mostraba nada especial.
Sentado en el borde de la cama del hospital, mi padre meneo la cabeza.
– Quiero que estudies en casa a partir de ahora -dijo en voz baja. Habria preferido que no lo hubiera dicho. Tampoco habria vuelto a entrar por nada del mundo en aquella biblioteca.-. La senora Clay podria dormir en tu habitacion una temporada si te sientes inquieta, y siempre que quieras iremos a ver al medico. Bastara con que me avises.
Yo asenti, aunque pense que preferia estar sola con la descripcion de la iglesia de Snagov que con la senora Clay. Sopese la idea de tirar el volumen a nuestro canal (el destino de las bicicletas que habia mencionado el policia), pero sabia que, a la larga, querria volver a abrirlo, a la luz del dia, para leerlo de nuevo. Lo querria hacer no solo por mi, sino por el senor Binnerts, que ahora yacia en algun deposito de cadaveres de la ciudad.
Unas semanas mas tarde, mi padre dijo que a mis nervios les sentaria hacer un viaje, y comprendi que, en realidad, eso significaba que preferia no dejarme en casa. Los franceses, explico, querian conferenciar con representantes de la fundacion antes de iniciar las conversaciones sobre la Europa del Este aquel invierno, y nosotros ibamos a reunirnos con ellos por ultima vez. Seria el mejor momento en la costa mediterranea, despues de que las hordas de turistas se largaran pero antes de que el paisaje empezara a adquirir un aspecto yermo. Examinamos el mapa con detenimiento, y nos alegramos de que los franceses hubieran variado su eleccion habitual de Paris como punto de reunion y propuesto la privacidad de un complejo vacacional cercano a la frontera espanola, cerca de esa pequena joya de Colliure se regocijo mi padre, y tal vez algo parecido. Justo hacia el interior se hallaban Les Bains y Saint-Matthieu-des-Pyrenees-Orientales, senale pero cuando lo dije la cara de mi padre se ensombrecio y empezo a buscar en la costa otros nombres interesantes. El desayuno al aire libre en la terraza de Le Corbeau, donde nos hospedabamos, fue tan estupendo que me quede un rato mas, despues de que mi padre se reuniera con otros hombres encorbatados en la sala de conferencias. Saque mis libros a reganadientes y eche frecuentes miradas al agua azul, a unos escasos cientos de metros de distancia. Estaba tomando mi segunda taza de chocolat amargo, soportable gracias a un terron de azucar y un monton de panecillos recien hechos. La luz del sol que banaba las fachadas de las viejas casas parecia eterna en el seco clima mediterraneo, con su transparente luz preternatural, como si ninguna tormenta hubiera osado jamas acercarse a ese lugar. Desde donde estaba sentada veia un par de veleros madrugadores en el borde del mar, y unos ninos pequenos que iban con su madre, sus cubos y sus (para mi) peculiares trajes de bano franceses a la playa que habia nada mas salir del hotel. La bahia se curvaba a nuestro alrededor hacia la derecha, en forma de colinas dentadas. Una de ellas estaba coronada por una fortaleza desmoronada del mismo color de las rocas y la hierba agostada, olivos que se elevaban sin exito hacia ella, con el delicado cielo azul de la manana extendiendose al otro lado.
Me senti por un momento abandonada, experimente una punzada de envidia por aquellos ninos tan contentos con su madre. Yo no tenia madre ni una vida normal. No estaba muy segura de lo que queria decir con una «vida normal», pero mientras pasaba las paginas de mi libro de biologia, en busca del comienzo del tercer capitulo, pense vagamente que tal vez quisiera decir vivir en un unico lugar, con padre y una madre que siempre estaban a la hora de cenar, en un lugar en el que ir de vacaciones significara ir a la playa habitual, no una existencia nomada incesante. Al contemplar a aquellos ninos acomodarse en la arena con sus palas, estaba segura de que nunca se verian amenazados por la sordidez de la historia.
Despues, al contemplar sus cabezas rutilantes, comprendi que si estaban amenazados, solo que no eran conscientes de ello. Todos eramos vulnerables. Me estremeci y consulte mi reloj. Dentro de cuatro horas, mi padre y yo comeriamos en esta terraza. Despues volveria a estudiar, y pasadas las cinco de la tarde iriamos de paseo hasta la erosionada fortaleza que adornaba el horizonte cercano, desde la cual, dijo mi padre, se podia ver la pequena iglesia banada por el mar del otro lado, en Colliure. Durante este nuevo dia aprenderia mas algebra, algunos verbos alemanes, leeria un capitulo sobre la Guerra de las Rosas, y despues… ?que? En lo alto del acantilado reseco escucharia la historia de mi padre. La relataria de mala gana, con la vista clavada en el suelo arenoso o tamborileando sobre la roca excavada siglos atras, absorto en sus propios temores. Y me tocaria estudiarla de nuevo, ordenar las piezas del rompecabezas. Un nino chillo mas abajo, tuve un sobresalto y derrame mi cacao.
15
Cuando termine de leer la ultima carta de Rossi -dijo mi padre-, me senti desolado de nuevo, como si mi mentor hubiera desaparecido por segunda vez. Pero ahora estaba convencido de que su desaparicion no tenia nada que ver con un viaje en autocar a Hartford o la enfermedad de algun familiar residente en Florida (o Londres), tal como la policia habia intentado dar por sentado. Aleje estos pensamientos de mi mente y me puse a examinar sus demas papeles. Leer primero, asimilarlo todo. Despues, construir una cronologia y empezar, con mucha parsimonia, a extraer conclusiones. Me pregunte si Rossi habria llegado a intuir que, al aleccionarme, tal vez estaba asegurando su propia supervivencia. Era como un examen final horripilante, aunque yo esperaba con todo mi corazon que no fuera el final de ninguno de ambos. No haria planes hasta no haberlo leido todo, me dije, pero ya imaginaba lo que deberia hacer. Abri de nuevo el paquete descolorido.
Los tres siguientes documentos consistian en mapas, tal como Rossi habia prometido, cada uno dibujado a mano, y ninguno parecia mas antiguo que las cartas. Evidente: debian ser sus versiones de los mapas que habia visto en el archivo de Estambul, copiados de memoria despues de sus aventuras en dicha ciudad. En el primero que me cayo en las manos vi una gran region erizada de montanas, dibujadas como pequenas muescas triangulares.
Formaban dos largas medias lunas dibujadas sobre la pagina de este a oeste, arracimadas hacia el oeste. Un ancho rio serpenteaba a lo largo del limite norte del mapa. No se veian ciudades, aunque tres o cuatro equis pequenas dibujadas entre las montanas occidentales habrian podido indicar ciudades. No aparecian nombres de lugares en el mapa, pero Rossi (era su caligrafia de esta ultima carta) habia escrito alrededor de los bordes: «Sobre los que no creen y mueren sin creer recaera la maldicion de Ala, de los angeles y de los hombres (el Coran)», y varios parrafos similares. Me pregunte si el rio que yo estaba viendo podia ser el que a Rossi le habia parecido que simbolizaba la cola del dragon en su libro. Pero no. En ese caso se referia al mapa a mayor escala, que debia estar entre el resto de documentos. Maldije las circunstancias, todas y cada una, que me impedian ver y tocar los originales. Pese a la buena caligrafia y excelente memoria de Rossi, debian existir omisiones o discrepancias entre los originales y las copias.
El siguiente mapa parecia concentrarse con mas precision en la region montanosa occidental plasmada en el primero. Una vez mas, vi unas cuantas equis, dispuestas de la misma forma que mostraba el primer mapa. Aparecia un pequeno rio, que serpenteaba entre las montanas. De nuevo, no habia nombres de lugares. Rossi habia anotado en la parte superior del documento: «(Algunos lemas coranicos, repetidos)». Bien, habia sido tan meticuloso en aquella epoca como el Rossi que yo conocia, pero estos mapas, hasta el momento, eran demasiado sencillos, demasiado toscos, como para sugerir alguna region concreta que yo hubiera visto o estudiado alguna vez. Me invadio una frustracion similar a una fiebre, y la reprimi con dificultad, para luego hacer un gran esfuerzo de concentracion.
El tercer mapa era mas esclarecedor, aunque no estaba muy seguro, en ese momento, de que podia revelarme. Su contorno general era la feroz silueta que yo conocia por mi libro del dragon y el de Rossi, aunque si el no hubiera descubierto el hecho, tal vez no me habria dado cuenta al instante. Este mapa plasmaba el mismo tipo de montanas triangulares. Las montanas eran muy altas, formaban impresionantes cordilleras de norte a sur. Corria un rio entre ellas y desembocaba en una especie de presa. ?Por que no podia ser el lago Snagov de Rumania, tal como insinuaban las leyendas sobre el entierro de Dracula? No obstante, como Rossi habia observado, no habia isla en la parte mas ancha del rio, y tampoco parecia un lago. Las equis aparecian otra vez, esta vez acompanadas de diminutas letras cirilicas.
Supuse que eran los pueblos mencionados por Rossi.
Entre esos pueblos dispersos vi un cuadrado, comentado por Rossi: «(En arabe) La Tumba Impia del Matador de Turcos». Encima habia un pequeno dragon bastante bien dibujado, tocado con un castillo, y debajo vi mas letras griegas, y la traduccion al ingles de Rossi: «En este lugar el se aloja en la maldad. Lector, desentierrale con una palabra». Estas lineas poseian un atractivo irresistible, como un encantamiento, y habia abierto la boca para