cascara. El cuchillo caia con vehemencia contra la tabla y su madre, parada al lado del horno, la miraba sin decir nada.
«Ahora esta con ella. En su casa. Tal vez en su cama».
Libero algo de su aprisionada frustracion aporreando los dientes de ajo, bang, bang, bang. No sabia por que el pensamiento de Moore y Cordell juntos la perturbaba tanto. Tal vez porque habia tan pocos santos en el mundo, tan poca gente que jugaba siguiendo estrictamente las reglas, y ella pensaba que Moore era uno de esos santos. El le habia devuelto la esperanza de que no toda la humanidad estaba estropeada, y ahora el mismo la desilusionaba. Tal vez era que veia todo esto como una amenaza para la investigacion. Un hombre con intereses tan intensamente personales no puede pensar o actuar logicamente.
«O tal vez es porque estas celosa de ella». Celosa de una mujer que puede hacerle dar vuelta la cabeza a un hombre con solo mirarlo. Los hombres eran tan imbeciles ante las mujeres en problemas…
En el cuarto de al lado, su padre y sus hermanos festejaron ruidosamente algo que pasaba en la television. Ella anhelaba regresar a su tranquilo apartamento, y comenzo a formular excusas para irse mas temprano. Pero como minimo debia quedarse a cenar. Como su madre insistia en recordarle, Frank hijo no los visitaba a menudo, ?y como Janie no iba a aprovechar para ver a su hermano? Tendria que sobrellevar una velada escuchando las historias de Frankie sobre el destacamento. Lo lamentable que eran los nuevos reclutas ese ano, como la juventud de Norteamerica se estaba ablandando, y que tendria que patear unos cuantos traseros mas para conseguir que esos muchachitos delicados sortearan la carrera de obstaculos. Mama y papa sorbian sus palabras. Lo que mas le fastidiaba era que su familia le preguntara tan poco sobre su trabajo. Hasta ahora en su carrera, Frankie, el soldado macho, solo habia jugado a la guerra. Ella veia batallas todos los dias entre gente real y asesinos reales.
Frankie entro en la cocina con su actitud fanfarrona y tomo una lata de cerveza de la heladera.
– ?Cuando estara la comida? -pregunto, haciendo saltar la tapa de la lata. Comportandose como si ella fuera la mucama.
– Falta una hora -dijo su madre.
– Carajo, mama. Ya son las siete y media. Me muero de hambre.
– No digas palabras feas, Frankie.
– Sabes -dijo Rizzoli-, comeriamos mucho mas temprano si tuvieramos un poco de ayuda de los hombres.
– Puedo esperar -dijo Frankie, y volvio al cuarto de la television. Se detuvo en el umbral-. Casi me olvido. Tienes un mensaje.
– ?Como?
– Sono tu celular. Un tipo llamado Frosty.
– ?Quieres decir Barry Frost?
– Si, ese es su nombre. Quiere que lo llames.
– ?A que hora llamo?
– Estabas afuera acomodando los autos.
– ?Eres estupido, Frankie? ?Eso fue hace una hora!
– Janie -dijo su madre.
Rizzoli se desato el delantal y lo arrojo sobre la mesada.
– ?Es mi trabajo, mama! ?Por que carajo nadie respeta eso? -Se apodero del telefono de la cocina y marco el numero del celular de Barry Frost.
Contesto al primer llamado.
– Soy yo -dijo-. Me acaban de decir que llamaste.
– Vas a perderte el espectaculo.
– ?Que?
– Encontramos un dato de ese ADN de Nina Peyton.
– ?Te refieres al semen? ?El ADN en el Sistema de indice de ADN?
– Concuerda con un sujeto llamado Karl Pacheco. Arrestado en 1997, con cargos de ataque sexual, pero luego absuelto. Alega que fue consensuado. El jurado le creyo.
– ?Es el violador de Nina Peyton?
– Y tenemos el ADN para probarlo.
Pego un punetazo de triunfo en el aire.
– ?Cual es su direccion?
– 4578 de la avenida Columbus. Todo el equipo esta alli.
– Voy en camino.
Ya corria a la puerta cuando su madre la llamo.
– ?Janie! ?No te quedas a comer?
– Tengo que irme, mama.
– ?Pero es la ultima noche de Frankie!
– Tenemos que arrestar a alguien.
– ?No lo pueden hacer sin ti?
Rizzoli se detuvo, la mano sobre el picaporte, su paciencia bullendo peligrosamente y camino a la explosion. Y vio, con sorprendente claridad, que no importaba lo que lograra, o lo distinguida que fuera su carrera; un momento como este representaria siempre su realidad: Janie, la hermana trivial. La nena.
Sin decir palabra, camino hacia afuera y cerro con un portazo.
La avenida Columbus estaba en el extremo norte de Roxbury, justo en el centro del area de asesinatos del Cirujano. Hacia el sur se hallaba Jamaica Plain, la casa de Nina Peyton. Hacia el sudeste se hallaba el hogar de Elena Ortiz. Hacia el noreste estaba Back Bay, y las casas de Diana Sterling y de Catherine Cordell. Observando la calle bordeada de arboles, Rizzoli vio una fila de casas de ladrillos, un barrio habitado por estudiantes y personal de la cercana Northeastern University. Multitud de jovenes muchachas.
Multiples opciones de caceria.
Frente a ella, la luz del semaforo cambio a amarillo. Con la adrenalina brotando a chorros, apreto el acelerador y enfilo hacia la interseccion. El honor de llevar a cabo este arresto seria suyo. Durante semanas, Rizzoli habia vivido, respirado e incluso sonado con el Cirujano. Se habia infiltrado en cada momento de su vida, tanto del sueno como de la vigilia. Nadie habia trabajado tan duro para atraparlo. Y ahora ella se encontraba en una carrera para reclamar su premio.
A una cuadra de la casa de Karl Pacheco, freno detras de un patrullero. Otros cuatro vehiculos estaban estacionados desordenadamente a lo largo de la calle.
«Demasiado tarde, -penso, corriendo hacia el edificio-. Ya entraron».
Una vez dentro oyo fuertes pisadas y gritos de hombres cuyo eco resonaba en las escaleras. Siguio el sonido hasta el segundo piso y entro en el departamento de Karl Pacheco.
Alli se enfrento con una escena de caos. La madera astillada de la puerta ensuciaba el umbral. Las sillas estaban dadas vuelta, una lampara hecha anicos, como si unos toros salvajes hubieran pasado a toda carrera por el cuarto, dejando su huella de destruccion. El aire mismo estaba envenenado de testosterona, policias vengativos tras los pasos de un individuo que pocos dias antes habia masacrado a uno de los suyos.
Sobre el piso, un hombre yacia boca abajo. Negro; no era el Cirujano. Crowe mantenia su talon brutalmente presionado contra la nuca del negro.
– Te hice una pregunta, hijo de puta -aullo Crowe-. ?Donde esta Pacheco?
El hombre gimoteo y cometio el error de tratar de levantar la cabeza. Crowe le clavo el talon con energia, golpeando el menton del prisionero contra el piso. El hombre emitio un sonido de ahogo y comenzo a retorcerse.
– ?Sueltalo! -grito Rizzoli.
– ?No se queda quieto!
– Liberalo y tal vez consiga hablarte. -Rizzoli empujo a Crowe a un lado. El prisionero giro sobre su espalda, boqueando como un pez sobre la orilla.
Crowe grito:
– ?Donde esta Pacheco?