– Dejaria que lo hicierais si tuvierais alguna intencion.
El detective apreto los dientes.
– Ya basta. Estamos haciendo lo que podemos. Marchate de aqui. Tengo trabajo que hacer.
Santos se acerco al escritorio del detective. De repente se sentia su igual. Ya no le intimidaba su posicion, ni su tamano. Por primera vez comprendia lo que se sentia siendo un hombre, no un nino.
– No te preocupes, detective -dijo con ironia, mirandolo a los ojos-. Pero recuerdalo. No se como, pero encontrare al canalla que asesino a mi madre y hare que pague por todos sus crimenes. Es una promesa.
LIBRO 3
Capitulo 8
Nueva Orleans, Luisiana 1974
Con solo siete anos, el mundo era un lugar magico y amenazador para Glory Alexandra Saint Germaine. Un lugar con todo lo que una nina pudiera desear: preciosos vestidos con encajes; munecas de largo cabello que podia peinar; lecciones de equitacion; y la mejor vajilla de porcelana para las fiestas que diera en el jardin. Obtenia todo lo que se le antojaba.
Su padre era lo mas magico y maravilloso de aquel mundo. Cuando se encontraba a su lado sabia que nada malo podia ocurrirle. Se sentia especial, a salvo. La llamaba «preciosa muneca», y aunque encontraba la expresion algo insultante a una edad en la que ya se creia mayor, en el fondo le agradaba. Sin embargo, no dejaba de quejarse cuando lo hacia en publico.
Su madre, en cambio, solo la llamaba por su nombre.
Glory intento acomodarse en la silla de madera. Le dolia todo el cuerpo por llevar tanto tiempo sentada en la esquina. En la esquina de las malas chicas.
Suspiro y trazo una linea con el pie sobre la brillante superficie del suelo de madera. Su madre inspeccionaria mas tarde el lugar, cuando hubiera levantado el castigo, para asegurarse de que no habia estado haciendo otra cosa. La castigaba con bastante frecuencia, y estaba obsesionada con que la esquina estaba hecha para rezar y reflexionar. Recordaba muy bien ciertas palabras que habia oido en multitud de ocasiones:
– Te sentaras en la esquina y pensaras en lo que has hecho. Pensaras en lo que Dios espera de las ninas buenas.
Otras madres hablaban con sus hijas en terminos carinosos. Por desgracia, Glory no podia recordar una simple palabra de afecto en su corta vida.
Resultaba evidente que su madre no la queria.
Cerro los ojos con fuerza como si al hacerlo pudiera borrar tales pensamientos. Pero no podia, y se sentia triste y asustada. Una vez mas su madre habia destruido su maravilloso mundo para construirlo en un lugar oscuro y lleno de confusion, un lugar dominado por el terror.
Mas de una vez habia intentado convencerse de que su madre la amaba. Se decia que Hope Saint Germaine solo era una madre distinta a las demas, una mujer que detestaba el contacto fisico, que creia en la disciplina y despreciaba el afecto. No obstante, sus esfuerzos no servian de nada. En el fondo de su corazon sabia que no era cierto.
Sus ojos se llenaron de lagrimas. Toda la vida habia intentado ser buena, hacer todo lo que ella queria. No comprendia, entonces, que no la amara. Todo lo que hacia estaba mal para Hope. Si reia, reia demasiado alto; si corria o cantaba, su madre recriminaba su actitud porque deseaba rezar. Hasta la molestaba que gustara a los demas. Encontraba repugnante el afecto, en cualquier vertiente, y mucho mas si procedia de alguien ajeno a la familia. Por desgracia para ella, Glory era de la clase de ninas que gustaban a todo el mundo sin proponerselo.
Tenia ganas de salir de alli para jugar. Le encantaba reir, cantar y bailar, todo ello un terrible pecado segun su madre. No dejaba de repetir que a Dios no le gustaban las ninas que querian ser el centro de atencion.
Fuera como fuese, Glory intentaba contentarla, pero sistematicamente sin exito.
Una solitaria lagrima resbalo por su mejilla. Al menos, iria pronto a levantar el castigo. Se cercaba la hora de cenar, y Hope siempre levantaba los castigos a la hora de la cena.
La boca se le hacia agua al pensar en la comida que se habia perdido por su «maligno» comportamiento.
– Mama, ?puedo salir ya, por favor? -pregunto-. Sere buena, lo prometo.
No obtuvo mas respuesta que el silencio. Glory se mordio el labio. Quiso llevarse un dedo a la boca, pero no lo hizo; su madre la habia castigado con dureza en cierta ocasion por chuparselo. Tambien eso era maligno y repugnante. Todo lo referente al cuerpo lo era.
En aquel momento oyo que se abria la puerta.
– ?Mama?
– No, preciosa, soy papa.
– ?Papa!
Glory se levanto de la silla y salio corriendo hacia su padre. Con el no tenia que pedir permiso para huir de aquella esquina. No tenia que disculparse ni explicar lo que supuestamente habia aprendido durante su penitencia. Su padre la queria, hiciera lo que hiciese.
La abrazo con tanta fuerza que Glory sintio que el dia acababa de empezar.
En cuanto se aparto de el, su expresion le dijo que aquella noche habria otra fuerte discusion. Su padre acusaba a su madre de ser una obsesa inflexible, y ella lo llamaba pecador. Decia que si la abandonaba, Glory creceria en el pecado.
Sus peleas siempre terminaban del mismo modo, en silencio. En cierta ocasion la nina se habia acercado a la puerta del dormitorio de sus padres para escuchar. Habia oido el gemido de su padre, como si sufriera algun tipo de terrible dolor, y la risa sin aliento de su madre, un sonido triunfante y lleno de poder. Acto seguido oyo que algo caia al suelo y corrio a esconderse en su dormitorio.
Nerviosa y asustada, espero que su madre apareciera en cualquier momento para castigarla, o que por la manana descubriera que a su padre le habia sucedido algo malo. La idea de que pudiera perder a su padre le parecia aterradora. No podria vivir sin el.
Aquella noche la paso en vela, atemorizada.
– ?Preciosa? ?Te encuentras bien?
– Si -respondio entre lagrimas-. Pero he sido mala, papa. Y lo siento.
Su padre no dijo nada. Se limito a mirarla durante unos segundos como si quisiera decir algo. Glory bajo la cabeza y continuo:
– Corte unas flores del jardin y se las di al senor Riley. Es muy simpatico conmigo, y a veces parece tan triste que quise animarlo. Lo siento, no volvere a hacerlo.
La expresion de su padre se endurecio.
– No has hecho nada malo, mi preciosa muneca. Hay muchas flores en el jardin, e intentar hacer felices a los demas es algo bueno. Le dije a tu madre que podias cortar todas las flores que quisieras y darselas a quien te viniera en gana. Lamentablemente, no lo sabia -apreto los labios con fuerza-. ?Lo comprendes, Glory?
– Si, papa, lo comprendo.
Sin embargo, como tantas veces, era su padre quien no comprendia. Le daba permiso para hacer cosas como cortar flores o jugar al escondite ingles sin permiso, pero su madre seguia mirandola como si estuviera haciendo algo terrible, como si fuera culpable de algun pecado inconfesable. No podia soportar aquella mirada. La estremecia. Era mucho peor que los castigos en la esquina, de manera que no volveria a cortar flores del jardin aunque tuviera el permiso de su padre.