Es solitario el caminar entre los anestesiados. Por las noches, vagabundeo por la ciudad y respiro un aire tan espeso que casi puedo verlo. Calienta mis pulmones como un almibar hirviente. Analizo las caras de la gente en la calle, y me pregunto cual de ellos es mi querido hermano de sangre, como lo fuiste tu alguna vez. ?Hay alguien mas que no haya perdido contacto con la antigua fuerza que fluye en todos nosotros? Me pregunto si nos podriamos reconocer mutuamente si nos cruzaramos, y temo que no podriamos, porque nos hemos ocultado profundamente bajo la capa que nos hace pasar por normales.

Asi es que camino solo. Y pienso en ti, el unico que pudo entender algo.

Diecisiete

Como medica, Catherine Cordell habia visto la muerte tantas veces que su rostro le resultaba familiar. Habia mirado la cara de un paciente y observado su vida apagandose en sus ojos, volviendolos vacios y vidriosos. Habia visto la piel palidecer hasta el gris, el alma en retirada, escurriendose como la sangre. La practica de la medicina es tanto sobre la muerte como sobre la vida, y Catherine hacia tiempo que habia conocido a la muerte en los restos de un paciente que comenzaba a enfriarse. No les tenia miedo a los cadaveres.

Sin embargo, cuando Moore doblo en la calle Albany y ella vio el bien mantenido edificio de ladrillos de la Oficina Forense, sus manos comenzaron a transpirar.

El estaciono en un predio detras del edificio, cercano a una camioneta blanca con las palabras «Estado de Massachusetts, Oficina Forense» impresas en un costado. Ella no queria bajar del auto, y solo cuando Moore lo rodeo para abrirle la puerta, finalmente salio.

– ?Estas preparada para esto? -pregunto.

– No es lo que mas deseo -admitio-. Pero terminemos con el asunto.

Aunque habia presenciado docenas de autopsias, no estaba del todo preparada para el olor de la sangre y los intestinos puncionados que la asalto mientras se acercaban al laboratorio. Por primera vez en su carrera como medica, penso que se descompondria ante la vision del cuerpo.

Un hombre mayor, con los ojos protegidos por una antiparra plastica, se volvio para mirarlos. Ella reconocio al medico forense, el doctor Tierney Ashford, a quien habia visto en una conferencia de patologia forense seis meses atras. Las fallas de un medico cirujano eran a menudo temas que terminaban sobre la mesa de autopsias del doctor Tierney, y ella habia hablado con el por ultima vez hacia un mes, en relacion con las perturbadoras circunstancias que habian rodeado la muerte de un nino con el bazo roto. La amable sonrisa del doctor Tierney contrastaba en forma notable con los guantes estriados de sangre que llevaba puestos.

– ?Doctora Cordell! Es bueno volver a verla. -Hizo una pausa, como si la ironia de esa declaracion lo hubiera impactado-. Aunque hubiera sido mejor en otras circunstancias.

– Ya comenzo a cortar -observo Moore desconcertado.

– El teniente Marquette quiere respuestas inmediatas -dijo Tierney-. Cuando los policias disparan, la prensa se les prende de la garganta.

– Pero yo llame precisamente para concertar esta visita.

– La doctora Cordell ya ha visto otras autopsias. Esto no es nada nuevo para ella. Solo dejenme terminar con esta escision y ella podra echarle un vistazo a la cara.

Tierney concentro su atencion en el abdomen. Termino de separar con el escalpelo el intestino delgado y lo deposito en un recipiente de acero. Luego se aparto de la mesa y le hizo a Moore un gesto de asentimiento.

– Adelante.

Moore toco el brazo de Catherine. Ella se acerco a duras penas al cadaver. Al principio se concentro en la incision abierta. Un abdomen abierto era territorio conocido, los organos como marcas impersonales, fragmentos de tejido que podian pertenecer a cualquier extrano. Los organos no implicaban significacion emocional alguna, no portaban el sello personal de la identidad. Ella podia estudiarlos con el ojo frio de una profesional, y asi lo hizo, notando que el estomago, el pancreas y el higado estaban en su lugar, a la espera de ser removidos en un solo bloque. La incision en Y, extendida desde el cuello hasta el pubis, revelaba a la vez el pecho y la cavidad abdominal. El corazon y los pulmones ya habian sido extirpados, dejando el torax como un recipiente vacio. Sobre la pared del pecho se hacian visibles dos agujeros de bala, uno que entraba justo arriba de la tetilla izquierda, el otro unas pocas costillas mas abajo. Ambas balas debian de haber penetrado por el torax, perforando tanto el corazon como el pulmon. En el abdomen superior izquierdo aparecia incluso una tercera herida que llegaba directo hacia donde deberia haber estado el bazo. Otra herida catastrofica. Quienquiera que le hubiera disparado a Pacheco pretendia matarlo.

– ?Catherine? -dijo Moore, y ella advirtio que habia estado callada por demasiado tiempo.

Respiro profundo, inhalando el olor de la sangre y de la carne helada. Ya estaba al tanto de la patologia interna de Karl Pacheco; era el momento de enfrentar su cara.

Ella vio el pelo negro. Una cara delgada, la nariz afilada como una hoja de cuchillo. Musculos de la mandibula flacidos, la boca abierta. Dientes parejos. Por ultimo miro los ojos. Moore no le habia contado casi nada sobre este hombre, a excepcion de como se llamaba y el hecho de que habia sido muerto por la policia mientras se resistia al arresto. «?Eres el Cirujano?», penso.

Los ojos, con las corneas nubladas por la muerte, no revolvieron ningun recuerdo. Ella estudio su cara, tratando de percibir algun trazo de maldad todavia agazapado en el cuerpo de Karl Pacheco, pero no sintio nada. Este envase mortal estaba vacio, y no quedaba en el ningun trazo de su antiguo ocupante. Ella dijo:

– No conozco a este hombre. -Y camino fuera de la sala.

Lo esperaba parada junto a su auto cuando Moore salio del edificio. Sus pulmones se habian ensuciado con el aire hediondo de la sala de autopsias, y ahora tomaba bocanadas de aire torrido y caliente como si quisiera limpiarse la contaminacion. Aunque estaba sudando, el frio del aire acondicionado del edificio se habia instalado en sus huesos hasta la medula.

– ?Quien era Karl Pacheco? -pregunto.

El miro en direccion al Centro Medico Pilgrim, escuchando el lamento de una ambulancia que se aproximaba.

– Un depredador sexual -dijo-. Un hombre que cazaba mujeres.

– ?Era el Cirujano?

Moore suspiro.

– Parece que no.

– Pero pensaste que podia serlo.

– El ADN lo asociaba con Nina Peyton. Hace dos meses la ataco sexualmente. Pero no tenemos evidencias que lo conecten con Elena Ortiz o con Diana Sterling. Nada que lo relacione con las vidas de estas mujeres.

– O con la mia.

– ?Estas segura de no haberlo visto antes?

– De lo unico que estoy segura es de no recordarlo.

El sol habia calentado el auto a temperatura de horno, y se quedaron con las puertas abiertas, esperando que el interior se templara. Mirando a Moore por sobre el techo del auto, ella noto lo cansado que estaba. Su camisa ya tenia manchones de sudor. Una buena manera de pasar su tarde de sabado, llevando en auto a un testigo a la morgue. En muchos sentidos, los policias y los medicos llevaban vidas similares. Trabajaban largas horas, en empleos en los que no existia el silbato de las cinco de la tarde. Veian a la humanidad en sus horas mas oscuras y dolorosas. Presenciaban pesadillas, y aprendian a vivir con esas imagenes.

«?Y que imagenes tendra el?, -se pregunto mientras la llevaba a su casa-. ?Cuantas caras de victimas, cuantas escenas de asesinatos estaran almacenadas como fotografias en su cabeza?» Ella era tan solo un elemento de su caso, y se preguntaba por todas las otras mujeres, vivas o muertas, que habrian llamado su atencion.

Detuvo el auto frente a su edificio y apago el motor. Ella levanto la vista hasta la ventana de su apartamento y parecio reacia a salir del vehiculo. A abandonar su compania. Habian pasado tanto tiempo juntos en los ultimos dias que se habia acostumbrado a apoyarse en su fortaleza y en su bondad. De haberse conocido en

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