magullada. Los cortes habian sangrado y ahora estaban secos.

– Una hora. Aprovechadla bien.

Un paso, y la puerta se cerro. Con llave. Cuatro palabras, lo maximo que les habia hablado de un tiron. Sin embargo, la voz sonaba siempre tan extrana, un tono neutro y seco. Hueco.

– ?Nos ha soltado! -exclamo Sharon.

Miranda olio algo por encima de su propia suciedad corporal. Se arrastro hasta la puerta, palpo a su alrededor.

Pan. Agua.

– Sharon -dijo-. Es comida.

Sharon topo con ella y las dos comieron en el suelo, acurrucadas en torno a su solitaria rebanada de pan, bebiendo de una pequena taza de agua.

Miranda levanto una mano y se toco el vendaje. Casi habia olvidado que lo llevaba puesto, ya casi formaba parte de ella.

El nudo estaba apretado y ella se sentia debil, pero lo solto. Sharon hizo lo mismo.

Estaba ciega.

No, estaba oscuro.

Miranda tardo varios minutos en distinguir las debiles estrias de luz que penetraban por los nudos de la madera de la barraca sin ventanas donde habian permanecido atadas durante dias. Sharon cogio una camisa abandonada en un rincon. No era suya. Tampoco era de Miranda.

Dios mio, ?acaso alguien habia pasado por ahi antes que ellas?

Sharon se la puso.

– Lo siento, Randy. Lo siento, tengo tanto frio.

– Esta bien -dijo ella.

Miranda se estiro todo lo que pudo y, como un bebe que aprende a caminar, se incorporo apoyandose en la pared.

Lentamente, fue recuperando la sensibilidad. Al principio, un cosquilleo, despues, un dolor agudo.

– Mueve los musculos, Sharon.

– Pero nos va a soltar.

– Eso no lo sabemos. Tenemos que estar preparadas.

– No puedo.

Sharon se acurruco en un rincon, con los brazos alrededor de las piernas, meciendose.

– ?Levantate! -ordeno Miranda. No queria gritarle a su amiga pero no tardo en darse cuenta de que ella tendria que ser la mas firme y asumir el control de la situacion. Era su oportunidad para escapar. Ignoraba por que su secuestrador las habia desatado, pero lucharia hasta la muerte antes de verse encadenada al suelo una vez mas.

Sharon la miro enfadada, pero se incorporo y camino por la habitacion, que no media mas de tres metros por tres. Miranda probo la puerta y la sacudio con la poca fuerza que tenia.

Cerrada por afuera.

Aprovecharon bien la hora para estirarse. Caminando. Y, lentamente, aunque fuera dificil de creer, recuperando parte de su fuerza.

Clink, clink.

La puerta se abrio y entro la luz a raudales.

Venid aqui.

Ellas obedecieron y salieron a rastras de la barraca. Miranda tropezo y cayo al suelo.

La libertad.

Oyo el sonido distintivo de un cargador acoplado a un rifle.

– Corred.

Miranda miro por encima del hombro. El hombre permanecia en la sombra, encapuchado, y la luz del final de la tarde se reflejaba en el canon de su rifle.

Cuando Miranda comprendio lo que estaba pasando, sintio como un golpe en el bajo vientre. El hombre queria cazarlas.

– Corred. Teneis dos minutos -dijo, y callo-. ?Corred!

Y Miranda corrio.

Miranda se desperto con un sobresalto.

Corred.

Tenia el cuerpo banado en sudor. Se sento y se restrego los ojos. Habia estado a punto de gritar, y se sorprendio al ver que tenia su pistola en la mano. ?En que momento la habia empunado? ?En su sueno?

Su voz.

No, era su pesadilla. La maldita pesadilla. El seguia en su cabeza, persiguiendola. Ella habia escapado. Estaba viva. Pero Sharon estaba muerta. De un disparo en la espalda. Y Rebecca, cazada y degollada como un animal.

Volvio a parpadear. Las manos le temblaban cuando se obligo a dejar el revolver. La luz de la luna caia como una cascada por los tragaluces, proyectando sombras gris azuladas por la habitacion.

Tenia la cama deshecha, las sabanas retorcidas y humedas, las mantas en el suelo. Su pijama de franela estaba empapado de sudor, con el olor tangible de sus recuerdos en la piel.

No eran ni siquiera las dos de la madrugada. Cuatro horas de sueno. Miranda estaba sorprendida de haberse dormido tan rapido. Pero dudaba de que esa noche fuera a dormir ni un minuto mas.

Se ducho para lavarse el sudor del miedo, se puso unos vaqueros, un jersey de cuello alto y su grueso anorak, ya que las noches de mayo todavia eran frias. Y se dirigio a la hosteria, pensando en la tarta de pacana que habia preparado Gray.

Entro por la puerta lateral, iluminada por una luz en el techo. La puerta estaba cerrada, pero ella tenia una llave maestra. Cruzo el comedor y cuando estaba a punto de entrar en la cocina oyo algo.

Se detuvo, con el corazon latiendole tan fuerte como al despertar de la pesadilla.

Rasca, rasca, rasca.

Tap, tap, tap.

Silencio.

Habia alguien en la cocina. Aunque la luz de la luna iluminaba la hosteria a traves de los ventanales, no se veian luces encendidas. Si fuera un cliente, su padre o un empleado, habrian encendido las luces.

Un intruso.

Busco el arma que llevaba en el bolso. Nunca salia de casa desarmada desde hacia doce anos. Cautelosa, pero decidida, se acerco a la puerta grande de la cocina.

Tap, tap, rac.

Se apreto contra la puerta, palpo buscando el interruptor con la mano izquierda, mientras sostenia el brazo derecho, con el arma, extendido al frente.

Conto mentalmente hasta tres, le dio al interruptor y apunto con el revolver.

Un hombre alto, medio desnudo, se giro y el tenedor que tenia en el plato cayo al suelo.

– ?Joder, Miranda! Baja esa pistola.

Ella obedecio, mirandolo boquiabierta. Muda.

La ultima persona que esperaba ver por la noche a hurtadillas en su cocina era, Quincy Peterson.

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