incapaz de imaginar a una mujer de mi cultura haciendo algo asi la primera vez que conocia a un hombre, pero nada se me antojo mas natural. Comprendi lo que Helen habia querido decir cuando comento que, de las dos mujeres mayores de su familia, su madre seria la que me caeria mejor.

– Mi madre quiere saber si crees de verdad que Dracula secuestro al profesor Rossi.

Respire hondo.

– Si.

– Tambien desea saber si quieres al profesor Rossi.

La voz de Helen era algo desdenosa, pero su expresion mostraba una gran seriedad. Si hubiera podido tomar su mano con la que me quedaba libre, lo habria hecho.

– Moriria por el -dije.

Repitio esto a su madre, quien de repente estrujo mi mano con una garra de hierro.

Comprendi mas tarde que era una mano endurecida por el trabajo incesante. Senti la aspereza de los dedos, los callos de las palmas, los nudillos hinchados. Contemple aquella mano pequena pero fuerte y vi que era muchos anos mas vieja que la mujer a la que pertenecia.

Al cabo de un momento, la madre de Helen solto mi mano y se acerco a la comoda que habia al pie de la cama. La abrio poco a poco, aparto algunos objetos y saco lo que identifique al instante como un paquete de cartas. Helen abrio los ojos sorprendida y formulo una pregunta en tono perentorio. Su madre no dijo nada, volvio en silencio a la mesa y deposito el paquete en mi mano.

Las cartas estaban guardadas en sobres sin sellos, amarillentas a causa de su antiguedad y atadas con un cordel rojo deshilachado. Cuando me las dio, cerro mis dedos sobre el cordel con ambas manos, como si me animara a acariciarlas. Me basto una mirada a la letra del primer sobre para ver que era de Rossi, y para leer el nombre al que estaban dirigidas. Yo ya conocia el nombre, en los recovecos de mi memoria, e iban dirigidas al Trinity College, Universidad de Oxford, Inglaterra.

Muchas cosas extranas mas habian ocurrido, y tendria que haberme sentido cansado, pero recuerdo que tome nota con una especie de meticulosidad euforica.

Me emocione mucho cuando sostuve las cartas de Rossi en las manos, pero antes de pensar en ellas tenia que cumplir con una obligacion.

– Helen -dije, y me volvi hacia ella-, se que a veces has sospechado que yo no creia en la historia de tu nacimiento. La verdad es que hubo momentos en que lo dude. Te ruego que me perdones.

– Estoy tan sorprendida como tu -contesto Helen en voz baja-. Mi madre nunca me hablo de las cartas de Rossi. Pero no iban dirigidas a ella, ?verdad? Al menos, esta primera no.

– No -dije-, pero reconozco el nombre. Fue un gran historiador de la literatura inglesa.

Escribio libros sobre el siglo dieciocho. Lei uno en la universidad. Ademas, Rossi le describio en las cartas que me entrego.

Helen mostro una expresion perpleja.

– ?Que tiene esto que ver con Rossi y mi madre?

– Todo quiza. ?No lo entiendes? Debia ser Hedges, el amigo de Rossi. Asi le llamaba el, ?te acuerdas? Rossi debio escribirle desde Rumania, aunque eso no explica por que las cartas se hallan en poder de tu madre.

La madre de Helen estaba sentada con las manos enlazadas y nos miraba con una expresion de infinita paciencia, pero crei detectar un rubor de nerviosismo en su cara. Despues hablo y Helen me tradujo.

– Dice que te contara toda la historia.

Helen hablo con voz estrangulada y yo contuve la respiracion.

Fue un proceso lento y dificultoso. La madre hablaba con lentitud y Helen hacia las veces de interprete, aunque en ocasiones se interrumpia para expresarme su sorpresa. Por lo visto, Helen solo conocia las lineas generales de esa historia y se sentia estupefacta. Cuando volvi al hotel por la noche, la escribi de memoria como mejor supe. Recuerdo que me ocupo casi toda la noche. Para entonces, ya habia amanecido.

44

– Cuando era pequena, vivia en una diminuta aldea de P, en Transilvania, muy cerca del rio Arges. Tenia muchos hermanos y hermanas, la mayoria de los cuales aun viven en esa region. Mi padre siempre decia que descendiamos de familias nobles y antiguas, pero mis antepasados tuvieron una mala racha y yo creci sin zapatos ni mantas de abrigo. Era una region pobre, y la unica gente que vivia bien alli eran unas cuantas familias hungaras, en sus grandes villas erigidas rio abajo. Mi padre era muy estricto y todos temiamos su latigo.

Mi madre estaba enferma con frecuencia. Yo trabajaba en un campo de las afueras del pueblo desde que era muy pequena. A veces el cura nos traia comida u otros productos basicos, pero casi siempre nos las teniamos que arreglar sin ayuda.

»Cuando tenia dieciocho anos, llego una anciana a nuestra aldea desde un pueblo de las montanas, a la orilla del rio. Era una vraca, una curandera, con poderes especiales para ver el futuro. Dijo a mi padre que tenia un regalo para el y sus hijos, que habia oido hablar de nuestra familia y queria darle algo magico que le pertenecia por derecho. Mi padre era un hombre impaciente, no tenia tiempo para viejas supersticiosas, aunque siempre habia frotado todas las aberturas de nuestra casa con ajo (la chimenea y el marco de la puerta, la cerradura y las ventanas) para alejar a los vampiros. Expulso con malos modales a la anciana, diciendo que no tenia dinero para darle a cambio de lo que ofrecia. Mas tarde, cuando fui al pozo del pueblo a buscar agua, la vi al lado y le di un poco de agua y pan. Ella me bendijo y dijo que era mas amable que mi padre y que recompensaria mi generosidad.

Saco una diminuta moneda de una bolsa que llevaba al cinto y la deposito en mi mano. Me dijo que la escondiera y guardara a buen recaudo, porque pertenecia a nuestra familia.

Tambien dijo que procedia de un castillo erigido sobre el Arges.

»Yo sabia que debia ensenar la moneda a mi padre, pero no lo hice, porque pense que se enfadaria al saber que habia hablado con la vieja bruja. La escondi debajo de una esquina de la cama que compartia con mis hermanas y no se lo dije a nadie. A veces la sacaba cuando nadie miraba, la sostenia en la mano y me preguntaba cual habia sido la intencion de la mujer al darmela. En una cara de la moneda habia un extrano ser de cola ensortijada y en la otra un pajaro y una cruz diminuta.

»Transcurrieron un par de anos y yo continue trabajando en la tierra de mi padre y ayudando a mi madre en casa. El hecho de tener varias hijas desesperaba a mi padre. Decia que nunca nos casariamos porque era demasiado pobre para aportar una dote, y que siempre le causariamos problemas. Pero mi madre nos decia que todo el pueblo afirmaba que, como eramos tan guapas, alguien se casaria con nosotras a la larga. Yo procuraba mantener la ropa limpia y llevar el pelo bien peinado y las trenzas perfectas para poder elegir algun dia.

No me gustaba ninguno de los jovenes que me pedian bailar en las fiestas, pero sabia que pronto tendria que casarme con alguno para quitar un peso de encima a mis padres. Hacia mucho tiempo que mi hermana Eva se habia ido a Budapest con una familia hungara para la cual trabajaba y a veces nos enviaba un poco de dinero. En una ocasion hasta llego a mandarme un par de buenos zapatos, zapatos de piel como los que se llevaban en las ciudades, de los que estaba muy orgullosa.

»Esta era mi situacion en la vida cuando conoci al profesor Rossi. Era poco habitual que vinieran a nuestro pueblo extranjeros, sobre todo uno llegado de tan lejos, pero un dia todo el mundo fue propagando la noticia de que un hombre de Bucarest habia ido a la taberna acompanado de un hombre de otro pais. Estaban haciendo preguntas sobre los pueblos que bordeaban el rio y sobre el castillo en ruinas de las montanas, a un dia de viaje a pie desde nuestro pueblo. El vecino que se dejo caer por casa para contarnoslo tambien susurro algo a mi padre cuando estaban sentados en el banco de fuera. Mi padre se persigno y escupio en el polvo.

»-Paparruchas y disparates -dijo-. Nadie deberia ir por ahi haciendo esas preguntas. Es una invitacion al demonio.

»Pero yo sentia curiosidad. Sali a buscar agua para saber mas cosas, y cuando entre en la plaza del pueblo, vi a los forasteros sentados a una de las dos mesas de la terraza de la taberna, hablando con un anciano que siempre rondaba por el lugar. Uno de los forasteros era grande y moreno, como un gitano, pero con ropa de ciudad. El otro llevaba una chaqueta marron de un estilo que yo nunca habia visto, pantalones anchos embutidos en botas de montana y un ancho sombrero marron en la cabeza. Me quede al otro lado de la plaza, cerca del

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