trabajo de historia. Mi padre queria ahora que tambien estudiara aleman, y yo estaba ansiosa, no por su insistencia, sino a pesar de ella. Iba a empezar al dia siguiente, con un metodo de la libreria de idiomas extranjeros de Amsterdam. Tenia un nuevo vestido corto verde y calcetines amarillos largos hasta la rodilla, mi padre sonreia debido a un chiste ininteligible que aquella manana habian intercambiado dos diplomaticos, y las botellas de Naranca tintineaban en nuestra bolsa. Ante nosotros se extendia un puente de piedra que cruzaba el rio Kostan. Corri para echar mi primer vistazo, pues queria disfrutarlo en privado, sin ni siquiera mi padre al lado.

El rio se curvaba hasta perderse de vista cerca del puente, y su curva acunaba un diminuto castillo eslavo del tamano de una villa, con cisnes que nadaban bajo sus muros y se alimentaban en la orilla. Mientras miraba, una mujer vestida con una chaqueta azul abrio la ventana de arriba empujandola hacia fuera, de manera que sus cristales emplomados centellearon al sol, y sacudio el trapo de sacar el polvo. Bajo el puente se agrupaban sauces jovenes, y por entre los huecos de sus raices entraban y salian golondrinas. Vi en el parque del castillo un banco de piedra (no demasiado cerca de los cisnes, que todavia me daban miedo, aunque ya era adolescente), con castanos inclinados sobre el, resguardado a la sombra que arrojaban los muros de la propiedad. El pulcro traje de mi padre estaria a salvo si se sentaba en el, y podria quedarse mas tiempo del previsto y hablar aunque no quisiera.

Durante todo el tiempo que estuve examinando esas cartas en mi apartamento -dijo mi padre, mientras se limpiaba los restos de salami de sus manos con un panuelo de algodon-, algo relacionado con el tragico problema de la desaparicion de Rossi seguia atormentandome. Cuando deje sobre la mesa la carta que relataba el horripilante accidente de su amigo Hedges, me senti demasiado mal durante unos momentos para pensar con claridad. Tuve la impresion de haber penetrado en un mundo enfermo, un submundo del universo academico que habia conocido durante tantos anos, un subtexto de la narrativa habitual de la historia que siempre habia dado por supuesta.

Segun mi experiencia de historiador, los muertos se quedaban respetosamente muertos, la Edad Media habia conocido horrores de verdad, no sobrenaturales, Dracula era una pintoresca leyenda de la Europa del Este resucitada gracias a las peliculas de mi infancia, y en 1930 faltaban tres anos para que Hitler asumiera poderes dictatoriales en Alemania, un terror que sin duda excluia todas las demas posibilidades.

De manera que me senti asqueado un segundo, e irritado con mi desaparecido mentor por haberme legado estas desagradables ilusiones. Despues, el tono apesadumbrado y afectuoso de sus cartas me afecto una vez mas, y senti remordimientos por mi deslealtad. Rossi dependia de mi, y solo de mi. Si yo me negaba a suspender la incredulidad por culpa de principios pedantes, jamas volveria a verle.

Y algo mas me atormentaba. Mientras mi cabeza se despejaba un poco, me di cuenta de que era mi recuerdo de la joven de la biblioteca, a la que habia conocido tan solo dos horas antes, aunque se me antojaban dias. Recorde la extraordinaria luminosidad de sus ojos cuando escucho mi explicacion sobre las cartas de Rossi, la forma tan masculina de enarcar las cejas en senal de concentracion. ?Por que estaba leyendo Dracula, nada menos que en mi mesa, nada menos que aquella noche, justo a mi lado? ?Por que habia mencionado Estambul? Ya estaba bastante perturbado por lo que habia leido en las cartas de Rossi, lo cual habia suspendido mi incredulidad, me habia impulsado a rechazar la idea de una coincidencia en favor de algo mas fuerte. ?Y por que no? Si aceptaba un acontecimiento sobrenatural, deberia aceptar otros. Era de pura logica.

Suspire y levante la ultima carta de Rossi. Despues, solo necesitaria revisar los demas materiales ocultos en aquel sobre de aspecto inofensivo, y continuaria adelante solo. Con independencia de lo que significara la aparicion de la chica (y lo mas probable era que no significara nada anormal, ?verdad?), yo no tenia tiempo para averiguar quien era o por que compartia ese interes por lo oculto. Me resultaba extrano pensar en alguien interesado en lo oculto. En el fondo, pensandolo bien, yo no lo estaba. Solo me interesaba encontrar a Rossi.

La ultima carta, al contrario que las otras, estaba escrita a mano. En papel de libreta rayado, con tinta oscura. La desdoble.

19 de agosto de 1931

Mi querido y desventurado sucesor:

Bien, no puedo fingir que ya no estes esperandome en algun lugar dispuesto a salvarme si mi vida se viene abajo algun dia. Y como poseo mas informacion para anadir a todo cuanto ya habras (imagino) examinado, creo que deberia apurar la copa hasta las heces. «Un poco de erudicion es algo peligroso», habria citado mi amigo Hedges. Pero ha muerto, y por mi mano, con tanta certeza como si yo hubiera abierto la puerta del estudio, asestado el golpe y pedido auxilio a gritos despues. No lo hice, por supuesto. Si has consentido en leer hasta aqui, no dudes de mi palabra.

Pero hace unos meses si que dude por fin de mis propias fuerzas, y ello debido a motivos relacionados con el final enfurecedor y terrible de Hedges. Hui de su tumba a Estados Unidos, casi literalmente. Mi empleo se habia convertido en realidad, y ya estaba preparando mis cajas cuando me fui un dia a Dorset para ver donde descansaba en paz.

Despues parti para Estados Unidos, temo que con la consiguiente decepcion de algunos companeros de Oxford y la profunda tristeza de mis padres, y me encontre en un mundo nuevo y mas luminoso, donde el trimestre (he sido contratado para tres pero hare lo posible para poder estar mas tiempo) empieza antes y los estudiantes tienen un punto de vista abierto y practico, desconocido en Oxford. Pero a pesar de esto, no logre renunciar del todo a mi relacion con los No Muertos. Como consecuencia, aparentemente, el, Eso, no logro renunciar a su relacion conmigo.

Recordaras que la noche en que Hedges fue atacado, yo habia descubierto de manera inesperada el significado de la xilografia central de mi siniestro libro, y verificado que la Tumba Impia de los mapas que habia encontrado en Estambul debia ser la tumba de Vlad Dracula. Habia pronunciado en voz alta mi pregunta restante (?donde estaba la tumba, pues?), al igual que habia hablado en voz alta en el archivo de Estambul, conjurando esta segunda vez una terrible presencia, que me lanzo una advertencia acabando con la vida de mi querido amigo. Tal vez solo un ego anormal plantaria cara a fuerzas naturales (sobrenaturales en este caso), pero te juro que, por un tiempo, este castigo me enfurecio mas que aterro, y me llevo a jurar que desentranaria las ultimas pistas y, si aguantaban mis fuerzas, perseguiria a mi perseguidor hasta su guarida. Este extravagante pensamiento se convirtio para mi en algo tan normal como el deseo de publicar mi siguiente articulo, o ganarme un puesto permanente en la alegre universidad nueva que estaba conquistando mi hastiado corazon.

Despues de habituarme a la rutina de las responsabilidades academicas, y de preparar un breve regreso a Inglaterra al final del trimestre para ver a mis padres y entregar las paginas de mi tesis doctoral a la editorial de Londres que cada vez me mimaba mas, me dispuse a seguir de nuevo el aroma de Vlad Dracula, el historico o el sobrenatural, eso habria que verse. Pensaba que mi siguiente tarea era aprender algo mas sobre mi extrano libro: de donde procedia, quien lo habia disenado, cual era su antiguedad. Lo entregue (a reganadientes, debo admitirlo) a los laboratorios del Smithsonian. Menearon la cabeza al escuchar mis preguntas tan concretas, e insinuaron que la consulta a poderes que se hallaban mas alla de sus medios me costaria mas. Pero yo estaba empecinado, y pense que no debia destinar una parte irrisoria de la herencia de mi abuelo, o mis escasos ahorros de Oxford, a vestirme, alimentarme o divertirme mientras Hedges yaciera sin ser vengado (pero en paz, gracias a Dios) en un cementerio que no habria debido recibir su ataud hasta cincuenta anos despues. Ya no tenia miedo de las consecuencias, puesto que lo peor que habria podido imaginar ya habia ocurrido. En este sentido, al menos, las fuerzas de la oscuridad habian calculado mal.

Pero no fue la brutalidad de lo que ocurrio a continuacion lo que cambio mi opinion o me revelo el verdadero significado del miedo. Fue su brillantez.

Un bibliofilo menudo del Smithsonian llamado Howard Martin se encargo de mi libro. Era un hombre amable pero taciturno, que adopto mi causa de todo corazon, como si conociera mi historia. (No, pensandolo mejor, si hubiera conocido mi historia, tal vez me habria puesto de patitas en la calle el dia de mi primera visita.) Al parecer, solo vio mi pasion por la historia, se compadecio e hizo lo que pudo por mi. Fue muy diligente, muy minucioso, y asimilo lo que le enviaron los laboratorios con un carino mas propio de Oxford que de aquellas oficinas de museo burocraticas de Washington. Me quede impresionado, y aun mas por su conocimiento de las publicaciones europeas en los siglos justo antes y despues de Gutenberg.

Cuando, en apariencia, ya habia hecho todo cuanto podia por mi, me escribio para que pasara a recoger los

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