– Cierra la boca -dijo Rizzoli-. ?Solo cierra la boca! -Se alejo dando tumbos, bajo por la escalera de incendio y se retiro entumecida a su auto. Alli se quedo sentada, acurrucada tras el volante, mientras el panico daba lugar a la nausea. Mentalmente seguia produciendo y reproduciendo la escena de la terraza. Lo que Pacheco habia hecho, lo que ella habia hecho. Lo vio nuevamente correr, apenas una sombra, revoloteando hacia ella. Lo vio detenerse. Si, detenerse. Lo vio mirarla.
«Un arma. Jesus, por favor, que haya un arma».
Pero no habia visto ninguna. Durante ese segundo antes de disparar, la imagen se habia grabado en su cerebro. Un hombre, congelado. Un hombre con las manos en alto como senal de sumision.
Alguien golpeo su ventanilla. Barry Frost. Ella bajo el vidrio.
– Marquette te esta buscando -dijo.
– Esta bien.
– ?Pasa algo malo? Rizzoli, ?te sientes bien?
– Siento como si un camion me hubiera pasado por la cara.
Frost se inclino y le miro la mejilla hinchada.
– ?Uau! Ese cretino realmente se la vio venir.
Eso era tambien lo que Rizzoli queria creer: que Pacheco merecia morir. Si, lo merecia, y ella se estaba atormentando sin razon. ?Acaso la evidencia no saltaba a la vista? El la habia atacado. Era un monstruo, y al haberle disparado, no hizo mas que aplicar una ley rapida y barata. Elena Ortiz y Nina Peyton y Diana Sterling seguramente la aplaudirian. Nadie llora por la escoria del mundo.
Bajo del auto, sintiendose mejor gracias a la simpatia de Frost. Camino hacia el edificio y vio a Marquette parado sobre los escalones de la entrada. Hablaba con Moore.
Ambos se volvieron para enfrentarla mientras se acercaba. Noto que Moore eludia su mirada y la enfocaba en otra parte. Se veia descompuesto.
Marquette dijo:
– Necesito tu arma, Rizzoli.
– Dispare en defensa propia. El sospechoso me ataco.
– Lo entiendo. Pero conoces los procedimientos.
Ella miro a Moore. «Me gustabas. Confiaba en ti», dijo con la mirada. Aflojo la funda del revolver y se la dio a Marquette.
– ?Quien es aqui el maldito enemigo? -dijo ella-. A veces me lo pregunto.
Y dandoles la espalda volvio al auto.
Mientras Moore revisaba el armario de Karl Pacheco penso: «Esto esta todo mal». En el piso habia media docena de pares de zapatos talla cuarenta y cuatro, extra anchos. Sobre el estante habia unos sueteres polvorientos, una caja de zapatos con baterias sulfatadas y cambio chico, y una montana de revistas Penthouse.
Escucho que se deslizaba un cajon y se volvio para ver a Frost, cuyas manos enguantadas revolvian en el cajon de las medias de Pacheco.
– ?Hay algo? -pregunto Moore.
– No hay escalpelos ni cloroformo. Ni siquiera un rollo de tela adhesiva.
– ?Ding, ding, ding! -anuncio Crowe desde el bano, y se paseo agitando una bolsa de frascos de plastico que contenian un liquido marron-. Desde la soleada ciudad de Mexico, tierra de la plenitud farmaceutica.
– ?Rohypnol? -pregunto Frost.
Moore echo una mirada a la etiqueta, impresa en castellano.
– Gama hidroxibutirato. El mismo efecto.
Crowe sacudio la bolsa.
– Lo que hay aqui dentro sirve al menos para cien violaciones. Pacheco debia tener un pito muy ocupado. -Se rio.
El sonido de la risa le resulto chirriante a Moore. Penso en ese pito ocupado y el dano que habia hecho, no solo dano fisico, sino destruccion espiritual. Las almas que habia partido en dos. Recordo lo que le habia dicho Catherine: que la vida de cada victima de violacion quedaba dividida en un antes y un despues. Un ataque sexual convierte el mundo de una mujer en un paisaje sombrio y poco familiar en el que cada sonrisa, cada momento luminoso, esta manchado por la desesperacion. Semanas atras, apenas hubiera registrado la risa de Crowe. Esta noche la escucho demasiado bien, y reconocio su fealdad.
Fue hasta el living, donde el hombre negro era interrogado por el detective Sleeper.
– Le repito que solo estabamos pasando el rato -dijo el hombre.
– ?Se dedican a pasar el rato con seiscientos dolares en el bolsillo?
– Me gusta llevar efectivo, hombre.
– ?Que vino a comprar?
– Nada.
– ?Como conocio a Pacheco?
– Lo conozco y punto.
– Oh, un verdadero amigo intimo. ?Que vendia?
«Gamma hidroxibutirato, -penso Moore-. La droga que utilizan para violar. Eso es lo que vino a comprar. Otro pito ocupado».
Salio a la noche y se sintio inmediatamente desorientado por las luces intermitentes de los patrulleros. El auto de Rizzoli habia desaparecido. Clavo la mirada en el espacio vacio y la carga de lo que habia hecho, de lo que se habia sentido impelido a hacer, de pronto peso tanto sobre sus hombros que no pudo moverse. Nunca a lo largo de su carrera se habia visto enfrentado a una decision tan terrible, y a pesar de sentir en su corazon que habia tomado la decision correcta, se sentia atormentado por ella. Trato de reconciliar su respeto por Rizzoli con lo que la habia visto hacer en la terraza. Todavia no era tarde para retractarse de lo que le habia dicho a Marquette. Estaba oscuro y era todo confuso en la terraza; tal vez Rizzoli penso en serio que Pacheco empunaba un arma. Tal vez habia visto un gesto, un movimiento que a Moore se le habia escapado. Pero por mas que se esforzase, no podia recuperar ningun recuerdo que justificara sus acciones. No podia interpretar aquello de lo que habia sido testigo mas que como una ejecucion a sangre fria.
Cuando la volvio a ver, ella estaba encorvada sobre su escritorio, apretando una bolsa de hielo contra su mejilla. Era pasada la medianoche, y el no estaba con animo de conversar. Pero ella levanto la vista al verlo pasar y su mirada lo dejo clavado en el lugar.
– ?Que le dijiste a Marquette? -pregunto.
– Lo que queria saber. Como termino muerto Pacheco. No le menti.
– Eres un hijo de puta.
– ?Crees que tenia ganas de decirle la verdad?
– Tuviste la oportunidad de elegir.
– Tu tambien, alla arriba en la terraza. Elegiste la incorrecta.
– Y tu nunca eliges la opcion incorrecta, ?verdad? Tu nunca te equivocas.
– Si me equivoco, me hago cargo.
– Ah, si. Maldito Santo Tomas.
Se acerco a su escritorio y la miro directo a los ojos.
– Eres uno de los mejores policias con los que he trabajado. Pero esta noche mataste a un hombre a sangre fria, y yo lo presencie.
– No tenias por que verlo.
– Pero lo hice.
– ?Que es lo que realmente vimos alla arriba, Moore? Un monton de sombras, un monton de movimientos. La distancia entre la eleccion correcta y la eleccion incorrecta es
– Yo hice el intento.
– No intentaste lo suficiente.
– No pienso mentir por otro policia. Aunque se trate de un amigo.
– Tratemos de recordar quienes son aqui los chicos malos. No somos nosotros.