mas alla, en la oscuridad que habia detras.
Con las manos humedas sosteniendo el arma y el corazon desbocado, Moore se planto contra la puerta. Le aplico una ligera patada con el pie.
El olor de la sangre, caliente y espeso, lo cubrio por completo. Encontro el interruptor de la luz y lo encendio. Antes incluso de que la imagen golpeara sus retinas, supo lo que veria. Sin embargo, no estaba totalmente preparado para el horror.
El abdomen de la mujer estaba completamente abierto. Jirones de visceras sobresalian por la incision, y colgaban como grotescas guirnaldas a un lado de la cama. La sangre brotaba del cuello abierto y se acumulaba en un charco extenso en el piso.
A Moore le llevo una eternidad procesar lo que estaba viendo. Solo entonces, mientras registraba todos los detalles, comprendio su significado. La sangre, todavia fresca, continuaba derramandose. La ausencia de rociado arterial en la pared. El charco creciente de sangre oscura, casi negra.
De inmediato cruzo el cuarto hacia el cuerpo, pisando con sus zapatos el centro de la sangre.
– ?Moore! -grito Rizzoli-. ?Estas contaminando la escena!
Apreto sus dedos contra el lado intacto del cuello de la victima.
El cadaver abrio los ojos.
«Dios santo. Esta viva».
Ocho
Catherine se incorporo rigidamente en la cama. El corazon le golpeaba el pecho y cada uno de sus nervios estaba electrizado por el temor. Miro en la oscuridad, luchando por aplacar su panico.
Alguien golpeaba la puerta del cuarto de guardia.
– ?Doctora Cordell? -Catherine reconocio la voz de una de las enfermeras de emergencias-. ?Doctora Cordell?
– ?Si? -dijo Catherine.
– Tenemos un caso de traumatismo en camino. Perdida masiva de sangre, heridas en el cuello y el abdomen. Se que el doctor Ames la cubria esta noche, pero esta retrasado. El doctor Kimball podria necesitar su ayuda.
– Digale que alli estare. -Catherine encendio el velador y miro el reloj. Eran las tres menos cuarto de la manana. Habia dormido solo tres horas. El vestido de seda verde seguia doblado sobre la silla. Se veia como algo extrano, de la vida de otra mujer, no de la suya.
El guardapolvos que habia utilizado para dormir estaba humedo de sudor, pero no tenia tiempo para cambiarse. Recogio su pelo enredado en una colita, y se acerco al lavatorio para arrojarse agua fresca en la cara. La mujer que le devolvia la mirada desde el espejo parecia atravesar el estupor que sigue a una explosion. «Concentrate. Ya es hora de dejar el miedo atras. Es hora de trabajar». Deslizo sus pies en las zapatillas que habia tomado de su casillero del hospital y con un suspiro profundo salio del cuarto de guardia.
– Tiempo estimado de llegada, dos minutos -anuncio el empleado de emergencias-. La ambulancia dice que la sistolica bajo a setenta.
– Doctora Cordell, estan preparando la sala de Traumatismo Uno.
– ?A quienes tenemos en el equipo?
– Al doctor Kimball y dos residentes. Gracias a Dios que estaba aqui. El doctor Ames tuvo un percance con el auto y no puede llegar…
Catherine empujo las puertas de Traumatismo Uno. De un vistazo advirtio que el equipo estaba preparado para lo peor. Tres unidades de lactato de Ringer colgaban de las varas; las sondas intravenosas estaban enrolladas y listas para su aplicacion. Un empleado esperaba cerca para llevar las muestras de sangre al laboratorio. Los dos residentes se habian colocado a ambos lados de la mesa, sosteniendo los cateteres intravenosos, y Ken Kimball, el medico de guardia, ya habia desgarrado el envoltorio del paquete de laparotomia.
Catherine se coloco el guardapolvos y luego paso los brazos por las mangas de un delantal esterilizado. Una enfermera le ato el delantal por detras, y le sostuvo abierto el primer guante. Con cada elemento del uniforme se aplicaba una capa mas de autoridad y se sentia mas fuerte, mas controlada. En esta sala, ella era la salvadora, no la victima.
– ?Cual es la historia del paciente? -le pregunto a Kimball.
– Ataque. Traumatismo en el cuello y el abdomen.
– ?Disparos?
– No. Heridas de cuchillo.
Catherine se detuvo para colocarse el segundo guante. Se habia formado un nudo en su estomago. «Cuello y abdomen. Heridas de cuchillo».
– ?La ambulancia esta llegando! -aullo una enfermera desde la puerta.
– Llego el momento de la sangre y las tripas -dijo Kimball, mientras salia al encuentro del paciente.
Catherine, ya con su uniforme esterilizado, permanecio en su lugar. De pronto la sala habia quedado en silencio. Ni los residentes que custodiaban la mesa, ni la enfermera destinada a pasarle el instrumental a Catherine dijeron una palabra. Estaban atentos a lo que sucedia detras de la puerta.
Oyeron la voz de Kimball que gritaba: «?Vamos, vamos, vamos!»
La puerta se abrio con un estrepito, y la camilla se deslizo dentro. Catherine echo una ojeada a las sabanas ensangrentadas, a una mujer de pelo castano y a la cara oscurecida por la tela adhesiva que sostenia el tubo del respirador en su lugar.
Con un «?uno, dos, tres!» movieron a la paciente a la mesa.
Kimball quito la sabana, dejando el pecho de la victima desnudo.
En el caos de la sala, nadie presto atencion a la profunda inhalacion de Catherine. Nadie noto que daba un paso, tambaleante, hacia atras. Miraba fijamente el cuello de la victima, donde el aposito estaba saturado de un rojo profundo. Miro el abdomen, donde otro aposito colocado a las apuradas comenzaba a desprenderse, liberando estrias de sangre que bajaban por el flanco desnudo. Aun cuando ya todos habian reaccionado y comenzaban a moverse, conectando las sondas y los electrodos, bombeando aire a los pulmones de la victima, Catherine permanecio inmovilizada por el horror.
Kimball despego el aposito abdominal. Unos jirones de intestino sobresalieron y cayeron con un ruido viscoso sobre la mesa.
– ?Sistolica apenas perceptible en sesenta! Esta en taquicardia sinusal.
– No logro meter esta via intravenosa. Su vena colapso.
– Busca una subclavia.
– ?Puede pasarme otro cateter?
– Mierda, todo el campo quirurgico esta contaminado…
– ?Doctora Cordell? ?Doctora Cordell?
Todavia algo aturdida, Catherine se volvio hacia la enfermera que acababa de hablar y vio que la mujer la miraba con seriedad tras el barbijo.
– ?Necesita planchas de laparotomia?
Catherine trago saliva. Respiro hondo.
– Si. Planchas de laparotomia. Y cateter de… -Volvio a concentrarse en la paciente. Una mujer joven. La asalto un confuso recuerdo de otra emergencia, esa noche en Savannah en la que ella misma era la mujer que yacia sobre la mesa.
«No dejare que mueras. No permitire que alardee con tu muerte».
Arrebato un punado de esponjas y un hemostato de la bandeja de instrumental. Ahora estaba concentrada por completo. La profesional habia vuelto para controlar la situacion. Todos los anos de entrenamiento quirurgico se pusieron en movimiento de manera automatica. Dedico su atencion primero a la herida del cuello, y despego el