sus ojos eran todavia mas enormes de lo que habia pensado el dia anterior, en la mesa de la biblioteca.

– Buenos dias -dijo con voz fria-. Le he pedido un cafe, pues sonaba muy fatigado por telefono.

Esto se me antojo presuntuoso (?como podia diferenciar mi voz fatigada de la descansada, y que pasaria si mi cafe llegaba frio?), pero esta vez me presente y estreche su mano, mientras intentaba disimular mi inquietud. Deseaba interrogarla de inmediato sobre su apellido, pero pense que seria mejor esperar una buena oportunidad. Senti su mano suave, seca y fria en la mia, como si aun llevara los guantes. Me sente ante ella, y me arrepenti de no haberme puesto una camisa limpia, aunque fuera a cazar vampiros. Su blusa blanca masculina, severa bajo la chaqueta negra, tenia un aspecto inmaculado.

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