– No… No lo se.

– ?Estas en su apartamento!

– Se fue. Se fue.

– ?Cuando?

El hombre comenzo a toser en explosiones tan profundas y violentas que sonaban como si sus pulmones se estuvieran desgarrando. Los otros policias se habian reunido alrededor, observando con mal disimulado odio al prisionero tirado en el piso. El amigo de un asesino de policias.

Asqueada, Rizzoli se dirigio hacia el dormitorio. La puerta del armario estaba abierta de par en par y la ropa de las perchas habia sido arrojada al piso. El registro habia sido completo y brutal, todas las puertas abiertas, todo posible escondrijo expuesto. Se coloco un par de guantes y comenzo a revisar los cajones de la comoda, palpando a traves de bolsillos, buscando una libreta de direcciones, una agenda, cualquier cosa que le indicara que Pacheco podria haberse escapado.

Levanto la vista cuando Moore entro en la habitacion.

– ?Tu estabas a cargo de este desastre? -pregunto.

El movio la cabeza.

– Marquette les dio el permiso. Teniamos informacion de que Pacheco estaba en el edificio.

– ?Y donde esta, entonces?

Cerro el cajon con violencia y cruzo hasta la ventana del dormitorio. Estaba cerrada pero sin traba. La escalera de incendio estaba justo fuera. Abrio la ventana y saco la cabeza. Un auto de la brigada estaba estacionado en el callejon de abajo, con la radio parloteando, y vio a un oficial apuntando con su linterna hacia un volquete.

Estaba a punto de meter la cabeza de nuevo dentro cuando sintio que algo caia sobre su nuca, y escucho un desmayado crujido de grava que caia por la escalera de incendio. Azorada, miro hacia arriba. El cielo nocturno se veia blanqueado por las luces de la ciudad, y las estrellas eran apenas visibles. Observo por un momento, estudiando la linea del techo recortada contra ese anemico cielo negro, pero nada se movio.

Trepo fuera de la ventana hacia la escalera de incendio y comenzo a subir la escalera hasta el tercer piso. En el siguiente descanso se detuvo para revisar la ventana de arriba del departamento de Pacheco; habian colocado un mosquitero sobre el vidrio, y la ventana estaba a oscuras.

Volvio a mirar hacia arriba, hacia el techo. Aunque no vio nada, escucho un sonido que venia de arriba; los pelos de la nuca comenzaban a erizarsele.

– ?Rizzoli? -llamo Moore desde la ventana. Ella no contesto, pero apunto hacia el techo como muda senal de sus intenciones.

Se seco las palmas humedas contra sus pantalones, y lentamente subio las escaleras que llevaban al techo. Se detuvo en el ultimo peldano, tomo una profunda bocanada de aire y, con extremo cuidado estiro la cabeza para mirar por encima del borde.

Bajo el cielo inmovil, la terraza del edificio era una selva de sombras. Vio la figura de una mesa y sillas, una marana de ramas arqueadas. Un jardin terraza. Se revolvio hasta treparse al borde, cayo ligeramente sobre los guijarros del asfalto, y tomo el arma. A los dos pasos su pie dio con un obstaculo, que rodo con estrepito. Aspiro el olor fuerte de unos geranios. Advirtio que estaba rodeada de plantas en macetas de terracota. Conformaban para sus pies una carrera de obstaculos.

A su izquierda algo se movio.

Se esforzo por distinguir una figura humana fuera de ese enredo de sombras. Luego lo vio a el, agazapado como un homunculo negro.

Levanto el arma y ordeno:

– ?Quieto!

No vio lo que el ya sostenia en la mano. Lo que estaba listo para arrojarle.

Apenas un segundo antes de que la pala de jardin le golpeara la cara, sintio que el aire se sacudia a su alrededor, como un viento maligno silbando en la oscuridad. El golpe resono en su mejilla izquierda con tanta fuerza que vio una explosion de luces.

Cayo de rodillas, mientras una marea de dolor rugia en sus neuronas; un dolor tan terrible que le quito la respiracion.

– ?Rizzoli? -Era Moore. Ni siquiera lo habia oido subir a la terraza.

– Estoy bien. Estoy bien… -Bizqueo hacia donde estaba agazapada la figura. Se habia ido-. Esta aqui - susurro-. Quiero a ese hijo de puta.

Moore se abrio paso en la oscuridad. Ella se sostuvo la cabeza, a la espera de que el mareo pasara, maldiciendo su propia negligencia. Luchando por mantener la cabeza despejada, avanzo a los tropezones. La furia era un combustible potente; le brindo estabilidad a sus piernas y la ayudo a empunar con mas firmeza el arma.

Moore estaba a unos pocos metros a su derecha; apenas podia distinguir su silueta, esquivando mesas y sillas.

Se movio a la izquierda, rodeando la terraza en la direccion opuesta. Cada palpitacion de su mejilla, cada atizadora punalada de dolor, eran un recordatorio de que lo habia echado a perder. «No esta vez». Su mirada se deslizo por entre las plumosas sombras de los arboles y los arbustos en macetas.

Un subito chasquido la hizo girar a su derecha. Oyo unos pasos que corrian, vio una sombra moviendose por la terraza, directo hacia ella.

Moore grito:

– ?Alto! ?Policia!

El hombre seguia avanzando.

Rizzoli bajo hasta quedar en cuclillas, aferrando el arma. Los latidos en su mejilla crecian en estallidos de agonia. Toda la humillacion que soportaba, las cotidianas burlas, los insultos, el interminable tormento que significaban los Darren Crowe del mundo, parecieron concentrarse en un unico punto de furia.

«Esta vez eres mio, bastardo». Aun cuando el hombre se detuvo repentinamente frente a ella, aun cuando levanto los brazos hacia el cielo, la decision fue irreversible.

Ella apreto el gatillo.

El hombre se encogio. Luego retrocedio con torpeza.

Ella disparo por segunda vez, por tercera vez, y cada descarga del arma significaba un placentero golpe contra su palma.

– ?Rizzoli! ?Cesa el fuego!

El grito de Moore termino por penetrar el rugido que sentia en sus oidos. Se quedo rigida, todavia apuntando con el arma, los brazos tensos y doloridos.

El sujeto estaba en tierra, y no se movia. Ella se enderezo y camino con lentitud hacia la forma contraida. Con cada paso que daba, aumentaba el horror de lo que habia hecho.

Moore ya estaba arrodillado a un lado del hombre, controlando su pulso. Levanto la vista hacia ella, y aunque no pudo leer su expresion en aquella terraza oscura, supo que habia una acusacion en su mirada.

– Esta muerto, Rizzoli.

– Tenia algo… en la mano.

– No habia nada.

– Lo vi. ?Se que lo vi!

– Tenia las manos levantadas.

– Maldicion, Moore. Fueron unos buenos disparos. Tienes que apoyarme en esto.

Nuevas voces irrumpieron de golpe mientras los policias trepaban y caian sobre la terraza para unirse a ellos. Moore y Rizzoli no volvieron a dirigirse la palabra.

Crowe dirigio la luz de su linterna al hombre. Rizzoli capto la pesadillesca mirada de unos ojos abiertos, una camisa ennegrecida por la sangre.

– ?Eh! Es Pacheco -dijo Crowe-. ?Quien lo bajo?

Rizzoli, con una voz carente de matices, dijo:

– Yo lo hice.

Alguien le dio una palmada en la espalda.

– ?La muchacha policia se porto bien!

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